El legado mortal: La ultima Blavatsky

Capítulo 8. La cara real de las cosas


 

Hace tiempo que no veía la luz del día real, anhelaba sentir los rayos del sol golpear contra mi rostro y entibiarlo, que mis mejillas se pongan rojas por el calor. Donde me encuentro tiene un día nublado, el frio me pone la piel de gallina y la nieve cae decidida a taparlo todo de blanco. Un paisaje hermoso, digno de una pintura, lástima que yo no tengo ese talento, pero ella sí. Tal vez si estuviera en sí, pintaría como siempre.


 

Tuve que salir por su bien. Pronto colisionaría como dos autos enfrentados acelerando a todo lo que pueden, así que detuve la catástrofe, tomando el control. Nuestro tema es complicado, aunque el tiempo allí aclaro algunas de mis dudas, entendí que no era yo sola, sino dos. Dos mentes que luchaban entre sí para reinar en un cuerpo, sin duda ella es fuerte porque se ha resistido un centenar de veces que he intentado salir.


 

Como siempre que salía, me observo en el espejo y la extrañez viene a mí, toco mis hebras moradas y sigo el recorrido mirando por el espejo, la raíz rubia se está haciendo notar. Me sorprendo al ver mis ojos, mis verdaderos ojos, esas dos perlas esmeraldas brillan con una claridad hipnotizadora, no hay rastro sus ojos color miel. El cambio sucedía cada vez que tomo el control, pero al comenzar a cumplirse el hechizo, el cambio se está haciendo permanente.


 

Salgo de la habitación, recorriendo esa casa desconocida, no era donde ella reside con Patrick y Regina, esta casa tenía un aura sobrenatural ¿Acaso ellos me encontraron? Deseaba que sí, necesito ver a quienes he intentado buscar por tantos años. Bajo las escaleras escuchando voces inaudibles, extrañamente cada vez que tomaba el control mis poderes, sus poderes, no funcionaban tan bien como con ella, lo que me hace saber que si peleábamos para ver quien tomaría el control absoluto, ella ganaría. El fin de la escalera me recibe, cruzo un pequeño pasillo y doy con la puerta de una sala, donde hay cinco personas entablando una conversación. Detallo en una sola, quien se lleva toda mi atención.


 

No puedo creerlo, ellos me encontraron.


 

¡Déjame salir!  —su grito hace eco en mi mente, es tan poderosa que me saca un quejido.


 

No aún.


 

Respondo dando por terminada cualquier lucha que quiera comenzar, no volveré a la habitación mental y perder la oportunidad de ver a quienes ame toda la vida. Ellos posan su atención en mí al notar mi queja de dolor, sus ojos que tanto anhele ver me observan con curiosidad. Esta joven, demasiado a mi parecer, los años no le pasan registro y me extraña, le preguntare eso luego. Le sonrió con alegría y corro a sus brazos, pero me recibe con un leve empujón que me descoloca.


 

—¿Qué haces? —se pone a la defensiva, como si fuera a atacarlo.


 

—Amor ¿Qué sucede? Soy yo...estoy aquí— tomo su mano, miro esos ojos que me endulzan la vida, escucho una risa por parte de Hades.


 

Su rostro se oscurece, todos me miran con curiosidad y confusión, a la única persona que no conozco en la sala es a la castaña. La joven me mira con un odio impresionable, como si estuviera cometiendo un crimen atroz, caigo en cuenta de la situación.


 

—¿Te drogaste acaso? —pregunta gracioso Hades, me toma por los hombros alejándome del círculo.


 

—Danae, tu... ¿Me recuerdas no? —poso mi vista en ella, asiente con una sonrisa que me alegra, suspiro acercándomele. —No sabes cuánto los he buscado, yo estoy muy confusa y no sé qué está pasando— ahora la sonrisa de Danae desaparece, en su rostro reina un ceño fruncido, en realidad, en el rostro de todos los presentes.


 

Se alejan a paso lento, intentando descubrir quién soy o que me han hecho, ninguno habla. El temor y el dolor me invade, solo tengo consciencia que he pasados 18 años en un cuerpo que es mío, pero que desconozco. Tanto tiempo intentando luchar, encontrarlos, de saber que carajos paso con Asdic y conmigo.


 

Me mareo cuando un dolor punzante invade mi cabeza, es ella intentando luchar por tomar el control, intento recomponerme, pero vuelve a provocarme ese dolor agonizante que me deja en el piso. Allí acostada, me remuevo como gusano intentando librarme, de luchar y mantener la calma, no puedo permitirle salir ahora. Se acercan en círculo a mi alrededor, las manos de Danae toman mi rostro y su voz que suena lejana me pregunta que sucede. Grito nuevamente del dolor mental que me está produciendo, es una tortura y me deja incapaz de atacar, la sangre brota de mi nariz.


 

Para, vas a lastimarnos a las dos.


 

—No puedo entrar a su mente, está bloqueada— dice Hades con voz confusa.


 

—¿Alina que sucede? Háblanos— mi vista se aclara, entre el llanto y la sangre suelto lo que puedo.


 

—Estoy aquí, soy Alina Blavatsky reina de Asdic— mi vista se fija en lo blanco del techo y allí en el dolor ella tomo el control, la paz vuelve a mí, pero no a ella que aún sigue con el pánico comiéndola.


 

Estoy aquí, he ganado la lucha una vez mas. Con el dolor corporal que le produje intento recomponerme, pero se me hace imposible, me quedo allí agonizando cuando la oscuridad me absorbe, caigo en un sueño profundo.


 

Un grito se escapa de mi garganta cuando despierto del sueño, el sudor se mezcla con el frio y tirito, todos entran a la habitación con un portazo. ¿Qué paso? Lo último que recuerdo es buscar las pastillas que detienen mis ataques, dolor y oscuridad pura. No entiendo nada, el cuerpo me duele y mi cabeza esta palpitante.


 

—¿Te encuentras bien? —cuando el hada toma mis manos la paz me invade, su toque es tranquilizador.


 

Me miran esperando a que hable, no puedo, nada sale de mí, es como si hubiera olvidado hablar. La voz que hace un rato me torturaba desapareció, como si hubiera decidido dormir, estoy sola. En un intento desesperado de hablar suelto un jadeo de miedo que llama la atención de los presentes, no paran de mirarme como un bicho raro. Danae en ningún momento se aparta de mí, sigue allí tomando mi mano y alentándome a que hable cuando pueda. Esos intentos de calmarme me recuerdan a mi psiquiatra, que ha evidenciado cuando sufría ataques en su consultorio y me ayudo a enfrentarlos. Recuerdo a la perfección cuando me diagnóstico, las terapias, todo para llegar al día del alta. Habia vuelvo a caer, era esperado con la situación de estrés y miedo que estaba viviendo, solo debía prepararme porque no tendría más que mi propio apoyo.




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