El legado 2: Tinieblas

13. Nuestro futuro

NATALIE

 

El ambiente era completamente tenso, Elaine y aquella tal Agatha se asesinaban con la mirada. Un par de ojos grises contra un par verdes, toda una guerra de miradas. A diferencia de Elaine, que era un poco más alta que yo debido a sus tacones y que era de una edad que rondaba entre los veinte y los treinta, Agatha era mucho más alta que ella, con un cabello castaño y unas facciones que mostraban una edad más elevada, al rededor de los cuarenta y pico. 

La gente observaba aquello como el mejor espectáculo jamás visto en la historia, con la diferencia de que en sus caras no había satisfacción ante tal entretenimiento, sino nervios.

Jaden me miró de reojo, casi preguntándome qué demonios estaba pasando, pero yo sólo le pude responder encogiéndome de hombros. Al igual que él no estaba entendiendo nada.

—Veo que la has traído —pronunció Agatha, sin apartar la mirada.

—¿Lo dudabas?

—Siempre dudé de ti —agregó, torciendo una sucia sonrisa.

La mandíbula de Elaine se tensó, pero rápidamente escondió cualquier tipo de sentimiento. A leguas se notaba que ellas dos no eran lo que se decía amigas...

—Creo que será mejor que habléis en otro sitio donde no haya múltiples pares de ojos curiosos —habló

Amed, dio un paso hacia ellas logrando que Agatha rompiese el contacto visual.

En cuanto los ojos verdes de ella dieron con el pelinegro, su expresión facial cambió a una de respeto y casi amabilidad. Movió su cabeza hacia bajo, en una especie de saludo y reverencia al mismo tiempo.

—Amed.

—Agatha —pronunció él, con el mismo respeto—. Os acompañaré a una de las salas.

Amed las terminó alejando del vestíbulo, cosa que provocó que decenas de voces se unieran para comentar y cuchichear sobre lo sucedido. Aunque quizá debía estar algo a la defensiva y, sobre todo, atenta a los movimientos de aquella mujer que no me transmitía nada bueno, no pude dejar de pensar en el tema principal.

Se suponía que yo era la hechicera. ¿Qué iba a hacer? ¿Qué esperaba la gente?

En cuanto vi como Nesha se acercaba felizmente a mí, di un paso hacia atrás y seguidamente giré sobre mis propios talones para salir de allí. No quería hablar con nadie de aquel lugar en ese momento. Me metí en el ascensor a toda prisa, siendo mi última imagen del vestíbulo unos ojos grises como la tormenta mirándome con extrañeza.

Cuando llegué a mi habitación me encerré allí, me daba igual cualquier tipo de entrenamiento o de prueba. Me daba igual todo, sólo necesitaba estar sola y pensar en... No, lo que menos necesitaba era pensar.

Llevé mis manos a mi cabello, agarrándolo con desespero y preguntándome a mí misma en qué demonios me había metido. ¿Por qué? ¿Por qué debía ser yo la hechicera? ¿Por qué debía ser aquello que parecía querer todo el mundo en sus manos? ¿Por qué debía ser aquella esperanza para muchos cuando yo en realidad era un monstruo? Estaba harta de todo. Necesitaba respirar.

No fui consciente de que alguien había entrado en mi cuarto hasta que vi a Jaden asomado por la puerta, casi preguntándome si podía pasar del todo.

—Te la dejaste abierta —explicó, casi a modo de perdón. Sus ojos vagaron por mi rostro—. Te has ido corriendo. ¿Va todo bien?

A dos metros de distancia me hallaba yo, quieta como una estatua y admirando su curiosa preocupación. Me lograba calmar un poco el hecho de saber que alguien como él se preocupaba por mí, que no estaba del todo sola.

Tenía a Jaden.

Y es que de alguna manera, siempre había estado allí. Había pasado desapercibido siempre, pero había estado allí en muchas ocasiones. El problema era que no se dejaba ver.

¿Por qué no te dejas ver, Jaden?, quise preguntarle.

Sacudí mi cabeza, eliminando aquellos pensamientos y centrándome en el más importante. ¿Iba todo bien? 
Negué con la cabeza, soltando una risa sin gracia y dejándome caer en el colchón de mi cama.

—¿Natalie?

—Todo esto es una mierda —jadeé—. Estoy harta.

Con cautela Jaden terminó de pasar al interior de mi habitación, cerrando la puerta tras sus espaldas. Me miró desde su lugar, como si estuviese evaluando la escena para saber si sería bueno acercarse a mí o mantener las distancias. 

—¿De qué estás hablando? —cuestionó.

—De todo. No sé qué hacer, ni qué pensar ni qué decir. No sé si lo que estoy haciendo ahora está bien. Pensaba que había hecho lo correcto pero estoy comenzando a dudar de todas mis decisiones.

Mi tono fue ahogado en desesperación y agobio. Todo estaba comenzando a darme vueltas, y de una forma literal. Cerré mis ojos con fuerza al sentir punzadas en mis sienes, y cuando los abrí, algo cambió. Sentí un aura oscura rondar a mi al rededor, y al parecer fui la única que lo notó porque Jaden no hizo más que acercarse a mí. Fue en ese momento en el que supe lo que estaba pasando.

—No...

Detrás de él, estaba ella. Estaba yo, apoyada en la puerta, de brazos cruzados y con una sonrisa asquerosamente retorcida en la cara. Como siempre, tenía aquellos dibujos negros y rojos como la sangre en mi cara que me daban un aspecto más tétrico aún.

Jaden siguió mi mirada y miró sobre su hombro. Supuse que no vio nada, porque me volvió a mirar con extrañeza.

—Nat, ¿estás bien?

Tragué saliva, sin apartar los ojos de ella.

No.

—Vamos, respóndele —pronunció, sonriendo con malicia.

Cerré mis ojos con fuerza y los volví a abrir.

—Sí, estoy bien.

Él negó con la cabeza y terminó de acabar con la distancia que nos alejaba hasta quedar frente a mí. Se acercó de una forma tan veloz que mis ojos, que parecían captar las cosas con lentitud, me dolieron al intentar fijarme mejor en él.

—No, no lo estás. La estás viendo a ella, ¿verdad? —inquirió en un susurro—. Te estás viendo a ti misma.




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