El LeÑador Y Las Monedas De Oro

SEGUNDA PARTE: EL SÓTANO

Ha llegado otra mañana gris al pueblo, y la baja temperatura vino para quedarse.

—Primera vez que veo que te levantas temprano —dice Loán.

—Siempre hay una primera vez.

—Sí tú lo dices.

Se meten a la espesura del bosque y se ocultan en el frondoso arbusto que está a unos cuantos metros de la casa del leñador, esperando a que saliera.

—Dios, ayúdanos —dice Yosef mirando hacia el cielo.

—Por favor no nos ayudes, que no salga, que esté enfermo —lo interrumpe Loán.

— ¡Cállate, miedoso!

Minutos después...

—Mira, es él... ya se va.

—No me escuchaste, Dios.

— ¡Qué te calles, cobarde!

Yosef y Loán ven que el leñador se pierde entre los árboles y ya no se escuchan sus fuertes pasos sobre la hojarasca húmeda.

— ¿Viste sus botas?

—Y eso a que viene.

—Que fea son...

—Ahora es el momento... ¡Vamos!

—Ahora si Dios... ¡Ayúdanos!

Muy sigilosos se acercan a la casa del señor Sullivan, y encuentran la puerta entreabierta. Al entrar sus pasos causan un ruido terrorífico dentro de la oscuridad.

— ¿En dónde crees que esté el sótano? —pregunta Loán.

— ¡No lo sé!

—Cómo qué no lo sabes.

—Debe estar en alguna parte.

Estando en el corazón de la casa, miran hacia todas las direcciones. Sus ojos llenos de terror, orando para que el leñador no se apareciera con su afilada hacha.

— ¡Mira, ahí está! —dice Yosef.

— ¡Entonces abre ese maldito sótano!

—No maldigas, a Dios no le gusta.

—Entonces sé un poco más rápido, no se tarda en volver.

Hay un candado, al lado una cadena oxidada. Pero no se preguntan por qué fue tan fácil abrir la puerta del sótano, aunque una espantosa oscuridad les hace un nudo en la garganta.

—No se ve nada —dice Yosef.

—Cómo se va a ver algo en esa oscuridad.

—No tengo nada para iluminar.

—Debe haber una rata gigante en ese lugar.

—Tú, y tus películas de terror.

—Como soy un buen amigo te voy a regalar estos fósforos que tengo desde hace tiempo en el pantalón.

— ¿Pero sirven?

—Lo tomas, o lo dejas.

—Está bien, lo tomo.

Prenden un fósforo y se zambullen en la oscuridad. Bajan las escaleras del sótano con los nervios alterados, topándose con un lugar misterioso que guarda quizá el tesoro que tanto buscaban por años. De pronto; se escucha un quejido, y la oscuridad llega de nuevo.

— ¿Qué te pasó, Yosef? —dice Loán.

—Me quemé.

El sótano tiene un buen espacio, por lo menos es más grande que la habitación de Yosef. Hay baúles llenos de polvo, y la basura esparcida en el piso. Aparatos extraños, pócimas, medicamentos con fechas vencidas, jarrones con agua y una cazuela llena de comida putrefacta.

— ¿Qué es esté lugar? —dice Loán.

—Mira esa cantidad de telarañas, seguro que hay una tarántula gigante en este sótano.

—Se ve que no es higiénico, y tu Loán, eres un fantasioso.

Continúan hurgando sin dejar ningún detalle, y la dorada cabeza de Loán se enreda en las telarañas a lo que comienza a estornudar.

—Es un lugar horrible, es mejor que nos vayamos.

— ¡Rayos!

— ¿Qué te pasó, Yosef?

—Me volví a quemar.

Brilla otra tenue luz en medio de la oscuridad y siguen buscando entre las cosas viejas, batallando con el reloj, con el tiempo.

—Me siento engañado —dice Loán.

—Sigue buscando, debe haber algo.



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En el texto hay: niños, bosque, sótano

Editado: 13.08.2019

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