A la mañana siguiente se levantó con el chirrido de la puerta de servicio al abrirse. La manta extra le ayudaba a conciliar mejor el sueño, pues el frío ya no lo despertaba y podía dormir hasta un poco más tarde. Tomó la charola con desgana, ya se imaginaba lo que ella contenía; pero para su sorpresa había huevos revueltos y café en ella. Comenzó a comer con ganas, después de tantos días de pan y agua, estaba ansioso de probar algo distinto y saboreó hasta el último bocado. Al final pasó los dedos una y otra vez por el plato tratando de que no se quedara nada en él y luego de un rato no había ni rastro de su desayuno. Finalmente satisfecho se recostó en su cama, recordando cada sabor; pero como comúnmente suele suceder sus pensamientos se desviaron muy lejos de donde comenzaron. A veces pensaba en cómo sería su vida en esos momentos, pero fuera de su celda, algo así como un presente alterno ¿Qué cosas pudo haber evitado para no caer en ese agujero? Para empezar nunca debió haber intentado buscar a Andrés en el hospital; pero claro lo pasado no se puede cambiar, aunque si le dieran una segunda oportunidad sin duda cambiaría muchas cosas.
En eso estaba cuando de pronto escuchó un suave tintineo, uno muy parecido al de una moneda al caer sobre el piso. Se incorporó sobre su cama y trató de aguzar su vista y oído para descubrir el origen del sonido. Caminó hacia la puerta de su celda, desde donde creyó haber escuchado el sonido, pensando que probablemente había alguien fuera. Se puso a gatas sobre el suelo para espiar por la rendija que había debajo de la puerta, pero unos segundos después volvió a escuchar el tintineo y comprobó que no venía de fuera, si no del centro de su celda; sin embargo esta vez el tintineo fue seguido por un suave vibrar. Avanzó a gatas hacia el centro de la celda mientras palpaba con sus manos el suelo. De pronto, una cálida luz azul brotó desde el suelo, a tan solo quince centímetros de sus manos.
Erróneamente en un inicio creyó que se trataría de una moneda, pero ahora podía ver que era una especie de sello y de él se despedía la luz tenue y cálida. Era como un pez dentro de un triángulo, que a su vez estaba dentro de un círculo. Se quedó mirándolo por un rato sin atreverse a tocarlo, no parecía muy seguro hacerlo; primero que nada porque no sabía cómo había entrado hasta ahí, la puerta nunca se había abierto y la ventana era prácticamente inalcanzable para cualquiera; pero finalmente lo tomó con sus manos, sin embargo al contacto con su piel el sello comenzó a vibrar con mayor intensidad; él intentó soltarlo, pero éste se había pegado a su mano y no cayó, sino que intensificó su luz hasta el punto en que cegó por completo a Naín.
Por instinto, sus brazos subieron hasta sus ojos para tratar de cubrirlos; había estado tan acostumbrado a la oscuridad que esa luz enserio estaba haciéndole daño. Sentía un intenso ardor dentro de sus parpados, como si miles de minúsculas piedritas hubieran entrado a sus ojos y rasparan cada milímetro de ellos, los frotó con fuerza tratando de sacarlas pero no conseguía nada, luego de un rato las lágrimas salieron y limpiaron un poco ayudando a disminuir el ardor hasta que al fin pudo volver a abrir los ojos completamente; sin embargo, le pareció que la oscuridad de su celda había empeorado, ya ni siquiera el triste rayo de luz que se colaba por la ventana se veía.
Se quedó un rato en el suelo, esperando a que sus ojos se acostumbraran a la oscuridad. Recostó su cabeza en la dura piedra de su celda; pero un leve cambio lo hizo sobresaltarse ¿Qué había sido de la dura y rugosa piedra que tenía por piso? Ahora la superficie era lisa y plana.
Se arrastró por todo el piso comprobando que todo tenía la misma textura y además descubrió dos cosas más, la celda parecía haberse expandido y todo lo que en ella había, estaba desaparecido. Se levantó de un salto y caminó por toda el área tanteando con sus manos, sintiéndose cada vez más confundido.
Escuchó unos pasos, probablemente los del guardia, que se acercaban presurosos, se quedó quieto sin saber que esperar. Oyó cómo el guardia abría la puerta. Él esperó ver que la luz entraba por ella pero nada, la celda seguía en la más pesada penumbra. Un silencio se extendió por todo el lugar luego de que el guardia entrara, aunque solo duró unos pocos segundos, pues enseguida una voz desconocida le gritó.
— ¡Tú perfecto idiota!
Un puñetazo hacia su cara acompañó a esas palabras.
Naín reaccionó y lanzó una potente patada hacia su oponente, no obstante, en aquella oscuridad era imposible saber hacia dónde dirigía sus golpes, él solo supo que golpeó a alguien pero no dónde. Luego un fuerte puñetazo en la boca de su estómago lo sofocó y lo dejó tirado en el piso. Naín no entendía cómo era posible que su oponente pudiera verlo en esa terrible oscuridad. Y ahora, tirado en el suelo y sofocado, estaba perdiendo la pelea.
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Editado: 20.02.2018