Érase una vez un reino llamado "Pléyades" en el que se contaba que, en las espesuras de los grandes bosques las estrellas nacían y se desarrollaban escondidas del mundo. Algunas quedaban enamoradas de este mundo así que transformaban su cuerpo luminoso al de un humano común y la única forma de identificar a estos seres era una marca en forma de constelación en alguno de sus brazos, las otras simplemente emprendían su viaje al espacio desligándose de este planeta (aunque la gente del reino solía decir que ellas volvían en las noches de lluvia de estrellas y se quedaban aquí el tiempo que querían y luego nos volvían a dejar). Los lugareños del reino de Pléyades sabían que estos humanos poseían una especie de magia con la que podían conceder un deseo, pero al hacerlo la vida de las estrellas se agotaba de manera inmediata es por eso que los habitantes de la monarquía se acercaban a pedirles un deseo cuando estaban a punto de morir de viejos, reduciendo la agonía de sus últimos días de vida. Sin embargo, un día un forastero de nombre Arietis escuchó la historia de las estrellas y se adentró al reino buscando a cada ser humano con la marca de alguna constelación en uno de sus dos brazos
Pasó días buscando y capturando estrellas, pidiéndoles deseos que para ellas era imposible negarse y entonces terminaban muertas sin más. La gente dentro de Pléyades estaba aterrada y planeó encontrar alguna estrella antes que él y protegerla, a lo que el pequeño Lyncis pensó en el deseo perfecto para salvar la vida de las estrellas del malvado extranjero.
El niño a las horas después se encontró con una bonita mujer con una constelación en el brazo izquierdo, él sonrió con tristeza y se le acercó con algo de timidez.
― ¿Puedo pedirle algo? ―preguntó con una voz tan bajita que la mujer tuvo que agacharse para escucharlo
― ¡Claro, cariño! Cuéntame ―respondió
―Deseo que las próximas estrellas por nacer no lleven esa marca de constelación en su espalda, me gustaría pedir que su distintivo como estrellas sea... otro.
― ¿Cuál sería ese? ― preguntó
―Quiero que nazcan con los ojos cerrados ―dijo cerrando sus propios ojos―. Y que... no puedan abrirlos más― susurró avergonzado.
― ¿Quieres que sean ciegas? ― curioseó ―. ¿Estás seguro de eso?
― ¡SÍ! ―exclamó el niño con las lágrimas corriendo por sus mejillas, sintiendo un contradictorio sentimiento en su corazón al saber que salvó a las próximas estrellas, pero que igualmente les quitó la capacidad de ver el mundo.
―Deseo concedido― le sonrió la mujer y frente a sus ojos se convirtió en polvo, un polvo brillante y plateado que se elevó al cielo, el niño suspiró contento al saber que la bonita mujer iniciaba su viaje al lugar a donde pertenecía.
Luego de un par de días, Arietis abandonó Pléyades cuando notó la ausencia de las marcas consteladas en la piel blanca de los lugareños, sin embargo volvió a Sirah con tanto dinero que podía levantar un montón de montañas.
En Pléyades, se prometió mantener la nueva distinción de sus estrellas en secreto y cada vez que algún nuevo forastero cruzaba las fronteras del reino la existencia de los humanos-estrella se negaba por completo. Protegiéndolas.
Y la paz en Pléyades se extendió por el resto de sus días. Viviendo estrellas y humanos en armonía.
FIN.
Yukata al terminar de hablar cerró el libro con impaciencia y observó a Akira distraído, el moreno suspiró y abrió la boca para hablarle, pero alguien se le adelantó.
― ¿Eso es todo? ― preguntó Yuu, un niño alto de cabello oscuro y rasgos duros. Juntó sus dos manos alrededor de su boca y dijo ―. ¡Aburrido!
― ¡Yuu! No seas grosero― exclamó Takashima con sus ojos miel abiertos a más no poder y su cabello de medio largo desordenado meciéndose sobre su frente, él estiró una de sus pequeñas manos y golpeó el brazo izquierdo de Yuu ―. Deja de ser un idiota― espetó mirándolo con rabia y trás una leve pausa habló nuevamente ―. A mí me gusta mucho ese cuento, es muy bonito.
Akira quiso sonreírle al escucharlo, sin embargo, no podía. No sabía con claridad en qué lado se encontraba el castaño, puesto que él había nacido sin el sentido de la vista. Claramente la ausencia de este no había complicado el primer año de su vida, pero los demás fueron un caos. Siempre odió de sobremanera no poder mirar a su mamá, sus hermanas le decían constantemente que ella era mujer muy bonita se la describían como una fémina de baja estatura, piel blanca, ojos almendrados y de un color muy claro. A él le gustaba imaginársela utilizando grandes kimonos de colores que resalten el blanco de su piel y... oh, sí, su mamá era preciosa.
Sin embargo, nunca bastó imaginarla. Él quería verla y poder abrazarla por sí mismo, no le gustaba cuando la gente tomaba sus manos y las colocaba con delicadeza sobre su propio cuerpo, no le gustaba porque le hacía sentir inútil. Y no lo era. Él demostraría que podía hacerlo por sí mismo... algún día, cuando él encuentre el lugar en donde viven las estrellas y pediría su deseo.
―Yo también lo creo Yuu, el cuento es muy bonito. Las estrellas son muy bonitas también― eso último lo dijo mirando directamente a Akira, aunque él no podría saberlo.
―No seas ridículo, Taka― dijo Yuu con diversión ―. Ese era solo un cuento para niños, esa no es la explicación de la ceguera. Además― dijo arrastrando las palabras, mirándolos a todos con insano entretenimiento―. Ese niño uh... ¿Lyncis? Fue un idiota, debería haber pedido otra cosa― terminó con un gesto de disgusto.
―Y otra cosa― dijo nuevamente Yuu ―. ¿De dónde rayos viene el nombre del reino ese? Plé... Plé... Plé ¡Ay! ¡Me rindo es demasiado para mí! ―Se encogió de hombros y cruzó sus brazos en su pecho mirando a todos con desagrado.
―Es Pléyades, imbécil― dijo Yukata mirando a Yuu de forma asesina, el niño imitó el gesto de su padre al llevarse dos de sus dedos al puente de su nariz y lo masajeó, con cuidado de no pasar a llevar sus lentes y empujarlos de manera violenta―. El nombre Pléyades proviene de un cúmulo estelar, lo que significa que hay muchas estrellas juntas por la gravedad, de la constelación de Tauro― dijo arreglándose las gafas que fueron cayendo a medida que hablaba.