El mejor regalo

El secreto

Viajamos sin la autorización de mamá y llevando solo lo que teníamos puesto. No paramos a comer ni a descansar y cuando llegamos a nuestro destino, me sentí mal al recordar que todo mi pasado estaba allí, amenazando con volver.


Mi hermana recomendó visitar mi antiguo hogar y aunque no me parecía muy buena idea, tuve que hacerlo para descartar dudas, pues pretendía encontrar respuesta a las misteriosas cartas de Antonia.  


Nuestro antiguo hogar estaba invadido por familiares y amigos de mi ex y aunque quise huir en cuanto aparqué frente a la propiedad, sus primas, esas que lloraban sentadas en la plaza, me identificaron en cuestión de segundos. Rodearon el auto con prisa, con las mejillas rojas y los ojos hinchados. Me saludaron con tristeza y me abrazaron con fuerza.


Quise mantenerme fuerte y frío, pero cuando supe que su cuerpo estaba allí, a la espera de ser sepultado, el mundo me dio vueltas y terminé vomitando junto a la rueda de mi auto en plena navidad.


Me obligaron a pasar y me relataron los últimos hechos, esos que mostraban a Antonia más inquieta que nunca. Ni siquiera su madre sabía que estaba ocurriendo con ella y recién lo descubrieron el día de su muerte, cuando dejó en evidencia la verdad: Antonia estaba embarazada, ocultando la verdad desde que nos habíamos separado. No quería estar en boca de todos y estaba asustada pues no sabía a quien le pertenecía la paternidad de su pequeña.


Me negué a creer lo que me decían y me reí de ellos, de sus crueles bromas, pero su padre se encargó de dejarme en claro toda la verdad:


—Antonia y Martín murieron en el accidente. Los doctores hicieron un milagro salvando a la niña —siseó, explicando los hechos—. Los padres de Martín pidieron prueba de ADN para comprobar la paternidad de su hija. Los exámenes salieron negativos, Lucas —terminó y me miró serio.


—Qué pena por ellos, no serán abuelos y justo en navidad —refunfuñé como un ogro. 


—Lucas, el bebé es tuyo —afirmó y quise golpearlo directo en la boca para callarlo para siempre. 


—Sí, claro —satiricé y rodé los ojos. Odiaba lo que me hacían—. ¡No, no me van a engañar otra vez! —grité y busqué escape al ahogo que sentía, al dolor que me subía por el pecho y me quitaba la respiración. 


Ya me habían mentido cuando su hija mantenía dos relaciones a la vez, no iba a caer otra vez en sus mentiras. 


Recibí los documentos de la hospitalización de Antonia, también los de su hija de mala gana y me subí a mi auto, buscando refugio con un cúmulo de lágrimas en la garganta, en compañía de Rafa, quién parecía sorprendida por lo que acabamos de oír. Me quedé en el auto por largas horas y en silencio. Rafa leyó los documentos que tenía en las manos y me enfrentó cuando la medianoche llegó, cuando a nuestro alrededor, el resto del mundo celebraba navidad con suma alegría. 


—La hija de Antonia es AB negativo —siseó y quise llorar producto de la rabia—. Tú también eres AB negativo.

 

—¿Y qué? Mucha gente es AB negativo —refuté.

 

—Sabes que no —molestó ella.

 

Y tuve que gruñir por todo lo que sentía en ese momento. No estaba listo para aceptar que Antonia había muerto y que además me había dejado a nuestra hija para que me hiciera cargo de ella, no estaba listo para nada, menos en la noche de navidad. ¿Cómo se suponía qué iba a hacerlo si ni siquiera había sido capaz de salvar nuestra relación? ¿Acaso, nuestra hija, era el regalo que merecía después de tanto daño?




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