El Monstruo |

3. Braga.

Dejó la corbata deshacer su nudo bajo sus largos dedos, sumido en la oscuridad de la habitación, apenas sintiendo el reflejo de la tarde-noche caer como ninguna, sacando sus zapatos, aligerando la carga de su cuerpo al sacarse la camisa blanca en medio de la penumbra, mirando a los alrededores, volviendo a mirar los zapatos contra la cama, escogiéndolos para posicionarlos sobre la mesa de noche, yendo hacia el cuarto de baño, encendiendo la luz, presionando el botón de agua caliente antes de entrar en la ducha, quedando bajo el grifo, echando su cabello hacia atrás.

¿Por qué? ¿Por qué había hecho eso? ¿Por qué siquiera dijo la palabra renunciar? No podía creerlo, menos cuando estaba dándole todo lo que necesitaba, la estabilidad que perdió con el paso de los años, además de permitirle ser algo más, esperando de esa forma conociera su capacidad, los límites a los que podía llegar incluso, cómo la gente llegaba a conocerla de su parte, aumentando su círculo casi nulo, afianzando sus pasos en la vida.

Por lo que sabía, su madre era viuda, había quedado huérfana de padre a una temprana edad para nada favorable, sobreviviendo en lo que pudiese encontrar, cualquier ámbito como vio en los datos mostrados, aparte de los encontrados en la base, corriendo con una carrera de maestra en la que no se desenvolvió nada más que en una ocasión, cuando dio sus conocimientos en una pequeña sala de tarea, desapareciendo sus registros después de ello, como si ocultara alguna cosa que no pudo ver, cosa que le preocupaba.

¿Y si quería dejar el trabajo, porque eso estaba volviendo a su vida? Seguramente no, si no se encontraba entre lo que tenía, la respuesta debía ser otra, muy distinta, posiblemente siendo la misma que volvía a su cabeza al ver la broma que le hizo sin pensarlo dos veces. El problema era con él, sin razón alguna, tenía que averiguar qué había en el fondo de ello, descubrirla, poder abrir su espíritu maltratado, aunque eso le costara mucho más que el año que llevaba a su lado, donde no negaba en lo absoluto su eficiencia innata, como si lo aprendido en los primeros meses a su lado, trabajando para un hombre fantasma, le parecía algo normal, sin intención de pasar los límites, menos de rebuscar entre su vida, ni en búsquedas de internet, tomando la oportunidad por sus palabras hasta pulirla en lo que hoy en día terminó por convertirse. Una secretaria bastante eficiente a la que no quería aceptarle su renuncia.

¿De qué viviría? La economía de su madre no era buena, tampoco sería lo mismo cuando el dinero que debía darle como correspondía en el contrato, terminara. Es decir, ni siquiera la manutención del ejército suponía un sustento grandioso, siendo mayor de edad. El tiempo, las condiciones cambiaban, pudiendo verlo al paso que iban en esos cinco años cumplidos en la cárcel, donde entendió, al salir, que nada de su mundo de años atrás, quedaba como concreto, adaptándose a la nueva vida, a ser una sombra, a trabajar antes de dar su verdadera cara frente a los empleados, a la prensa incluso, sabiendo que tan pronto comenzara su camino, lo que era terminaría de cabeza, no queriendo herir a nadie en el trayecto, ni siquiera a ella.

Sacudió la cabeza, tratando de no pensarla, camino difícil por el que buscó transitar, perdiéndose en la carretera cuando sus facciones opacaron sus sentidos, recordando cómo ocultaba su labio inferior detrás de sus dientes, sintiendo una extraña sensación removerse al notar lo bonita que era, encajando su apodo expresado de ese modo tan natural, causando estragos en él, como si se tratada de un pequeño hechizo, pasando las manos por su rostro para no evocarla más. No quería, no era necesario si no deseaba sentir, si buscaba mantenerse al margen en el ámbito sentimental para no tener que perderse tan fácil como la primera vez, donde no quedó más que vestigios, huellas a punto de borrarse para siempre como algo que nunca comenzó.

Dejó salir el aire contenido, pegando su cabeza de la baldosa, sintiendo una mano tocar su hombro mojado, viendo a la mujer ocupar espacio junto a él, frunciendo el ceño, bajo el agua que mojó en esa ocasión su piel, siendo más pequeña que él, acercándose sin problema alguno, posando sus manos en su rostro, antes de hacerse en puntillas, besando sus labios como recibimiento, incrustando las manos en su piel.

—Natalia—murmuró contra su boca, manteniendo los ojos abiertos, respondiendo inquieto, pegándolos de la pared de la bañera, cerrando el grifo—. ¿Qué haces aquí? —demandó, viéndola apartarse un momento, fijando sus ojos en él.

—¿Así recibes a tu esposa? ¿Con una pregunta sobre qué estoy haciendo en la misma casa, en la bañera, contigo? —preguntó, colgada a él, sin soltarlo, apretando la mandíbula un segundo.

—Por favor, no empieces—pidió, intentando alejarse, saltando a su cuerpo, apresando sus piernas en su cintura—. Natalia…

—Estoy cansada de esperar—declaró, aprisionando su cuello—. Quiero que me hagas tu mujer, que estés conmigo en cada parte de este sitio. Necesito dejar de ser solo un anillo de hace cinco años, Alexander, ¿por qué no puede suceder? —El hombre se apartó, poniendo distancia, pasando la mirada por su complexión, por lo que era completamente, preguntándose si en verdad estaba listo para hacerlo, si quería darle una oportunidad.

¿Tanto costaba? ¿Qué le impedía hacerla feliz? ¿Por qué no reaccionaba a sus pedidos, al matrimonio que los mantenía atados, si solo debía cumplir con su rol, sin rechistar? Cubrió su rostro, renuente, pensando que tal vez de eso se trataba, el no querer llegar ahí, a perder la razón, a meterse en algo que no podía dejar gobernara su vida, por mucho que el deseo se hiciera presente para ella en cualquier sentido, consciente que no era justo, ni siquiera para la mujer frente a él, meterse en una relación íntima donde no sabía cómo iban a terminar, viendo el punto más importante, que tan pronto sucediera, ella tomaría una parte relevante en la empresa, lo que no debía ser correcto, no si no la amaba, ni no ansiaba tenerla cerca nunca, si la repelía por completo, a pesar de ser lo que otras no.




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