Fría y oscura era la noche, la casa solo mantenía a luz encendida en la parte frontal, la que daba a la montaña. El frío del mes de octubre solo decía que el próximo mes venidero sería de mucha oscuridad por las nubes en tono gris.
El día anterior el cielo había estado nublado y algo frío, no tanto como el día de hoy pero él podía jurar que vivir cerca de la montaña no significaba estar cien por ciento solo.
—Maldición, qué frío tan horrendo.
Caminó a la casa con su escopeta en mano y detrás de él, Neón, su perro pastor alemán, un perro tan viejo y fiel, le seguía a todas partes y siempre volvía a él, todos los días después de cada cacería.
Los pastos resecos y los matorrales endebles, había sido provocado tan desgaste en la vegetación por el invierno, ese año había sido más brusco que en el pasado. Dejó que entrara primero Neón a la pequeña casa y luego él, enseguida se dispuso a ponerle leña a la vieja chimenea y hacer que la casa tuviera calor, él se moría de frío pues ya estaba envejeciendo.
—Neón—le habló en tono fuerte a su fiel compañero, echado sobre su alfombra favorita—este mes hace mucho frío y no quiero que andes por ahí siguiendo conejos—él le lanzó un quejido y agrandó los ojos negros—más bien, no quiero cargar tu cuerpo por andar de excursionista, ¿entiendes?—el perro simplemente levanto la mirada y luego estiró las patas delanteras.
Cerro la ventana que daba vista a la montaña pero en el momento en que lo iba a hacer a lo lejos diviso una silueta, algo se escondía entre los árboles y los matorrales resecos. Se quedó mirando por un breve momento pero luego negó con la cabeza alegando que solo había imaginado eso.
Posteriormente durante una semana, justamente a la misma hora y en el mismo lugar, volvió a ver esa silueta, durante las dos primeras y hasta la cuarta vez creyó que era algún problema de la vista pero siempre sentía en su pecho una ligera sensación de desconcierto como si ese alguien fuera algo atrayente y “especial”.
Sí, era un ser especial pero ese pensamiento y sensación los arrojó contra una esquina polvorienta de la pequeña casa, arrojó unos cuantos leños al fuego y los observó consumirse, por extraño que pareciera deseaba sostener el fuego entre sus manos como empuñar una escopeta, su escopeta.
Pero solo se detuvo cuando las llamas quemaron sus dedos pálidos y fríos, estaban tan fríos que ni siquiera se había dado cuenta de las llamas hasta que el calor abrasador le hizo maldecir. Neón lo observaba desde su lugar favorito, pero soltó un ligero lamento, el viejo hombre colocó su mano en un balde de agua helada, era lo único que podía hacer para aliviar el dolor, era una fuerte quemada, le había dejado la piel roja.
—Eso fue estúpido, lo sé, Neón—sacudió la mano y lo envolvió con un trapo viejo y mugriento—prometo no volver a hacerlo.
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Editado: 24.10.2020