La señora Catalina era madre soltera, diez minutos después de haber puesto todo en la pequeña mesa su hija de quince años llegó, se llamaba igual que ella. Me sonrió amablemente y cuando me miró se ruborizo un poco cuando le di la mano en señal de saludo.
Los cinco nos sentamos en el pequeño comedor y la comida resultó estar deliciosa. Jasón hablaba de sus clases de pintura y Catalina hija parecía muy emocionada por iniciar las clases de piano y por alguna razón, la señora abrazó nuevamente a Chloe y a quien le agradeció, quise preguntar porque, pero me detuve.
Me gustaba el ambiente de la velada, Chloe sonreía muchísimo, y algunas veces reía alto por las ocurrencias de Jasón, que era el guía de las conversaciones. Me resultó claro que llevaban un tiempo compartiendo con la chica de azulada mirada y cabello rizado que a veces me observaba unos segundos.
La señora Catalina era guatemalteca, pero hace unos años se mudó a California, y llevaba un par de años viviendo en Riverside, que era donde nosotros vivíamos. Obviamente su situación económica no ha mejorado mucho pero logran sobrevivir gracias a los pocos trabajos que encuentra, generalmente limpiando algunas casas o apartamentos.
Catalina era el tipo de mujer que mi mamá admiraba, el padre de sus hijos se fue cuando su hija Catalina cumplió un año, luego nos explicó que Jasón era realmente su sobrino, pero cuando su hermano y cuñada fallecieron, ella no dudó en hacerse cargo de él.
La llamada de Roberto cortó mi burbuja, había perdido la mitad del día de clases, y ya estaba esperando por mí y los detalles de mi enorme aventura, que obviamente para el incluían a una chica, pero no de la manera más decente.
—Tenemos que irnos, ya terminaron las clases—dije en voz alta, volteé a ver a Chloe, quien dejó de conversar con Catalina hija.
—Tú puedes irte, yo me quedo aquí.
—Yo puedo llevarte a tu casa—ofrecí.
Ella negó con la cabeza y sonrió de esa forma que no sabía alguien podía sonreír. Estaba seguro que ninguna sonrisa lucia dulce o hermosa como lo era la de Chloe.
—No, tú regresa y yo me quedo aquí, mi familia ya sabe dónde estoy. Tú podrías tener problemas.
En realidad no quería irme y menos sin ella, no quería dejarla, nuevamente Roberto me llamó, era la tercera llamada que rechazaba, eso no era común en mí.
Sin pensarlo mucho me puse de pie y todos los de la mesa lo hicieron, me despedí de Jasón con su saludo de adulto, de Catalina hija con un beso en su mejilla dejándola visiblemente ruborizada y de la madre quien me abrazó fuertemente.
Chloe caminó conmigo hacia la puerta, se movía con mucha familiaridad en la pequeña casa. Ciertamente no era lo que esperaba cuando seguí a Chloe en la escuela, pero ha sido de las mejores veladas que he tenido en mucho tiempo.
—¿Y cómo regreso?—pregunté una vez fuera.
—Estás a unos doscientos metros de la escuela, siempre en línea recta—me dijo con voz tranquila y relajada apuntando hacia la salida de ese parque de casas rodantes.
— ¿Seguro te quedas?
—Debo hacerlo.
— ¿Por qué?
La joven ante mi expulsó un pesado suspiro y pareció pensar la respuesta, pero cuando puso su mirada en mi comprendí en realidad el porqué aún cuando no lo dijera.
—Ahorita la salida de la escuela está llena de alumnos bulliciosos y chismosos, si nos ven llegando juntos sería mortal, para ti sobre todo.
— ¿Y porque más para mí?—reclamé.
—Por Dios Harry, casi te mata rechazar un par de llamadas de tu amigo, te importa demasiado lo que piensen las demás personas de ti y es normal, no te estoy juzgando.
—Pareciera que si—dije entre dientes.
Ya los dos habíamos caminado hacia la salida del terreno del parque, ella se detuvo de pronto.
—¿Piensas que te estoy juzgando?
Temí asentir, pero lo hice.
—Eres un cínico, desde que llegué a ese lugar me declararon la guerra y ahora te incómoda que yo te diga la verdad.
—Solo hiciste un comentario de lo que piensas soy yo, es todo lo que haces. Piensas que mi vida gira en torno a lo que los demás dicen de mi—reclamé, no sabía cómo había salido eso.
Me miró completamente seria, mierda, había matado el momento, ese pequeño momento de normalidad que tuvimos.
—No es un maldito comentario de lo que pienso, no estoy diciendo mentiras. Te aterra enfrentarte a tus amigos, te crees el líder de ellos, pero terminas haciendo lo que ellos quieren con tal de no perder tu concepto.
Sus palabras me molestaron. Posiblemente no debería, pero era lógico que Chloe hundía verdades en ese espacio donde mi ego de líder no quería dejar entrar nada, ni siquiera la honestidad.
—¿Hablas de mí? Tú ni siquiera puedes tomar un cumplido, eres maleducada, siempre que te hablo me ignoras, si tan solo fueras más abierta, accesible, las demás personas podrían hablarte.
—Yo no quiero que me hablen porque sea igual a todos—me dijo aun seria.
—¡Al menos pensarían que eres normal!—grité.
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Editado: 17.09.2023