ELIZABETH
Se me secó la garganta y me quedé en blanco, y él se dio cuenta, porque terminó de fumar su cigarro, lo apretó contra el cenicero y resopló.
—Bueno, dejemos esto hasta aquí por ahora. Solo piénsalo y me llamas, o vas a mi oficina —dijo y se levantó, una sonrisa calma pintaba sus labios—. Tengo que volver a casa, se hace tarde, así que hablamos después.
Avanzó hacia la salida, pero se detuvo, volteó y añadió:
—¿Preferirías salir de aquí conmigo? Así te evitarás cualquier otro encuentro desagradable.
Recordando lo de recién con Dylan, me levanté como un resorte y fui tras él sin decir demasiado, todavía muy metida en mi cabeza.
Me guio hasta abajo, y al salir encontré de nuevo a aquel hombre de más temprano, de seguro su empleado, que me miró con cierta extrañeza.
—Si no le importa, me gustaría acompañarla a casa, ¿señorita…?
Me detuve en seco, y solo entonces capté que ni siquiera me había presentado.
—¡Jones! Soy Elizabeth Jones —dije por reflejo y cierta vergüenza, y contemplé su sonrisa juguetona.
—Perfecto, señorita Jones. Yo soy Luka Herzog, pero puedes llamarme Luka, y yo te llamaré Elizabeth, ¿de acuerdo?
Tragué, fija en mi lugar por alguna razón, quizá su familiaridad repentina, y asentí con la cabeza.
—Está bien.
—Genial, ¿entonces nos vamos?
De pronto apareció un auto en la entrada, un lujoso vehículo negro de alta gama, y sentí un espanto por dentro al ver que el empleado abría la puerta del asiento trasero y me veía.
Por reflejo, negué con la cabeza.
—¡No! Si no le importa, prefiero tomar un taxi a casa. Muchas gracias por su ayuda hoy, señor Herzog. Pensaré sobre esto.
Alcé la tarjeta de presentación en mi mano y, sin esperar a nada más, salí casi corriendo de su vista, rumbo a parar un taxi.
Gracias al cielo llegó uno pronto y me fui a casa, teniendo que calmar mi corazón en el camino por todas las cosas que se me revolvían en la cabeza.
Esa noche, recostada en mi cama, no pude evitar pensar en la propuesta que me hizo. Si estaba dispuesto a triplicar la donación de la empresa de Spencer sería magnífico para los niños, y si podía conseguir un mejor sueldo podría pagar las facturas de Dayan y así la señora Young ya no se estaría llevando las manos a la cabeza a fin de mes cuando sacara las cuentas, ni volvería a decir que solo servía para desangrarnos económicamente.
Agarré la laptop e investigué un poco más sobre Luka Herzog. Según su perfil de Instagram, ese que actualizaba de cuando en cuando, era un empresario exitoso al que además le iban los deportes de riesgo. Había fotos suyas esquiando, practicando motociclismo y BMX, e incluso paracaidismo. Me quedaba claro que le gustaban las emociones fuertes, pero también había muchas fotos de paisajes con notas curiosas, casi nostálgicas, por las que mucha gente le dejaba comentarios variopintos.
Salía junto a Madame, Tara Liu, la mandamás de Corporación Yuanfen, y junto a otras personas que, al investigarlas, me di cuenta de que eran peces gordos de diversos lugares del mundo, sobre todo de Europa. Bueno, era húngaro, así que eso tenía sentido.
Tras una hora más o menos de chismear sobre él y su entorno, la ansiedad fue vencida por el cansancio y me quedé dormida.
A la mañana siguiente fui a trabajar a primera hora, pero lo que encontré no me gustó.
—¡Elizabeth, explícame por qué me llamó el señor Spencer y me dijo que olvidara cualquier propuesta de donación hecha por su empresa! ¡¿Qué demonios pasó anoche?!
Quien gritaba como desesperada no era otra que Olivia Young, mi jefa, la directora del orfanato en el que trabajaba, y no estaba de ningún buen humor.
—Me llevó a un club nocturno y quería que me acostara con él, y como no quise intentó forzarme. Un cliente me salvó. Perdón, pero no voy a venderle mi cuerpo a nadie.
La firmeza de mi tono la dejó en blanco, y necesitó un par de segundos para entenderlo todo. Su ira se diluyó y puso cara de circunstancias.
—Mierda… —masculló y se llevó el pulgar a la boca para morderse la uña—. Mierda… —Subió a verme con preocupación—. ¿Estás bien?
—Sí, sí. Gracias al cielo no pasó a mayores.
—Eso es bueno. —suspiró y se llevó la mano al pelo—. Sé que no es bueno destacar esto ahora, no así, pero… de verdad estamos mal… esa donación representaba una salvación para nosotros y…
—Sobre eso —interrumpí, ganándome su mirar dudoso—, el hombre que me salvó anoche, bueno… dijo que podía triplicar la donación.
—¡¿Qué?! —La luz volvió a ella enseguida, pero enseguida se tiñó de sorpresa—. ¿Acaso…?
—No, dijo que no quería mi cuerpo ni nada. —Olivia respiró aliviada—. De hecho, dijo que estaba dispuesto a triplicar la donación con una condición.
—¿Cuál? —Olivia se puso ansiosa de repente.
—Que trabajara para él.
La sospecha volvió a ella.
—¿Cómo? ¿Eso no es lo mismo que buscaba Spencer?
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Editado: 30.10.2024