Por primera vez desde que conoció a Julián, sintió que parecían una pareja. No importaba la edad ni lo que ella hubiera sufrido antes por alguien. Él no tenía la culpa de nada y ella no debía obligarse a no sentir. Ambos estaban sentados frente a frente en una mesa alejada de los grandes ventanales, cerca de la pared y no demasiado lejos del lugar donde tendrían que recoger su pedido. Además de las bebidas, esperaban una tapa de patatas alioli.
—¿Cómo te sientes?
Raquel no entendió su pregunta.
—Bien… ¿O acaso tendría que estar de otra forma?
Él sonrió.
—No. Lo decía por lo que acaba de pasar —aclaró.
La chica cayó en la cuenta de que se refería a que habían estado durante un buen rato cogidos de la mano. Incluso ella seguía sorprendida por aquello.
—No hay nada de malo en tomarse de la mano, ¿no?
En realidad no hacía falta que ella hiciera esa pregunta, pero Julián entendió bien a lo que se refería. Sin embargo, eso no evitó que quedara asombrado por su reacción.
—Efectivamente, aunque no puedo evitar sorprenderme…
No era el único que se sentía así. Raquel, aunque se reconocía en sus palabras y acciones, aún seguía pensando en cómo había sido durante los últimos meses. Y aunque poco a poco se estaba recuperando, no quería precipitarse en cuanto a sus sentimientos. No quería ser dañada de nuevo.
—Yo no. Antes de estar así como me conociste, yo era más atrevida, más alegre…Y me alegra estar recuperando esa versión de mí misma.
—No sabes lo que me alegra oír eso. ¿Sabes algo? —Julián se inclinó sobre la mesa para hablarle en tono de confidencia, para que solo ella se enterara—. Me gusta mucho cuando sonríes, nunca olvidaré la primera vez que te vi sonreír…
Ella abrió un poco más los ojos.
—¿Cuándo fue eso? —curioseó, porque aunque últimamente también lo había hecho, intuía que no se refería a esos instantes.
—Hace ya unos años —confesó—. Un día que salía para ir a trabajar, te vi con tu madre en el pasillo y no pude olvidar esa sonrisa. Aunque me parece que tú no me viste a mí, o no mucho al menos…
Raquel dedicó unos segundos a pensar y se dio cuenta de que, en efecto, años antes había habido un cruce de miradas entre ellos. Pero como se marchó a vivir con su novio y regresó solo hacía unos meses a vivir con su madre, apenas lo recordaba cuando lo volvió a ver.
—¡Es cierto! Sí, sí que te vi, pero no te recordé hasta ahora.
En ese momento, llamaron a Julián para que recogiera la tapa que habían pedido. Él se levantó y volvió al instante con el plato. Raquel fue la primera en comer un poco.
—¿Y no te pareció raro encontrarme cambiada esa vez?
La chica se refería a la primera vez que se vieron a solas.
—Un poco… Sobre todo, me pareciste bastante tímida y apenas sonreíste. No sé si fue por mí o por lo que me contaste la noche de la discoteca.
—Fue por lo que te conté… —aseguró ella.
—Entonces… ¿Ya estás mejor respecto a ese tema?
Raquel no apartó su mirada de los ojos de él cuando le respondió:
—Lo he superado. Me he dado cuenta de que no puedo castigarme por algo que no fue mi culpa.
Se hizo el silencio mientras ambos seguían comiendo la tapa de papas. Los dos estaban pensativos, cada uno por un motivo diferente. No obstante, ninguno despegó su mirada del otro, salvo cuando pinchaban otra patata para llevársela a la boca.
—¿Estás segura de que lo has superado?
Ella no dejó de observarle.
—Segurísima.
Julián tragó saliva y después sonrió. No hizo falta que dijera nada para que ella entendiera que se alegraba de saberlo.
Tras una hora hablando, y después de terminarse las bebidas de forma definitiva, se fueron del bar para pasear un poco por el centro de Sevilla. Raquel hacía mucho que no lo hacía y agradeció en silencio su gesto. Volvieron a cogerse de las manos, como si fueran algo más que vecinos o amigos. Pasaron por delante de la Facultad de Bellas Artes y siguieron caminando hacia delante con la intención de llegar a la Plaza de San Pedro. Una vez allí, giraron hacia la derecha y se metieron por unas pequeñas calles a las que no entraba el sol, rumbo a la zona de la Catedral.
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Editado: 17.06.2020