Unos días más tarde, Julián se hallaba en su local, trabajando. Estaba distraído con las fotos que ese día entregaría y no se dio cuenta del sonido de la campanita que avisaba de la llegada de nuevos clientes.
—No recordaba que hubiera un estudio fotográfico por aquí.
Levantó la mirada al oír aquella voz masculina y encontró a un chico de pelo revuelto y ojos oscuros que no quitaba sus ojos de él. Su mandíbula cuadrada parecía relajada, aunque algo en su expresión le daba a entender que era una tranquilidad falsa. No sabía si de forma consciente o si realmente quería aparentar serenidad, pero tampoco le dio muchas vueltas ni le preguntó.
—Dentro de poco me caduca el DNI y vengo a hacerme unas fotos de carné para la renovación —continuó.
—Claro, sígueme.
Tras decir esas palabras, bloqueó el ordenador y salió del mostrador para guiar a su cliente hacia la zona donde hacía ese tipo de fotos. Se quitó la mochila, la soltó al lado del taburete y se sentó ante el panel blanco. Posó sus ojos sobre la cámara, aunque desvió durante unos segundos la mirada hacia Julián. El fotógrafo miraba a través del objetivo a su cliente.
—Cuando estés listo…
—Ya.
Tiró tres fotos y levantó el rostro para mirar al chico.
—Ven a ver si te gusta alguna por si quieres que repitamos o te quedas con alguna —dijo Julián.
Se acercó y tras un buen análisis de las fotos, se quedó con la última. Alegó que su mirada era mucho más profunda en ella y que le gustaba mostrar eso en sus documentos de identidad. Julián llegó a la conclusión de que el chico era extraño, pero no pensó en nada más. Le cobró por las fotos y el chico se marchó tras despedirse. El fotógrafo volvió a desbloquear el ordenador y se centró en lo que tenía que entregar ese día.
···
Raquel estaba en su habitación dibujando. Al cambiar de tema en el trabajo de fin de grado se le ocurrió incluir algunos dibujos que lo ilustraran. En un descanso salió de la habitación para tomarse un vaso de agua. Ni Cristina ni Marisa estaban porque en primavera el trabajo en la cafetería las mantenía más ocupadas. Como ella estaba liada con la recta final de la universidad no podía ayudarlas tanto como le gustaría, pero seguía haciéndolo durante los fines de semana.
Al llegar a la cocina, sacó un vaso del mueble y le echó agua del grifo. Bebió varios sorbos, volvió a llenarlo y puso rumbo hacia su habitación. No obstante, por el camino alguien llamó a la puerta y ella se giró sobre sus pasos. Soltó el vaso sobre una mesita cercana y se acercó para ver quién era. Quienquiera que estuviera al otro lado había puesto el dedo en la mirilla porque ella no logró ver de quién se trataba.
Decidió no abrir y volvió a coger el vaso para llevarlo a su habitación. Volvieron a insistir y ella no hizo caso, hasta que a la quinta vez no tuvo más remedio que acercarse de nuevo a la puerta. Pensó que quizá fuera Julián, quien sabía que estaría en casa todo el día. Lo que le extrañaba era que insistiera si sabía que estaba ocupada…
Abrió y se llevó una sorpresa al encontrarse a alguien completamente diferente a Julián.
Era Pablo.
Antes de que le diera tiempo a decir nada o a entrar en su casa, cerró la puerta, pero él impidió que llegara a completar el proceso.
—Pero ¿qué te pasa, Raquel?
No dejó de empujar la puerta en un intento por cerrarla, aunque el pie de Pablo lo impidiera.
—No, qué te pasa a ti. Te dije que te avisaría y aún no lo he hecho. No, que yo sepa.
—Pensé que se te había olvidado y preferí venir a esperar más. No puedo esperar más —recalcó.
Los nervios la estaban consumiendo y, por primera vez en mucho tiempo, sintió miedo. ¿Por qué había sido tan estúpida como para no hablar de ello a sus padres o a Julián? Reprimió las ganas de llorar y siguió empujando con mayor fuerza, aunque eso significara que su ex perdiera el pie.
···
Ninguno de los clientes que tenían la recogida programada para ese día aparecieron, aunque sí anunciaron de ello a Julián. Miró su agenda y tras ver que no tenía ninguna otra cita empezó a recoger. Apagó el ordenador y las luces de cada una de las salas antes de cerrar todas las cortinas y guardar algunos materiales en el almacén. Salió por la puerta, echó el cierre y se dirigió hacia el edificio donde vivía. Tenía muchas ganas de ver a Raquel, pero no quería molestarla.
Subió en el ascensor hasta la tercera planta y al salir y levantar la mirada, se encontró con una escena que le sorprendió.
—¿Cuántas veces tendré que decirte que no quiero saber nada? —Oyó decir a Raquel.
Poco a poco se acercó sin hacer ruido y observando al individuo que sujetaba la puerta con el pie. Aquella ropa le resultaba familiar y aquel rostro aún más. ¿Qué hacía ese chico allí? No sería… Avanzó más deprisa y, sin que Pablo lo esperara, lo retiró de la puerta tomándole del hombro izquierdo. Presionó sobre una zona que impidió que el chico se moviera a su antojo.
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Editado: 17.06.2020