Durante varios días Julián no pudo dormir porque no dejaba de darle vueltas a lo sucedido con el ex de Raquel. El fotógrafo se caracterizaba por ser un hombre paciente que prefería solucionar las cosas hablando y no peleando, pero con Pablo habría sido capaz de llegar a las manos si las cosas se hubieran torcido. Al ir a su estudio ya le pareció un chico extraño, pero la situación vivida después le hizo pensar que más que raro era un completo idiota. Comprendió la situación de su vecina y por todo lo que había tenido que pasar y apretó los puños conteniendo en lo posible la rabia que empezó a sentir. Si tan solo lo hubiera sabido antes ni siquiera le habría atendido ese día, pero ¿cómo saberlo? Después de eso no era capaz de dejar sola a Raquel por si volvía a molestarla. Le daba rabia que después de todo él fuera capaz de seguir teniendo alguna influencia sobre ella, aunque solo haciéndola sentir mal. Aunque ya no sintiera nada por su ex no era ciego ni tonto, pues se dio cuenta de que cada palabra de Pablo causaba cierta sensación agridulce en la persona que amaba.
Se levantó de la cama y fue directo hacia la ducha. El calor ya empezaba a asomar por la primavera sevillana y Julián ya no dormía con pijama. Abrió el grifo en cuanto estuvo dentro y dejó que el agua fría recorriera su cuerpo. Estaba cansado y no había dejado de sudar así que la temperatura era ideal para refrescarle y mantenerle despierto durante el resto de la mañana al menos. No pudo evitar recordar las noches en vela mientras fue fotógrafo de guerra y las secuelas que poco a poco fueron desapareciendo.
Al terminar, se vistió con una camisa negra que remangó hasta los codos y unos pantalones de color beige, y desayunó. Sus ganas de ver a Raquel aumentaron con el paso de los segundos. Veinte minutos después se encontró ante la puerta de su vecina, pensativo, hasta que al final golpeó tres veces con los nudillos. No esperaba encontrarse al otro lado de la puerta a Raquel vestida de flamenca. Durante unos segundos se quedó sin habla mientras contemplaba, embelesado, lo bien que le sentaba el traje coral de lunares blancos, el mantón blanco por encima, la flor al lado derecho de su rostro y un moño bajo. Se había maquillado un poco también, pero solo los ojos y los labios.
—¿Qué te parece? —preguntó girando sobre sí misma, permitiendo que los volantes hicieran su magia.
Julián tragó saliva y cerró la boca cuando fue consciente de la cara de bobo que seguramente tendría. Le dedicó una sonrisa con los labios cerrados.
—Que tienes mucho arte vestida de flamenca —respondió—. ¿Vais a la feria hoy?
—Sí, mi padre fue quien me dio la idea en realidad… Hemos quedado hoy con él, ¿quieres apuntarte?
—¿No le importará que yo vaya?
En ese instante se asomó Cristina por detrás de Raquel, también vestida de flamenca, y respondió en lugar de su hija.
—¡Claro que no! A Ricardo le caíste muy bien, seguro que se alegrará de volver a verte.
—Es cierto —corroboró Raquel con una sonrisa.
—Entonces también voy, de todas formas hoy no tengo trabajo. —Levantó los brazos y volvió a sonreír.
···
Los cinco estaban sentados en una mesa de la caseta a la que habían conseguido entrar. Un amigo de Ricardo era socio y desde siempre le invitaba, aunque él no acudía la mayoría de las veces. El sonido de la música era ensordecedor, pero la comida estaba buena y el rebujito también. Julián y Raquel se habían sentado juntos, Cristina y Marisa también, frente a ellos, y Ricardo se encontraba entre su exmujer y su hija.
—Me alegro de que hayas decidido apuntarte, así nos vamos conociendo más —comentó Ricardo.
Julián le dirigió una mirada y luego la desvió hacia Raquel. Ella sonreía y él se sentía feliz de verla así, aunque no supiera con certeza que por dentro también lo estuviera.
—Es un placer estar aquí y en la mejor compañía.
Raquel cogió la mano de Julián y la apretó un poco, como si quisiera decirle algo que solo él entendería sin necesidad de palabras. Y lo hizo, en cierta forma. Para ninguno de los otros tres pasó desapercibido ese gesto, aunque no hicieron comentarios al respecto. El fotógrafo, como si solo estuvieran ellos dos en la caseta y en la mesa, llevó la mano de ella hasta sus labios para besar el dorso, provocando que la chica se sonrojara.
···
Dos o tres horas después, la mesa tenía los restos de la comida. El amigo de Ricardo se pasó varias veces para comprobar que todo estuviera bien, así como otros colegas del socio de la caseta. Era un lugar bastante grande, por lo que había un lugar habilitado para que pudieran bailar quienes quisieran. Julián, que había estado atento a las conversaciones de su alrededor, además de estar pendiente de Raquel, le propuso a la chica bailar al menos una sevillana.
—No sé…
—Venga, vamos, seguro que será divertido. Tú piensa que solo estamos tú y yo bailando. —Y al terminar de hablar, le dedicó un guiño.
—No es eso, es que no quiero hacer el ridículo por no saber bailar sevillanas —confesó.
Julián soltó una pequeña carcajada.
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Editado: 17.06.2020