Era una noche de mucha brisa. Una puerta de lujo se abría vacilante. Adentro del lugar estaba oscuro. La persona que entraba buscaba un lugar donde poner las llaves. El aliento impregnaba su alrededor. Era el fantasma etílico que iba cubriendo cada rincón del apartamento. Trató de poner las llaves de una mesita pero su posición falló y las llaves se desplomaron directo al piso. Se escuchó el cantar metálico de estas y unas palabras.
—¡Mierda!
Con la mano buscó entre la penumbra el interruptor. Tardó unos instantes hasta que dio con el indicado. Lo accionó y se alumbró la parte principal. La entrada ya era visible.
Caminó con pasos enredados rumbos a la cocina. Sintió un leve apretón en la barriga. Su estomago se ponía en alerta. Aceleró los pasos y llegó al fregadero. Metió la cabeza y abrió la boca. La cascada de jugos gástricos salió a toda prisa. Hizo lo mismo un segundo después dejando residuos de comida en el metal.
―¡Maldita sea! —dijo.
Abrió la llave para que saliera el agua. Limpió el desastre que había hecho, se limpió la cara y asió un vaso para llenarlo de agua. Enjuagó la boca y se retiró de la cocina.
Caminó esta vez hasta el comedor. De igual forma esa estancia estaba sin iluminar. Se sentó, buscó entre los bolsillos de su traje un cigarro y el encendedor. Lo puso en sus labios y antes de hacer el intento de darle fuego, la luz se encendió. El hombre se sorprendió y frente a él fueron a hacerle compañía.
―Guillermo —dijo una voz preocupada.
Él la miró con el cigarro en los labios.
―Sofía… disculpa, te juro que mañana limpio el desastre de la cocina —contestó.
Hicieron un silencio incómodo. Próximo la mujer habló:
―¿Cómo estuvo la presentación?
—Bien, la gente pregunta mucho y después ofrece tragos y tragos ―contestó.
―Ya veo —dijo ella seria.
Guillermo logró prender el cigarro y Sofía le acercó el cenicero. Él sonrió a duras penas.
―Gracias —dijo.
Callaron y le dio una calada al cigarro.
―Guillermo, me voy —dijo Sofía con voz triste.
El hombre se ahogo al escuchar esas palabras; ¿me voy? Repitió en su mente. ¿Me voy? Pero ¿es una realidad o solo son cosas del alcohol?
―¿Cómo? —dijo.
―Que me voy Guillermo…
—Pero ¡¡¡Por qué!!! ―preguntó sorprendido.
Sofía respiró profundo, botó todo el aire y lo miró.
—Me enteré de todo Guillermo Alcalá. Me enteré de lo que sucedió aquella vez en una de tus presentaciones y traté de dejarlo pasar, pero sé que aún eso sigue vivo ―contestó Sofía.
—Sofía… ―dijo Guillermo.
—Cuando ganaste el premio, por mi mente pasó que lo que vendría iba a ser jodido. Medité en que podía aguantarlo, pero esto, ¡esto no es soportable! ―explicó.
—Sofía… Sofía, quiero explicarte…
―¿Explicarme qué, Guillermo? —preguntó en tono sereno.
Alcalá suspiró.
―Te lo iba a decir, en verdad, pero no encontraba la manera, me consumió la pena, no tenía como mirarte, como decirte que…
—¿Qué me habías traicionado?
―Que te había fallado, Sofía Antúnez… que había asesinado tu confianza, tus sentimientos después de todo…
—Después de todo lo que pasamos, ¿no?
―Después de que estuviste allí en cada momento —contestó.
De nuevo enmudecieron. Sofía bajó la cabeza, apretó los labios y soltó un leve gemido.
―Discúlpame, mi amor… —dijo Guillermo.
―No puedo con esto Alcalá, no puedo aguantar esto Guillermo Alcalá, siento que el corazón se desgarra a cada latir, es, es… es…
Tapó su boca con la mano y rompió en llanto, se puso de pies y caminó veloz.
—¡Sofía! ―gritó Guillermo.