El otro ayer

Nuevas caras

Una joven caminaba con cierta decepción en su cuerpo. No entendía los rechazos de sobriedad que le enviaba ese hombre cuando despertaban. ¿Qué le pasará? ―pensaba mientras el taconeo de sus pasos resonaba en las calles de Madrid.

«Pero si anoche follamos como nunca» pensó. Eso la mortificaba.

Se detuvo al ver el nombre del bar en la puerta. No le gustaba romper su rutina; rememoro lo que tuvo que sacrificar hace un tiempo para tener el cuerpo que poseía. Los acosos, las depresiones, los llantos, las decepciones y al final tener que levantarse y hacer la inmolación para mejorar, como el Fénix.

―Café Central —dijo.

Abrió la puerta y pasó lentamente. Para los ojos de los hombres que estaban dentro del local, la mujer era una belleza en carne viva. De carne, piel, oxigeno, alma y cintura. Un espectáculo de fémina. Caminó rápido con pasos de modelo y un taconeo suave. Llegó a la barra y poniendo la mano en la madera dijo:

―Un chupito de anís, ¡pero ya!

El barman hizo lo que la mujer ordenó. Sirvió de forma fulminante.

—Bien servido, señorita ―dijo.

La mujer agarró el vaso y bebió de un solo tiro.

—¡Otro! ―dijo.

El hombre volvió a servir y el otro caballero que estaba a su lado dijo:

—Es mejor que dejes la botella.

―Sí, mejor —dijo la mujer.

Al tercer chupito, la chica reclamó un vaso con agua. Sintió el cuerpo quemarse por dentro. Imaginó que parecía ridícula.

―Que mierda soy —dijo.

El hombre la miró. Alzó la mano para que le sirvieran otro vaso con agua.

―¿Mierda, por qué? —preguntó sin mirarla.

―¿Por qué?

—Sí, ¿por qué?

―Porque hago esto por un hombre que es impredecible, ¿sabes?

—Mmm… no sé, pero lo sospecho.

―Pues macho, es algo raro.

—¿Bisexual?

―No, no —dijo sonriendo―. No puedo descifrar su mente, es eso.

—Comprendo.

 

Ella sirvió otro trago de anís y él le puso otro vaso con agua.

―Vas a terminar toda ciega.

—No importa, ¿a quién le importa? ¿a ti? ―preguntó ella.

—No es que me importes, pero te vi las piernas hace unos minutos y sé que son de mucho trabajo mantenerlas. Ahogarte en alcohol no te va a ayudar en nada.

La mujer lo miró sorprendida. Suspiró un aliento a bodega de licores y habló:

―Sí, mucho trabajo, pero —se cubrió la boca por un hipo―. ¿No me has dicho cómo te llamas?

—Nicolás Marqués y ¿tú?

―Victoria… Victoria Ordú.

—Es un placer conocerte ―dijo Nicolás.

—Igual.

Chocaron los vasos, se vieron a las caras y sonrieron. Cierta picardía se mostró en ellos, pero es un principio básico cuando por humildad se conoce la gente.

Continuaron con la tertulia y tras ellos los tragos de anís, agua y cerveza. Después de hablar sobre las principales cosas de la vida; el trabajo, los estudios y el deporte, entraron en lo que llaman segundo plano: las relaciones sentimentales. Victoria empezó con la frase:

―A veces los hombres son impredecibles.

—¿Por qué? ―preguntó Nicolás.

—Pues, estoy saliendo con un hombre que cuando está ebrio, follamos hasta el cansancio. Me hace sucumbir en orgasmo tras orgasmo, pero al momento de que llega la sobriedad, me rechaza, es algo raro, no lo entiendo ―expresó descontenta.

—Venga, yo estoy igual con una mujer, pasa casi similar, pero a diferencia de ti, es que a veces deja que follemos sobrios. Otras veces se pone como a la defensiva y eso me acojona.

―¿Sí? Eso es raro, bueno, el mundo es extraño y siempre nos encontramos personas así.

—Vale, pero a veces pienso que ella puede tener otros gustos…

―¿Otros gustos? ¿Cómo cuales? —preguntó Victoria muy indiscreta.

―No sé, pienso que no está segura con su sexualidad, que puede ser lesbiana.




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