—Te amo— escuché esas palabras muy suavemente. Mis manos rápidamente soltaron el pañuelo manchado de sangre. Mi corazón acelerado me quitaba la valentía de voltear hacia él.
—Te amo, Ana — volvió a repetir. De forma lenta mi cuerpo giró. Unos ojos cálidos que me transmitían tanta paz esperaban una respuesta. Pero hoy había algo que arruinaba esa hermosa mirada. Un gran moretón alrededor de uno de sus ojos se imponía en su rostro. Eso y una herida en los labios que aparentaba ser profunda, pues el alcohol no pudo parar la sangre.
—¿Sabes cuánto te quiero, Damián? — mi mano nuevamente actuó sola y se posó en su mejilla.
—Lo sé...— mantuvo su mirada sobre la mía durante un par de segundos antes de continuar— Sé lo mucho que me quieres— terminó diciendo mientras ponía su mano encima de la mía.
—Entonces no hagas esto— le pedí con las lágrimas a punto de vencerme. Si alguno de nosotros decía algo más, esto se convertiría en una tempestad inundada de lágrimas y dolor.
—No pido nada, solo quería que lo supieras— la única respuesta que pude darle fue asentir con la cabeza.
—¡Damián! — la presencia de un ser pleno de energía e inocencia interrumpió nuestra escena.
Mi amigo alzó a Adri entre sus brazos y este último tan pronto alcanzó su altura invadió de besos todo el rostro de Damián. Ni siquiera se fijó en lo diferente que se veía. Su único objetivo era molestarlo hasta quedarse sin aire.
—Con cuidado, Adri. Lo puedes lastimar— mi hijo se detuvo sorprendido, pero sobre todo muy curioso por saber la razón del magullado rostro de su mejor amigo.
—¿Qué te pasó, Damián? ¿Te caíste? ¿O te golpeó alguien? ¿Eres boxeador? — aquellas preguntas desesperadas y continuas nos hicieron reír a carcajadas.
—¡Hey, amigo! ¡Pisa el freno, por favor! — esto solo logró que Adri hiciera muchas más preguntas que derivaban de posibles razones que pudieron causar el daño en el rostro de Damián. La imaginación de un chiquillo de cinco años tiene miles y miles de carpetas guardadas dentro de un pequeño almacén.
Escuché cada pregunta y cada respuesta. Nuestra tarde entera transcurrió entre carcajadas y sonrisas, pero mi amigo jamás le dio la verdadera respuesta. Después de todo, un niño jamás entendería el por qué un padre abofetearía su hija. Y mucho menos por qué solo el amigo de esta la defendería y no también su madre.
***
—Descansa, cielo. Te amo. — me despedí de mi hijo y él muy cansado me lanzó un pequeño beso al aire antes de cerrar sus ojitos. Dejé su puerta entreabierta y me dirigí a mi habitación.
La oscuridad me recibió en cuanto puse un pie adentro. Solo la luz de la noche que entraba por mi ventana iluminaba lo suficiente como para no tropezar mientras me desvestía.
Sin embargo, esta noche se sentía diferente. Esa sensación me consumió y me atrajo hacia la única fuente de luz. Observé a los alrededores, pero no encontré nada antinatural. Aparentaba ser tan normal y común como cualquier otra noche. ¿Entonces por qué mi corazón empieza a acelerarse?
Agitada y muy nerviosa, quise alejarme de la ventana. Deseaba envolverme en mis sábanas, esperando que estas de alguna manera me brindaran un mínimo de refugio.
Desgraciadamente, nunca pude siquiera hacer el intento, pues una presencia detrás de mí lo impidió. Su respiración se deslizaba por mi nuca y su aroma me mareaba con los recuerdos del pasado y de los sentimientos que creí haber destrozado y pulverizado por completo hace muchos años.
—¿Me extrañaste, pajarito? — la misma voz que me atormenta en mis sueños cada noche susurró aquella pregunta.
— Elio …
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