El peligro acecha

3. ¿Venganza?

A la mañana siguiente, una escandalosa alarma comenzó a sonar a las seis en punto. Rápidamente me apresuré a levantarme para poder caminar hasta el escritorio, donde no sé por qué razón se encontraba mi celular. Pero al poner un pie en el suelo, o eso fue lo que creí, sentí con la yema de mi dedo gordo lo que parecía ser pelo.

Asustada por el descubrimiento, volví a meter mi pierna en la cama y saqué mi cabeza por el borde de esta.

Un suspiro de alivio salió de mis labios al ver la cabeza de mi amiga allí, recordando que la noche anterior ambas se habían quedado a dormir aquí.

La alarma continuaba sonando, pero los dos cuerpos que aún yacían en el suelo seguían sin dar señal de vida.

Un gruñido salió de lo más profundo de la garganta, ese sonido me estaba comenzando a causar dolores de cabeza. Salí de la cama, esquivando a mis amigas y por fin llegué hasta el escritorio, logrando apagar el maldito despertador.

Me sentía como si fuera un zombi, mientras caminaba hacia el baño de mi habitación muy lentamente. Hice mis necesidades y luego me dirigí al lavamanos para poder lavarme los dientes. Un enorme bostezo salió de mí al verme en el espejo, parecía que un camión me había pasado por encima.

Mi cabello estaba completamente revuelto y debajo de mis ojos se encontraban las típicas ojeras, ya normales en mí. Tenía demasiado sueño, cerré mis ojos y suspiré, comenzando a pasarme el cepillo con pasta por mis dientes.

Cuando salí del baño, me dirigí a las dos que todavía se encontraban durmiendo y dejé mi cuerpo caer encima de ellas.

— ¡Vamos, que llegamos tarde! —Grité, sólo recibiendo gruñidos e insultos inentendibles de parte de ellas.

Emily fue la primera que comenzó a removerse para salir, por lo que moví a un lado dejándole lugar para que pudiera ir al baño.

Observé su pelo revuelto antes de que pudiera cerrar la puerta. Bien, el mío no estaba tan mal después de todo.

Me puse de pie, dirigiéndome al armario para así buscar mi ropa. Me cambié, poniéndome un jean y una blusa de las primeras que encontré, de color negra. Sí, la mayor parte de mi ropa era negra, me gustaba ese color, aunque las cosas se complicaban cuando quería encontrar una remera en específico.

Me senté en la cama, llevando conmigo las zapatillas que me podría y con mi pie comencé a mover a Alma, quién aún seguía durmiendo.

— Déjame. —Gruñó, para luego girarse y seguir durmiendo.

—Tenemos clases. —Dije en tono de regaño.

— ¿A quién le importa? —Murmuró a la vez que cubría su rostro con la almohada.

Rodé los ojos, que chica complicada. Me acerqué lo más que pude a su oído.

— ¡Alma! —Grité, provocando que saltara de la cama y me mirara con cara de pocos amigos.

— Eres insoportable. —Rezongó, al fin poniéndose de pie.

En ese momento, Emily salió del baño ya arreglada, por lo que Alma se apresuró a levantarse y encerrarse en éste.

Mi amiga me miró como si estuviera esperando algún tipo de explicación, por lo que me encogí de hombros y me dirigí a la puerta de la habitación.

Bajé las escaleras dando pequeños saltitos y luego seguí el camino hasta la cocina, donde me encontré a mi hermano terminando de acomodar todo para el desayuno.

— Oh, necesito una cámara para grabar esto. Es la primera vez que haces el desayuno, hermanito. —Hablé acercándome a él y ayudándolo con los platos que sostenía, haciendo prácticamente malabares.

Él rodó los ojos y me entregó dos platos, los cuales llevé a la mesa.

— Deja de decir mentiras, sabes que lo hago cada vez que puedo. —Negó con la cabeza.

Cada vez que puedo, porque cuando no lo hacía, se ausentaba unos cuantas horas sin siquiera decirme a donde se iba. En ocasiones hasta desaparecía unos días. Nunca me lo dijo, tampoco nunca pregunté, pero contaba con mis sospechas de que ese supuesto campamento, al que fue cuando éramos niños, tenía que ver. Aunque también sabía con claridad que sólo me esquivaría el tema si se lo preguntaba.

— ¿Y qué cocinas? —Pregunté, tratando de disipar todos aquellos pensamientos de mi mente.

— Waffles. —Respondió con una sonrisa, a la vez que se giraba y continuaba moviendo la sartén.

Sabía cuánto ese chico amaba la cocina, era sólo verlo en ella y notabas como sus ojos se encendían. Era increíble ver cómo se movía por ahí, como si estuviera en el mismísimo paraíso.

Negué con la cabeza divertida y me senté en una de las sillas del desayunador para ver cómo lo hacía.

Una pregunta apareció en mi mente respecto a la situación rara que había notado ayer entre mi amiga y él, por lo que no dudé en realizarla.

— ¿Qué tienen tú y Emily, Brian? —No quité ni por un segundo mis ojos sobre su espalda, la cual se había tensado al escuchar el nombre de mi amiga.



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En el texto hay: humor, peligro, amor

Editado: 28.03.2021

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