Dan sonrió con ternura y a la vez con pesar al ver al pequeño Eddie estar casi estático dentro de la incubadora, con su delicada piel blanquita traspasada con agujas, cables por todos lados, algunos yesos en las piernitas y brazos; plaquitas blancas adhesivas cubriendo heridas que anteriormente habían cerrado con hilo y aguja; dentro de su boca hacia su garganta un tubo con oxígeno le facilitaba la respiración al niño.
–Es un bebé muy fuerte. – Admiró la enfermera a un lado de Dan tras el cristal que los separaba de la sala en la que tenían varias incubadoras con niños prematuros, pero Eddie era un caso especial.
–No sólo es fuerte, – dijo el doctor – es un chiquillo con suerte. Hace un mes, cuando llegó no se le veía ninguna posibilidad de sobrevivir, menuda sorpresa nos hemos llevado.
Dan permanecía en silencio, sin dejar de admirar al bebé, sintiendo una fuerte conexión con él. Haría lo que fuera con tal de garantizar el bienestar del niño. Su celular sonó.
–Disculpen. – Dijo amable antes de salir de allí para contestar.
En la sala de espera del hospital atendió la llamada entrante en voz baja y precavida.
–Y bueno. – Dijo a la espera de una buena noticia.
–Qué mujer más tonta y débil, – respondió la rubia desde el hotel – no se quedó a decir nada, salió como una bala de aquí con la cara toda horrible por el llanto.
–¿Qué pasó con Olivia? – Preguntó este sin ningún atisbo de sorpresa en su voz.
–Sigue bajo los efectos de la droga, actúa normal aparentemente; – respondió con satisfacción – dije que funcionaría. Mañana ésta mujer no recordará nada.
–¿Martín la tocó? – preguntó Dan con algo de preocupación en su voz.
–Claro que no. – Respondió la mujer – Simplemente se mantuvo desnudo a la espera de la llegada de Leila.
–¿Las otras dos?
–Simplemente la besaron, quien hizo el trabajo sucio fui yo, – le recordó – aunque no tan sucio. Esta mujer lo disfrutó.
–Bien – la cortó Dan – era todo lo que quería saber. La otra mitad del pago estará en cada una de sus cuentas bancarias en menos de diez minutos y apliquen las reglas del trato, no más comunicación, no divulgar lo acontecido, no es conveniente para ninguno de nosotros.
–No somos estúpidos, además, es nuestro trabajo.
* * *
Dan encendió el motor de su auto y partió rumbo a su oficina en el centro de la ciudad, se quedaría a dormir allí y antes revisaría el expediente de otros casos que llevaba. Se adentró a la noche, con la seriedad habitual en él, el mundo le ofrecía la oportunidad de hacer justicia una vez más, sin importar si sería dentro o fuera de los tribunales.