Cuatro meses pasaron, Olivia estaba preocupada, Leila no respondía las llamadas, tampoco sabía cómo contactar a sus padres. Las redes sociales no mostraban indicios de visita por parte de Leila y su antiguo jefe sólo de dijo que aquella mujer simplemente dejó de asistir a su empleo. El dueño de la residencia en la cual vivía antes de desaparecer tampoco le dijo mucho. Ésto ya comenzaba a angustiarle de verdad, lamentaba haber tenido ciertas diferencias de opiniones un día antes de no recordar nada, pero si por eso Leila se había marchado, estaba siendo una exagerada, apenas fue un berrinche, sin violencia, sin causas externas a su relación.
–Tampoco nos dijo a dónde se iría – le dijo uno de los hombres que eran amigos de la pelirroja – ni siquiera sabíamos que se había marchado.
–Está bien – respondió ella antes de despedirse – seguiré buscando.
Dio media vuelta y se alejó de la pareja gay, fue entonces cuando visualizó un auto que desde hacía días parecía estar siguiéndola. Se apresuró más hacia su propio auto, lo montó y luego de encender el motor, se puso en marcha.
* * *
Leila tenía ojeras, un cigarrillo encendido entre sus labios, una botella de licor en sus manos y falta de empleo. Había alquilado un apartamento en el pueblo en el que ahora residía. Los ahorros los había gastado en meses de renta y un celular basura, útil no más que para llamar o textear. Marcó nuevamente al número de Olivia, ya habían pasado varios días, y ahora sólo quería desahogarse, terminar de morir, en realidad su baja autoestima y debilidad mental la llevaban a cometer actos estúpidos muy a menudo. El teléfono sonaba, confirmando que aún esa otra línea estaba hábil, pero nadie respondió. Entonces se echó a llorar, en medio de su miseria, rodeada de platos sucios y algunas cucarachas.
Era asfixiante estar allí, en un pueblo, que aunque con buena temperatura fría y hermosos reverdecidos paisajes a pesar de ser una pequeña población, era el punto rojo a la hora de señalar a la zona con más violencia. Eso poco le importaba, Olivia era su todo, su núcleo y su entorno. Tragó saliva con fuerza, sintiendo la garganta doler antes de toser. Ahora no sólo debía soportar su infernal estadía allí, cerca de sus padres, pero sin tener ningún contacto con ellos; sino que debía estar atenta ante el posible acecho de Leonardo, antiguo amante con el cual ahora no tenía relación, debía estar por allí, cerca, en su oficio impuesto por su padre, un viejo maníaco y con falta de tacto. Con un poco de suerte y precaución no sería pillada por aquel joven hombre de ojos claros como el océano iluminado por un radiante sol.
* * *
–¿Qué quieres? – preguntó Olivia al ser interceptada por Dan a las puertas de la agencia de seguros.
–Te lo diré, desde luego. – aseguró él – Pero no aquí. Vallamos a un lugar más apropiado.
–No iré contigo a ninguna parte. – gruñó la castaña de largo cabello ondulado – Ya déjanos en paz a Leila y a mi.
–Oh, claro que sí, – contradijo él – desde luego que vendrás conmigo. ¿O quieres que tu preciado jefe te quite tu rentable empleo al saber de qué te puedo acusar, – chantajeó – y sabes que tengo pruebas. Puedo hundirte.
–No te debo nada. – Replicó ella con renuencia.
–Sí, Olivia. – Refutó él – Me debes una cosa, y muy grande, sabes que puedo echarte el mundo encima, así que colabora.
–¿Qué quieres que te diga? – se vio acorralada, tragó saliva con fuerza – No sé dónde diablos anda Leila. No he sabido nada de ella desde que me dejó.
Dan sonrió en gesto de burla.
–Supongo que debe estar muy herida, – siguió burlándose – pero es muy poco para lo que merece sufrir. – Pausó, masajeando su barbilla y mirando descuidadamente a su alrededor – Tengo un trabajo para ti. – La miró a los ojos nuevamente, traspasando aquella verde mirada – Verás, tu antiguo celular ha estado sonando todo este tiempo, supongo que es Leila...
–Maldito – lo interrumpió – robaste mi celular...
–Ya cállate, – le ordenó con voz autoritaria – no sólo hice eso, también planifiqué que Leila te encontrara en la cama, toda drogada y borracha en una orgía.
–¿Cómo pudiste...
–Así como tú pudiste callar aquella cosa que no querrás que mencione ante los tribunales. – Zanjó él con el tono típico de un abogado.
Olivia parecía querer matarlo, le dedicó una mirada feroz.
–Dije que no te puedo ayudar. – Repitió ella sacudiendo la cabeza ligeramente.
–Esperarás a que vuelvan a llamar, – pautó él sin hacer caso del ausente entusiasmo de Olivia – te avisaré entonces y le hablarás, le dirás lo que yo te ordene que le digas. – La fulminó con la mirada, con evidente repugnancia – Dame tu nuevo celular.
Ella parecía confundida.
–Que me des tu celular. – Repitió él con tono temible, Olivia vio hacia los lados y luego obedeció a regañadientes.
–Eres un patán. – Profirió, con los dientes a la vista como un animal con rabia.
–Y tú una psicópata. – Replicó él con indiferencia, tomando el móvil ajeno en sus manos y marcando una serie de dígitos para posteriormente devolver el objeto. Un segundo luego llegó un mensaje de texto a su móvil – Ya está. – dijo una vez que obtuvo el número telefónico de Olivia – No veremos pronto.