Leila le miró como un animal acorralado al reparar en que no fue lo suficientemente rápida y de mente fría como para herir de muerte al hombre frente a ella, la mujer estaba como un perro al darse cuenta que pronto le aventarán un golpe, un trueno desde el cielo hizo que se estremeciera el cuerpo pálido de ésta. Entonces, como por arte de magia su rostro cambió a una expresión de ira, era extraño, fascinante y peligroso ver sus drásticos cambios emocionales. Dan se alejó un poco de ella, poniéndose de pie y viéndola desde arriba.
Leila se puso de pie lentamente, Dan se limitaba a guardar silencio, observándola y atento a cada movimiento. El motor de varios autos de escucharon a la distancia acercarse a la casa, Dan y Leila aún se miraban a los ojos, segundos más tarde eran las sirenas de una patrulla que avisaban la llegada de los agentes a quienes el abogado había puesto al corriente de los hechos.
–No van a encerrarme, – declaró ella, negó con la cabeza, antes de escupir la cara de éste y salir corriendo por la parte de atrás de la casa.
Dan no hizo nada, sabiendo que Leila no iba a llegar muy lejos. Limpió su cara con el borde su camisa rota y se dispuso a caminar hacia el ruido de los motores para encontrarse con los policías que al verle le dieron un corto saludo. Eran tres carros, dos patrullas Chevrolet Cruze y una camioneta Ford Raptor de color azul con dos pastores alemanes en la parte trasera.
–No era necesario tanto ,– dijo Dan terminando de limpiar la suciedad de su cara – dos policías bastarán para encontrarla en el bosque.
–¿La dejaste ir? – preguntó el jefe de policía, amigo del abogado – ¿cómo pasó? ¿Por qué la dejaste escapar
–Confíen en mi, – respondió Dan con calma – no será complicado encontrarla.
–¿Ves? John – dijo el de la camioneta Ford refiriéndose a uno de los policías – mi intuición casi nunca falla, dije que necesitaríamos a estos niños – señaló con un movimiento de cabeza a los perros.
No esperaron mucho, rápidamente revisaron en el maletero del escarabajo rosa y efectivamente encontraron ropa de la mujer que buscarían. Le acercaron algunas prendas a los animales que movían las orejas a distintas direcciones, atentos a todo. Olfatearon el par de camisas de Leila y comenzaron a gruñir ligeramente, moviendo sus colas, memorizando el aroma y comenzando el rastreo.