Bastó una mirada suplicante de mamá para que Jacqueline clavara la vista en su plato y diera por finalizada aquella conversación. Miré de reojo a mi padre y él sonreía, victorioso. Le gustaba siempre quedar por encima, que se le diera la razón simplemente porque él debía llevarla siempre.
Y de nuevo nos envolvió el silencio.
Jasmine no había comido nada, y yo tampoco. Notaba cuan decepcionada se sentía. Aunque podía llegar a saber que dejarla salir sola podía ser un riesgo y que al menos mi madre solo le prohibía aquello por su bienestar, no podía dejar de sentirse mal. Y yo tampoco.
—Respecto a lo de Jasmine....
—Josephine, basta —masculló mi madre notablemente tensa.
—Yo podría acompañarla —dije con algo de indecisión, sobre todo cuando Jasmine me miró confundida—, quiero decir, ella puede ir al Starbucks con sus amigas. Yo estaría allí, vigilando que todo estuviera bien.
Jasmine me observaba con unos ojos azules desbordados de emoción. Eso me hizo sonreír, aunque ella seguía sin hacerlo. De repente ambas miramos a mi madre y ella mostraba un rostro amable.
—¿Qué te parece, Frank? Así...
—¿Me estabais hablando a mí?
Odiaba cuando hacía eso. Odiaba cuando aparentemente desconectaba de la conversación y pese a que estaba pendiente de lo que decíamos, se hacía el desentendido.
—Josephine ha comentado que Jasmine y sus amigas podrían ir al Starbucks. Ella estaría allí pendiente de que todo estuviera bien.
—Bueno, si luego a la niña hay que llevarla corriendo al hospital no quiero ni una palabra. No tengo hambre —Se levantó mientras lanzaba de mala gana la servilleta a la mesa—. Voy a dormir. No hagáis ruido.
Él salió del comedor y las cuatro, en silencio, escuchamos sus pasos subir las escaleras.
—Yo tampoco. Buenas noches —dijo Jacqueline, y dejando con la boca abierta a mi madre, desapareció.
—Yo tampoco tengo hambre ya... —murmuró mi madre mientras yo me llevaba un bocado de comida a la boca—. Josephine, come cariño si tienes hambre. Tú, Jasmine, por favor, también. Que esto no te afecte. No os afecte a ninguna.
Jasmine asintió levemente y continuó comiendo, al igual que yo. Tras terminar, las tres recogimos y mi madre se quedó lavando los platos.
Subí las escaleras y cuando fui a entrar a mi cuarto, la voz de Jasmine me detuvo.
—Josephine.
—Dime.
Ella suspiró y esbozó una media sonrisa.
—Gracias... muchas gracias. De corazón. De todo mi corazón.
Sonreí y descoloqué un poco su pañuelo.
—Habla con Claudia y dile las condiciones. Si no se cumplen, no puedo hacer nada más...
—¡Claro que sí! Ya no me pareces tan sangre sucia.
Reí y cuando fui a entrar a la habitación, volvió a detenerme.
—Si papá tuviera razón... —agregó con voz apagada.
—No va a pasar nada malo. Lo pasarás bien. Mis bebidas no son tan malas como para llevar a alguien al hospital. Lo prometo.
—Quiero decir...
—Aunque alguna sí que ha acabado allí por culpa de mis primeros Caramelo Frappuccino...
—¡Josephine! —dijo riendo—. Gracias, de verdad. Gracias por contribuir a que pase el mejor día de mi vida.