El presente de los miedos

Capítulo 8

Me quedé completamente pasmada.

 

Giré sobre mis talones para verle, y a juzgar por sus hombros tensos y su paso apresurado, podía imaginar que aquella grosería no había sido sin querer. Antes de perderle de vista por el pasillo, Roxanne se topó con él.

 

—¿Por qué no bajas, cariño? —preguntó ella con tono amable.

 

No parecía reparar en mí. Solo tenía ojos para mirar maravillada al hombre que tenía frente a ella.

 

—Lo haría si tan solo tuviera algo de ropa que no me quedara grande.

 

Ahora que me fijaba, él vestía ropa muy ancha y algo anticuada.

 

—Cariño... —Hizo una pequeña pausa y miró más allá de él, viéndome al fin—. Oh, Josephine.

 

Fui capaz de escuchar desde la lejanía cómo él se atrevía a bufar y se fue, pese a que Roxanne le pidió que no lo hiciera. Yo seguía en el mismo sitio que él me había posicionado. Seguía un poco en shock, rezando mentalmente que él no fuera quien yo creía que fuera y que mi intuición me fallara en aquel momento.

 

Roxanne se acercó hasta mí y me sonrió, algo angustiada. Que él se hubiera comportado de esa manera tan irrespetuosa, con ese tono de voz indiferente no le había parecido sorprenderla.

 

Ante mi silencio y mi segura cara de decepción, Roxanne no fue capaz de volver a hablar. Su mirada me contó lo que sus labios aún no habían afirmado: él era Elliot. No cabía ninguna duda.

 

Entonces recordé que estaba haciéndome demasiado pis.

 

—¿El baño, por favor?

 

—¡Oh, sí, claro! Aquí.

 

Roxanne me guio hasta una de las puertas que había en la pared de la derecha y con una media sonrisa se lo agradecí. Entré y cerré la puerta a mi paso y rápidamente me vacié en su totalidad.

 

Tras lavarme las manos, me miré en el espejo. Roxanne me había agradecido en silencio que no la pusiera en un apuro criticando la mala actitud de su hijo. Ella no merecía que le dijera nada al respecto, pues su comportamiento había sido ejemplar respecto al de él.

 

No podía decir ni si quiera pensar que me arrepentía de haberle donado médula, pero sí me arrepentía de haber accedido a ir a esa absurda reunión. Shelby había resultado tener razón. No era bueno crear lazos con el paciente, por eso los datos estaban tan protegidos. ¿Qué esperaba? ¿Iniciar una amistad con él? Lo mejor que me podría haber pasado había sido aquello. Él no estaba agradecido y yo tampoco debía esperar que lo estuviera. Era mejor dejarlo así.

 

Salí de la habitación y decidí que era hora de marcharme. No hacía nada más allí. No quería ni si quiera cruzármelo. Ese simple gesto descortés me había aclarado todas sus intenciones.

 

Bajé rápidamente las escaleras dispuesta a irme sin despedirme de nadie. Todo acabaría ahí: era lo natural y lo que tenía que haber hecho desde un principio. Por un momento incluso tuve ganas de llorar, pero no lo vi adecuado. Cuando me dirigí a la puerta principal, la voz de Amber me detuvo.

 

—¿Josephine? ¿Ya te vas?

 

Esbozando mi sonrisa más plástica, giré sobre mis talones y asentí.

 

—Trabajo —mentí.

 

—Ah —Ella se acercó hasta mí—. Le diré a Timothy que te lleve a casa.

 

—No hace falta.

 

—Insisto, te acompañamos. Voy a buscarle.

 

—En serio, no hace...

 

Pero ya se estaba alejando. Lo que me faltaba: que supieran dónde vivía además de dónde trabajaba.




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