Elliot compartía mis ganas, pero se le notaba dudoso. No quería hacer nada lo cual yo no tuviera seguro. No lo decía, pero tampoco hacía falta. Comenzaba a conocerle. Sin embargo yo tenía seguro todo lo que quería hacer en ese preciso instante con él.
Mientras subíamos las escaleras –las cuales habían pasado desapercibidas para mí hasta ese momento–, sentía cómo mi cuerpo comenzaba a arder y a palpitar. Nunca unos cuantos escalones se me habían antojado tan infinitos.
Al fin llegamos a la planta de arriba, la cual solo consistía en su habitación. Nada más. Como de costumbre, no tenía cortinas. ¿Qué tenía en contra de ellas?
Por el rostro de Elliot, podía intuir que él estaba pensando que en cualquier momento me echaría para atrás. Él temía eso. Pero estaba equivocado. Hacía años que yo no tenía relaciones sexuales con nadie, y en verdad, nunca las había echado especialmente de menos, hasta ese momento. Con él. Le deseaba a él. No quería pensar en nada más. No quería pensar ni en el antes ni en el después.
Enredé mis manos de forma salvaje en su cuello y comencé a besar su boca con pasión. Elliot parecía sorprendido por mi comportamiento, pero pronto agarró mis caderas y comenzó a seguirme el ritmo.
Le sentí. Sentí su protuberante erección por mi vientre. Mis manos, traviesas y totalmente independientes, viajaron hasta encontrarlo y agarrarlo. Todo su cuerpo se tensó al notarme. Comencé a acariciarlo por encima de sus pantalones, y cada vez creía más, más..., más.
—Josephine —jadeó en mi boca—. ¿De verdad estás segura?
—Cállate.
No quería que hablara, así que volví a besarle y mientras tanto seguía masajeándole. Tenía enormes ganas de verle desnudo, de verle por completo. Me moría por hacerlo. Quería sentirle más cerca que nunca. Esa conexión que yo había sentido cada vez se me hacía más palpable y quería llegar al siguiente nivel.
Sin darme cuenta, dejé de mandar en aquella situación y lo hizo él. Me tiró a la cama y caí de espaldas, esbozando una sonrisa pícara. Su rostro estaba rojo y su pecho subía y bajaba con violencia. Me observó por varios segundos. Nuestros preliminares comenzaron en ese momento, pues sentí que con solo esa mirada, estaba a punto de llegar al placer. Me miraba a mí. Me deseaba a mí. Nunca me había sentido tan dichosa por eso.
Se abalanzó cuidadosamente sobre mí y su boca atrapó la mía mientras su lengua con actitud juguetona bailaba con la mía. Llevé mis manos a su cabello rizado y me arqueé para acercarlo aún más a mí.
Liberó mis labios y su húmeda lengua comenzó a deslizarse por mi garganta. Rápidamente me encontré gimiendo, esperando que su lengua llegara a zonas claves de mi cuerpo.
Besó mi cuello, esmerándose varios minutos en él. Hacía lentos movimientos circulares con su lengua, provocando que sintiera escalofríos con frecuencia. Mientras tanto su mano se deslizaba desde mi cabello hasta mis clavículas y se instauró en mi pecho, masajeándolo con fuerza. Me retorcí del placer y apreté aún más su cabello entre mis dedos.
—Quítame la ropa ya —gruñí jadeando.
Noté la sonrisa de Elliot en mi piel.
Se incorporó, aún encima de mí, y vi su rostro divertido. Estaba tan seguro de eso como yo, y eso me alegraba a mí también. No quería arrepentirme de no hacerlo pero tampoco quería que él se arrepintiera de justamente lo contrario.
Me escabullí de entre sus piernas y me quedé frente a él, de rodillas sobre la cama. Con movimientos lentos me deshice de la blusa que llevaba, y solo me cubría mi sujetador con ribete. Me encontré algo avergonzada, pues yo no estaba completamente satisfecha con mi cuerpo. En el pasado había rogado unos gramos menos, pero en ese momento carecía de los suficientes. ¿Y si eso a él, no le gustaba? ¿Y si mi total ausencia de curvas no le excitaba?