Desde el retrovisor del coche de Camille, observo el instituto más que ansiosa y muerdo mis uñas sin control. Cuando mamá se percata de ello me tira un golpe en la mano para que dejara de hacerlo.
—Santo cielo niña por poco y te comes las manos más— dice ella, preparándose para bajar del auto.
Sé lo que piensa hacer.
¡NO!
Ni siquiera que lo intente y menos en mi primer día. No pensaba quedar como una boba consentida.
—Mamá, por favor no lo hagas— la interrumpo antes de que salga del vehículo— ¿Te das cuenta que si sales por esa puerta vas a dejarme en completo ridículo? y desde luego seré el hazme reír del año.
—Pero que cosas dices Davina, soy tu madre debo saber cómo es este colegio y si vale la pena inscribirte o no— me mira sorprendida.
Pongo los ojos en blanco.
—Mamá, está es la única escuela de Melnik así que tampoco es que tengas opciones.
—Bueno… puede que tengas razón pero debo al menos ver como es el ambiente allí ¿No? Sabes que tu seguridad para mí es lo primordial, además quería saber que cosas habían cambiado por allá— suelta un suspiro al notar que no cambio de expresión— bueno está bien, por esta vez ganas.
Le sonrió de oreja a oreja celebrando mentalmente.
—En serio gracias— salgo del coche con la mochila colgando de mi hombro derecho mientras capto la atención de algunos alumnos que se encuentran en la autopista.
—Pasaré por ti— musita asomando la cabeza por la ventana.
— ¡Claro que no!— la imito girándome para fulminarla con los ojos y le indico que se vaya con una mueca.
—Ay bueno… está bien, suerte mi niña bonita— sin más arranca la camioneta y me deja sola al fin.
Suelto un suspiro agotado.
Tener a Camille Mendiv como madre era verdaderamente abrumador desde tiempos pasados. Me cercioro de que nadie notó aquella escena bochornosa de hace un rato y cuando sé que he pasado por desapercibido me siento mucho más tranquila. Puedo caminar más segura hacia la escuela.
A pesar de las miradas evidentes por el pasillo de taquillas, trato de ignorar los nervios que me invaden con frenesí.
No era algo que podía evitar después de todo.
En la oficina principal espero mi turno en la fila conformada por tres alumnos y cuando por fin es mi turno, relamo mis labios marchitos lista para hablar.
—Buenos días y bienvenida al School de Melnik— claro que la recepcionista de lentes gruesos se me adelanta— ¿Ya tienes tu horario? O bueno supongo que vino por eso.
Le sonrió sin mostrar los dientes.
—Si, bueno.
No parece tan inteligente a pesar de usar unas gafas más voluminosas que la base de una botella.
Sin embargo, me gusta mucho el tono de piel albino que tiene, bajo aquellas trenzas que adoran su rostro.
—Buen punto, señorita…— rebusca entre sus papeles arrastrando la palabra mientras tanto y cuando no encuentra lo que quiere; se aproxima hacia el estante de al lado y sigue rebuscando en uno de los documentos principales— señorita… Carusso ¿Carusso? ¿Tienes descendencia Italiana? Oh.
Se aproxima hasta dónde la espero y me ofrece mi nuevo horario de estudios.
—Sí, así es y gracias— tomo la hoja y me retiro de allí.
Papá era de Italia y mamá de Bulgaria pero habíamos vivido en Nueva York desde el momento en el que nací, pero dos veces fuimos a quedarnos en California e incluso en España. Claro que eso cambió ahora que no esta él, ni yo misma creí que terminaría viviendo en Bulgaria.
Para cuando llego al aula correspondiente me quedo en la entrada, todavía leyendo el horario nuevo. No podía empezar mejor, era la hora de literatura, justo mi materia favorita y es que curiosamente era uno de esos seres extraños que amaba escuchar historias, en especial las de amor.
Al levantar la mirada, una chispa en mi interior, se enciende desde lo más profundo de mi ser. El ventilador que está al lado revolotea mis cabellos haciendo del momento muy singular. Me había quedado anonadada e hechizada por esos ojos azules como un mar sereno que me observaban fijamente.
—Bienvenida señorita Carusso— escucho a lo lejos, todavía embelesada— ¿Señorita Carusso?.
Me giro para mirar al docente del aula y con un rubor en las mejillas, le sonrío.
—Gracias— es lo único que consigo decir luego de tomar asiento en una de las carpetas vacías que hay al fondo.
Me giro hacia un lado para ver al chico de mirada profunda.
¿Quién es él?
No puedo evitar preguntarme aquello, me parecía alguien tan irreal y era la primera vez que un muchacho tan hermoso resaltaba exorbitantemente entre todos.
¿Es posible?
No parecía un humano común, con ese cabello negro como un cuervo y una piel blanquecina como un muñeco de porcelana. Sin mirar a nadie, mantiene la vista clavada en el cuadernillo que tiene sobre su carpeta y no deja de pintar con un lápiz carbón.