EL ESTADO DE FELICIDAD DE Devdas era completo. Tuvieron una boda pequeña muy tranquila. Todo, haba sido tramitado a una velocidad impaciente en la oficina de abogados de la lujosa East India Company. Aunque ahora y tras los cambios tan radicales, la belleza del edificio con su pórtico con seis columnas, carecía de importancia.
No se escatimó en gastos al construir la nueva sede de la compañía. Con El Tímpano, una pared decorativa sobre la entrada, mostraba al rey Jorge III defendiendo el comercio del Oriente, en un ejercicio de imagen corporativa para la época. Y los almacenes de la compañía, lejos de ser rústicos depósitos, eran edificios elegantes que dominaban la llamada City de Londres.
Fue el sacerdote inglés, John Murphy junto al procurador Edward Malcom, quienes, junto a varios testigos, fueron casados. A Devdas se le había otorgado una visa para salir del país hacia Inglaterra mientras se tramitaba la documentación adecuada requerida.
La noche anterior, en la que abandonarían De Dhama Veda, Navani e Indira estaban emocionadas por la soledad que se le avecinaba sin su adorable hermano. Cada una de ellas tomaron las manos de la que se convertiría en su cuñada, y en sus brazos lloraron de felicidad y más emociones que a sus edades no podían describir certeramente.
Tres días después de su matrimonio, Devdas pudo decirse a sí mismo: ¡Por primera vez en mi vida conozco la felicidad perfecta! No encontraba defecto alguno en ninguna parte. Estaba enamorado. Su amor era correspondido. Había amor, vigor, salud en él, a su alrededor, en todas partes.
Poco antes de las seis de la mañana se había despertado y encontró a Beverly, con la espalda acurrucada contra él. Miró hacia la ventana abierta a través de la tenue sombra llegaba el suave ronroneo perezoso del mar. La rodeó con su brazo, acercándola más a él, besó su nuca, enterró su rostro en su cabello. Beverly se volvió y se acostó en el pliegue de su brazo, mirando al techo.
— ¿Dormiste bien? —le preguntó el.
—Sí. Muy bien.
—Sabes, he dormido de un tirón desde que dijimos buenas noches. Y, sin embargo, también he estado despierto. Lo que quiero decir es que, durante el sueño, he sido consciente de mi felicidad. No creo que haya nadie tan feliz como yo en toda esta parte de la tierra.
***
—Devdas, llevamos casados una semana y es como el cielo. Nunca soñé que algo pudiera ser tan maravilloso. Pero ahora tengo un poco de miedo y muchas esperanzas por nuestro futuro. Siento que todo va a cambiar.
Devdas se volvió para mirarla. Sí, parecía una niña asustada, con el ceño fruncido y la boca un poco abierta. Pensó triunfante al ver su sueño hecho realidad. Ella le partencia, nadie en todo el mundo lo negaría: nunca leyó poesías, pero de algún lugar recordaba algunas palabras. Había pensado en ello desde el primer momento en que la vio, caminando despacio hacia la capilla.
Había anhelado, desde el primer instante, poner su mano a través de su cabello dorado, para sujetarla y protegerla. Su aspecto no le pareció frio ni severo como la típica mujer inglesa, porque, cuando sonrió, todo su rostro se iluminó de placer y amabilidad. Sus ojos eran claros como flores tocadas por el sol. Si alguien le hubiera dicho antes que los ojos podían ser como flores, se habría reído, pero ahora sabía que podía ser así.
—Claro que sí estamos casados. No te retendría si quisieras irte. Es más, hasta llegaría a entenderte. Pero siempre te amaré, nunca lo dudes. Y ahora ven a mí.
La tomó en sus brazos y la sostuvo como si desafiaran al mundo entero. En sus brazos se sentía más segura, pero no muy segura. Estaba oscuro porque ahora, a principios de octubre el verano se había marchado..
***
Con manos temblorosas por el cúmulo de emociones vividas desde que abandonaran De Dharma Veda. Bev volvió a leer por segunda vez, las pocas líneas escritas su hermana la noche anterior, en la habitación del hotel cerca de los muelles de Bombay.
“Querida Eleonor, no tengo tiempo para demorarme en una conversación trivial, y sabe Dios, cuanto te necesito, pero quiero que sepas que estamos… Que, estoy bien y rumbo a casa, Inglaterra. Tengo tanto que contarte…Pero el tiempo no apremia. Quiero esperar a que estemos juntas… Todos juntos. Quizás en ese pequeño café, donde salíamos ir juntas. No quiero preocuparte, pero como quizás hayas escuchado en los periódicos, la situación aquí en Bombay es difícil, he incluso ha habido ataques hacia civiles…India quiere su independencia, y no los culpo. Conquistamos como amigos y arrasamos como enemigos, puedo entender que el pueblo pelee por independizarse de nosotros, los ingleses. Yo estoy bien, no te preocupes, aunque debo de admitir que la seguridad aquí, es algo incierta. Mañana será un día crucial para mí. Cuídate mucho mi querida hermana y un abrazo para Richard y otro para mi sobrina Agatha, cuento los días por conocerla y acunarla en mis brazos.’’ Con cariño, Bev.
***
Todo parecía irreal, pensó Beverly, agarrada a la baranda de la cubierta del puente de SS Loyalty una vez más la llevaría de vuelta a casa. Inglaterra. El tronador ruido de la sirena, anunciaba que zarparían en breve.
Lentamente, el barco se movía lentamente, surcando las tranquilas aguas del muelle de Mumbai, hacia mar adentro.
Sintió la picazón de escozor de las lágrimas ociosas por asomar. Hacía casi un año, en una calurosa mañana. Llegaba con su equipaje lleno de inocencia, sueños y sedienta de una gran aventura.
India la había cambiado; adquirido un sexto sentido, se dejaba seguir por su instinto, no por su corazón.
Se dejo embriagar por la diversidad de la cocina india, haciéndola disfrutar de sus placeres culinarios.
Experimentó en primera persona, de que no todo lo que relucía, siempre era oro. Que las personas con privilegios descaradamente elevados, tenían la absurda idea de poder comprarlo todo y a todos. Solo les daba el beneficio de crecer en poder y en lo material.
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Editado: 25.08.2024