Una semana, una semana de entrenamiento físico, una semana donde mi cuerpo parecía que no iba a resistir. Pero, la primera semana en la que me sentía totalmente libre. La mañana era de entrenamiento, las tardes eran como una escuela, al terminar de estudiar teníamos una actividad a elección. Me inscribí en música, adoraba cantar y poder aprender ahora se me hacia algo totalmente emocionante. Luego era tiempo de bañarse y al salir de esto estábamos obligados a hacer una partida de ajedrez. En el día teníamos momentos libres, media hora entre actividades, eran en las que más me aburría. Me gustaba tener un orden, me gustaba seguir ese orden. Las clases de entrenamiento estaban por comenzar, me apure para llegar a tiempo. Las horas de entrenamiento físico se hicieron eternas hasta que por fin llegó la hora del enfrentamiento. No era de mis actividades favoritas, pero entre eso y las rutinas de ejercicio que apenas podía seguir terminaba por tener mi postura muy clara.
Tome el arma, el también. Comenzamos a pelear, esta vez podía defenderme con un poco más de agilidad. Levante mi arma tratando de bajar hasta su pecho, pero él fue más rápido, arrodillo una de sus piernas y extendió un poco su brazo, quedando apuntando mi corazón. No le había ganado ni siquiera una de las peleas, su actitud seguía indiferente, ni siquiera lo escuche reírse una vez. Ambos nos incorporamos, le devolví el arma.
- Cometes el mismo error de siempre. – Suelta. – Comienza a hacer las cosas por y para ti, ¿O a caso quieres que tu vida gire en torno a los demás? – Dejo las armas a donde estaban y volteo a mirarme. – Sigues pensando en miles de cosas, pero no piensas en quien es tu objetivo, no piensas cuál es tu meta.
Mi corazón se encogió un poco al escuchar eso, sobre todo porque era verdad. Cedric salió del lugar dejándome sola con Aswen, quien estaba presenciando la pelea con total cautela. Una mano toco mi hombro, era el hombre con cabellera blanca.
-Verte duele, porque es como ver a Harding. – Guardo silencio. – Incluso te llamaron Harriet, es como si no tuvieran imaginación para los hombres. – Soltamos una ligera risa. – Aunque sé que no eres tu hermano, eres Harriet Bons, ¿tú también lo sabes no? – Preguntó.
-Sí, sé cuál es mi nombre. – respondí.
-No es el nombre, es la persona. – Guardo silencio. – Destruye a Harriet, mátala, entiérrala, haz que de ella solo queden leves recuerdos de madrugada.
-¿Qué? – Volví a preguntar, mi boca de abrió de par en par. - ¿Sugieres que me suicide…? -.
-No. – Respondio de forma severa. Camino hasta una puerta de la que recién ahora me percataba de su existencia y abrió de par en par, había un espejo.
Al verme no me reconocí, había perdido un poco de peso, no era algo milagroso pero me veía más delgada. Mi cuerpo seguía sin gustarme, estaba lejos de ello, pero algo más cerca que hace no mucho.
-la Harriet que ves, es insegura, miedosa, no sabe quién es y no tiene más que una leve idea de porque hace las cosas. – Soltó sin tener compasión. – Pero, puedo decirle todo lo que está mal, todo lo que la lástima, pero, ¿Qué lograría? Tan solo tú puedes despertar si te gusta quien eres, si te hace bien ser Harriet Bons.
-Si dejo de ser Harriet Bons, ¿Quién sería? – Pregunte.
-Serías Harriet Bons, pero una más feliz. – Respondio. – Las posibilidades de quien serías, son infinitas, es cuestión de hacer lo correcto, es cuestión de ser quien debas ser sin lastimar a quienes no se lo merecen.
-Parece algo complicado… - Comente.
-para el ser humano, la vida es complicada, cuando quienes la complicamos somos nosotros. La vida es hermosa, la vida es simple, la vida es lo que hacemos que sea. La paga de un pasaje para una vida repleta de felicidad, momentos de placeres carnales que no alimentan el alma al final de día, un deseo de que se acabe o simplemente existir.
-¿Cuál es la opción correcta? – me atreví a hablar.
-¿Crees que por ser viejo lo sé todo? Todo guíate por lo que creas correcto, cree en lo que te haga feliz y no lastimes a nadie que no se lo merezca.
-Lo intentaré. – Le respondí.
-Vamos a practicar. – Avisa y me tira el arma. – No será una pelea, repite mis movimientos.
Corrige un poco mi postura, y se coloca a mi lado. Movió la espada hacia delante con una rapidez tal que hubiera llevado desprevenido a cualquiera. Trate de imitarlo, no me salió tan bien, pero luego de otros seis intentos ya lo hacia de manera correcta, solo faltaba la velocidad.
-Ahora quiero que ese movimiento lo hagas tuyo, de forma que sea parte de ti, luego practicaras otro y uno a uno los convertirás en propios.