Capítulo III (Final)
La cena de Nochebuena me deja con 2 kilos más en el cuerpo. Familiar y acogedora, siempre jugamos al amigo invisible y acabamos llenos de regalos después de la fiesta. Las Navidades en mi casa siempre ha sido la mejor época del año porque la felicidad es el alma máter en ella.
Tras confirmar mi asistencia, atrasé el día de mi viaje a Salamanca. Vicky, la única amiga que conservo de mi adolescencia, me pregunta un par de veces cómo me encuentro y me da las fuerzas suficientes para enfrentarme al día de hoy. “¿A quién se le ocurre aceptar el día de Navidad hacer algo así?” Eso fue lo primero que me dijo al enterarse de lo que iba a hacer. “Vas a aparecer allí como la más triunfadora de todos y les vas a mirar con cara de: arrepentiros de todo, que ya he llegado y ahora me río yo.” Y ese ha sido el último mensaje que me ha enviado.
Las luces con formas de campanas adornan las calles de mi ciudad. La llegada al colegio acelera mi corazón y si no fuera porque sé que estoy nerviosa pensaría que estoy a punto de tener un infarto. La puerta de la escuela permanece abierta invitando a los antiguos alumnos que entren a sus instalaciones. Villancicos se escuchan desde la calle y la alegría contagiaría a cualquiera que pasase por la entrada.
Trago saliva y antes de llegar al lugar dónde se encuentran todos, paso por los baños. Más de una década después me miro en los mismos espejos dónde esos mismos ojos me observaban con pena y rabia por no ser capaz de enfrentarlos. Ahora esa mirada ha cambiado, soy capaz de mirarme con orgullo y amor, amor hacia mí misma por conseguir todo lo que me propuse.
Sonriéndome a mí misma y tras recordar las palabras de Vicky, salgo de los baños mirando al frente y buscando el gimnasio desde dónde sale todo el alboroto. Paseando por los largos pasillos me cruzo con varios niños que corren de una clase a otra con patatas en las manos. Las risas y las voces se escuchan por encima de los altavoces y justo en la puerta una expresión de sorpresa me recibe: mi maestra de preescolar. Aquella que nos trataba como una segunda madre se acerca emocionada hasta mí. Tras ponernos al día, sigo cruzándome con profesores y profesoras de los que guardo un especial cariño.
Me acerco a la barra de bebidas dónde la gente hace cola. Un empujón me hace avanzar unos cuantos pasos. Unas palabras de disculpas llegan inmediatamente mientras me giro y me paralizo, ¡es el señor del avión! Segura de poder entablar conversación con alguien que no me recuerda dónde estoy, me cuenta que su mujer también ha sido invitada a la fiesta por ser antigua alumna.
Sintiéndome observada por antiguos compañeros ignoro los susurros que se generan alrededor y me concentro en la conversación. Los ojos del hombre que tengo frente a mí se iluminan cuando ve aparecer a alguien detrás de mí. Una rubia de ojos verdes como los arbustos se acerca hasta nosotros. Su cara me resulta conocida y ella, tras saludar a su marido se queda fijamente observándome.
-¿Nos conocemos, verdad?
-Sí, pero no logro identificarte. ¿De qué año eras? Quizás fue por cruzarnos en los pasillos…
-Bueno, no acabé aquí la escuela, me fui con mis padres cuando tenía ocho años y perdí el contacto con todos mis compañeros por lo que no sabría decirte cuál fue mi promoción. Por cierto, mi nombre es Rosa.
-Oh, miércoles. ¿Eres Rosa? No lo puedo creer, ¡no lo puedo creer! Soy Valeria, ¿me recuerdas, cierto?
Nuestras respiraciones se vuelves erráticas y rápidas. Las lágrimas comienzan a formar parte de la escena y no podemos evitar abrazarnos como no hemos podido hacerlo en años. Rosa, esa amiga inseparable que tuve en mi etapa más bonita, tuvo que mudarse con sus padres a Alemania y por desgracia perdimos el contacto. Nunca me olvidé de ella y aquellos momentos en los que el acoso escolar formaba parte de mi día a día no dejaba de pensar en que todo sería diferente si ella hubiese estado conmigo. Ella era mi protectora, era mi salvadora. Era la hermana que me defendía a capa y espada y a la que tanto eché de menos. Un grupo comienza a formarse a nuestro alrededor. Antiguos compañeros de clase nos miran y algunos hasta me sonríen: ya no soy la niña tonta con la que se metían y Rosa, que siempre fue de armas tomar asume el papel protagonista y hace que todos nos pongamos al día de nuestra vida.
Incómoda por saber que pronto me tocará a mí no dejo de observar lo bien que le ha ido en la vida viendo cómo su hija la abraza y se comporta de la forma más educada posible.
-Terminé la carrera de Física y Matemáticas, hice un máster y he estado trabajando en una multinacional hasta la semana pasada. He decidido terminar mi relación contractual para regresar a España, ya que me ha surgido una oportunidad bastante tentadora.
Esa es mi vida ahora, esa soy yo ahora. Reencontrarme con Rosa ha sido un buen regalo de Navidad. Porque la amistad es el tesoro más grande que puede encontrar una persona a lo largo de su vida. Pero sobre todo, reencontrarme con mi antiguo yo, porque ya no está aquella Valeria de la que se reían, ahora está esa Valeria a la que admiran. Y al final, el mayor regalo que nos podemos hacer a nosotros mismos es querernos y aceptarnos. Pídele a Santa la siguiente receta: amigos verdaderos, una familia unida y un poco de amor propio; verás cómo la vida comienza a sonreírte. ¡Feliz Navidad!
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Editado: 18.12.2018