El regreso (navidad en casa)

El Regreso. Capitulo3: Siempre estuviste ahí.

  Lucille despertó al día siguiente con un gran dolor de cuello, un resultado típico de dormir en un sillón, además su tierno gato la había despertado tres veces durante la noche, maullando a todo pulmón, solo para demandar que le sirviera comida (por algo estaba gordito). Afortunadamente solo ella se despertó, el vuelo de Luisa salía al medio día y necesitaba descansar bien. Aun recordaba Lucille su primer vuelo en avión, se sintió libre como un ave al ver sólo nubes en cualquier dirección, no le gustaba pensar que Luisa se había perdido de muchas cosas por cuidar a su familia. 

 

  La casa seguía en silencio, afuera ya había amanecido, el Sol salía tamprano y se ponía antes de las siete de la tarde. la luz se colaba por las cortinas, creando un interesante efecto de luces y sombras en la sala. En la ciudad seguiría dormida hasta el medio día si no tenía trabajo, pero en el pueblo debías apresurarte a hacer tus mandados antes de que se pusiera el Sol, además ese día se esperaba un notable descenso en la temperatura, si se le podía creer al pronóstico del clima.

 

- Hola Lucille, ¿Dormiste bien?- Preguntó Bruno desde la cocina, donde se servía una taza de café.

 

- Mas o menos, creo que tu sillón me quiere matar, disfruta mi sufrimiento.

 

- Hemos pensado en cambiarlo, pero nunca tuvimos el tiempo, había que ir a la ciudad a escogerlo y la verdad es demasiado esfuerzo para un sillón que rara vez usamos.- Comentó él, mientras le agregaba leche y azúcar a su café.- ¿Tienes algo planeado?

 

- Solo evitar a Mathew.

 

- Excelente plan.

 

- ¿Qué opinas de todo esto?

 

- Voy a ser honesto, apenas te conozco.- Confesó él. Lucille se sirvió un café y se sentó ante la pequeña mesa que estaba en la esquina de la cocina.- No nací en este pueblo , vine de vacaciones, entonces conocó a tu hermana.... Mathew no me agrada, busca el poder por todas las razones equivocadas, en cuanto a tí, debo admitir que Luisa siempre habó bien de sus hermanas...

 

- Agradezco tu honestidad.

 

  Bruno subió al segundo piso, aun les faltaba mucho por empacar. Lucille se preparó un desayuno rápido, terminaba de lavar su plato cuando escuchó el timbre. Había llegado la enfermera, una chica joven, bastante tímida y quien ahorraba para comprar un departamento, siempre llevaba una prenda verde , era agradable, el tipo de persona a quien todos quieren sin necesidad de esforzarse con tal de conseguirlo.

 

  Bruno y Luisa salieron de la casa a las diez, querían llegar temprano al aeropuerto, regresaron dos veces porque olvidaron distintas cosas (primero guantes, después un pasaporte). Lucille salió cerca del mediodía, quería comprar algo de comida para recalentar más tarde, nunca fue buena cocinando, el máximo de sus habilidades era un arroz muy masudo y pollo frito que sin importar qué tan cocido se viera por fuera, siempre estaba crudo por dentro. Alguna vez quiso tomar un curso, pero nunca tuvo suficiente tiempo, en la ciudad el timpo corre, no se detiene por nadie ni por nada.

 

  Con la comida en mente entró a la cafetería de Eddy, solo dos mesas estaban ocupadas, aún así se sentó ante la barra de madera oscura . Eddy salió de la cocina y sonrió al verla.

 

- Hola, ¿Cómo estás?

 

- Bien, Luisa se fue esta mañana.

 

- Creí que nunca se iría.- Dijo él, depositando un menú en la barra.- ¿Vas a querer algo?

 

- Am, si pero ¿Me lo puedes poner para llevar?

 

- Por supuesto. ¿Quieres un té de manzana mientras esperas?- El té de manzana era una de las especialidades navideñas de la familia Small, el aroma a manzana y canela invadía la casa desde inicios de diciembre y se quedaban incluso cuando los invitados se retiraban.

 

- Si, por favor.

 

  El dulce té la distrajo lo suficiente para olvidar sus problemas, Mathew, Laura, todo pasó a segundo plano. Recordó cuando su madre les enseñó (a ella y a Eddy) cómo hacer el té, era Nochebuena y Eddy pasaría las fiestas con ellos. Ese año Laura llevó a su primer novio, Luisa anunció su intención de ser bailarina (misma que cambiaría más tarde por cantante y luego por escritora), los visitó la hermana de su padre, quien vivía en Canadá y a Eddy le regalaron un libro de detectives. Eran tan felices entonces...

 

 Por primera vez en mucho miró a Eddy, de verdad lo vio, de estatura mediana, alto. En la cafetería se movían con seguridad, alcanzando ingredientes y entregando pedidos como si de respirar se tratara. Sus ojos eran cautivadores, verdes con  pequeñas partes azules y verdes. ¿Alguna vez se había detenido a simplemente observarlo? Ahora notaba sus pomulos que podrían cortar hielo y su mirada se vio de manera inevitable arrastrada hasta sus labios, delgados pero no demasiado.




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