―¿Luna? ―repitió el chico sin darse cuenta de que lo hacía en voz alta.
Por supuesto, no era posible.
Decidió correr hacía el lugar donde creyó verla saltar. El paseo de la Alameda, situado junto al I.E.S Alameda, su instituto, era ahora mismo una gran extensión alargada, con una gran tómbola en medio, recién restaurada, y acompañada por dos hileras de árboles que habían dejado todo su pelaje por el suelo, inmunes al frío que sentían el resto de habitantes que estaban dirigiéndose al edificio del fondo, al acabar de oír la campana de inicio de clases.
Las hojas se agrupaban en el suelo, en grandes montones que habitualmente Jack y Carlos solían usar para disfrutar. Los pateaban y dispersaban o cogían las hojas con las manos para someter a una verdadera lluvia vegetal al pobre Óscar, que solía gruñir con ello, de forma un tanto graciosa. Ahora le dio igual, atravesaba las baldosas blancas, saltando entre bancos y embistiendo con sus zapatillas a los montones, casi sin reparar en ello, mientras la voz de sus amigos le alcanzaba, increpándole que volviera.
Podía haber 100 metros perfectamente, pensó, desde donde estaba hasta el "muro" donde le pareció ver desaparecer a su mascota. Al lado, desde hacía ya algunos años, se había construido un sólido puente que alargaba aun más el paseo, por encima del seco río Magro, la gran charca flanqueada por esos enormes muros que se levantaban desde 2 metros abajo, hasta llegarle a la altura de la cintura.
Le gustaba salir a correr, es más, con Óscar, el chulo musculitos, alguna vez se iban juntos, pero ahí se llevaba un ritmo y una respiración que ahora no se veía capaz de conseguir, estaba sin aire, resoplando mientras corría y sintiendo las primeras punzadas de un incipiente flato, pero aún así, se obligó a no disminuir el paso.
Jack no entendía mucho de árboles, pero una temporada se interesó por saber identificarlos, nunca llegó a saber si los que estaba ahora mismo zigzagueando, eran Arces blancos o tal vez plátanos de sombra, ya que a su parecer, se parecían en la forma de las hojas, cosa que se le pasó por la cabeza justo en ese preciso momento, al esquivar a duras penas uno de los bancos que había diseminados por todo el paseo de la Alameda de Utiel. Una sonrisa afloró a sus labios justo antes de volver a cambiar su semblante por el de: "Estoy concentrado, no molestar".
Estaba ya en el muro que contenía un pequeño riachuelo, que apenas cubría una cuarta parte del espacio que lo contenía , aún así, cuando llovía, todo aquel enorme espacio, se llenaba amenazando con desbordarse.
Aquel era el lugar al que solían ir cuando estaban "cansados" de las clases y se escapaban. En ocasiones saltaban y seguían el curso del río contracorriente, buscando ranas para poder competir a ver quien llenaba su bote de cristal más rápido con ellas. Al final, por supuesto, terminaban devolviéndolas a las zonas más profundas del río y disfrutaban viéndolas dispersarse.
Miró el cauce con ternura, recordando algún que otro momento gracioso, pero atento, buscando algún indicio. La verdad es que estaba algo sensible desde que se había levantado esa mañana, aun no sabía que había visto pasar velozmente en la montaña, pero se había quedado inquieto, eso junto con el zarandeo rápido del coche no le ayudaban a encontrarse tranquilo. ¿Podía ser Luna?, se preguntó, pero ella no era tan veloz como para adelantarlos en bajar la montaña, además, la había dejado encerrada en casa, en la alacena, entonces, ¿por qué su subconsciente le jugaba esas malas pasadas?
Mientras pensaba en todo esto, a lo lejos notó un movimiento rápido. Contracorriente, el río serpenteaba junto a los muros que lo guardaban, perdiéndose en la lejanía. Allí, un borrón blanco cruzó su campo de visión.