El rey de las nubes

El primer indicio

Pasaron un par de días, en completa incomunicación. No me revolvía la conciencia no saber de él, pues sabía que había zanjado todo malentendido y que volveríamos a ser una amalgama de divinas sensaciones. Eso quería creer.

Trataba de hacerme el duro e ignorar cualquier rastro de ansiedad que me provocaba pensar en el desenlace de aquella conversación. Debí haberle preguntado qué había entendido de lo que le dije. Creo que el remedio fue peor que la enfermedad.

Y camino a casa después del trabajo, lo escuché. El sonido de notificación que a partir de ese momento resultaría en solo una persona: Fabián. No habíamos intercambiado números ni nada parecido, aunque me lo ofreciera antes de irme de su casa la otra noche. No, sería mejor si nos mantuviéramos en contacto mediante la aplicación. Era una mejor forma de recordarnos que somos nuestro desahogo sexual mutuo.

Eso mismo le dije, y aunque pareció no muy convencido, estuvo de acuerdo. Una solución que le propuse fue desactivar nuestros perfiles para los demás, así nadie nos vería conectados más que el uno al otro.

Ese mensaje, «quiero verte». Una clara señal de que me necesitaba. Me detuve en seco, le escribí que ya iría para allá. Nuestro lugar, nuestras cuatro paredes. No hacía falta llegar a casa, caminé directamente hacia el motel.

Y al llegar, él ya estaba allí. No perdimos el tiempo, justo como quería. Nos besamos con la justa pasión que tanto me gustaba. No hubo palabra intermedia, nos entendíamos con cada roce de nuestros dedos, con cada paso de nuestras lenguas en nuestra piel erizada.

Me levantó en sus brazos y me puso contra la pared, y así lo hicimos un rato. Nos mirábamos fijamente, me absorbían sus pupilas como dos hoyos negros, que me destruían cada hueso y me fusionaban con su ser.

Nadaba en su cabello y su cuello era mi ancla. Lo disfrutaba tanto que vociferaba su nombre, porque así lo quise. Él hizo lo mismo; escuchar cada letra de mi identidad en sus labios, por muy tonto que parezca, me excitaba aun más. Nadie más tenía ese poder, solo él, y agradecía tanto que fuera su voz la que agrandaba mi nombre más de lo que en realidad era.

Volvimos a la cama, nuestro prado celestial. En donde éramos los controladores de nuestros sentidos. Mientras estaba encima de él, con movimientos que me desagradaban con cualquier otro pero que con él permitía, entendí que la vida era mucho más de lo que comprendía.

Llegaba a resultar muy confusa por momentos, los impuros jamás alcanzarían a entender la complejidad del ser y todo lo que conllevaba vivir como uno; pero yo no era como ellos, nosotros no éramos como ellos.

Todavía siento tus manos en mis caderas, dejaste unas marcas en ellas, imborrables, imperceptibles, huellas que crecen y desaparecerán cuando mi piel sea desintegrada.

Tú te diste cuenta de que lo estaba disfrutando, era imposible no fijarse cuando me tenías a tu merced. Me rodeaste con tus brazos y empezaste a besarme, a la vez que aumentabas más tu placer, yo me di cuenta, lo estaba sintiendo.

Ahora yo te veía desde abajo, creo, mi sentido de la orientación estaba algo distraído. Alzaste mis piernas y las besaste con tal fervor que sentí envidia, tenía envidia de la forma en que me mirabas y tu percepción de mí. Bueno, en esos momentos ni yo sabía qué pensaba, no te culpo. Era solo un muchachito inmaduro, aunque tampoco creo que hubiera cambiado tanto.

Llegamos juntos al clímax, un momento sumamente esperado por los dos. Es un sentimiento único que verdaderamente no se puede explicar, pero la sonrisa que nos mostramos fue mejor que mil palabras.

Me quedé acostado y sin energía, cerrando mis ojos aún con la sonrisa mientras intentaba respirar correctamente. Sentí una presión en mi pecho, abrí los ojos y allí tenía a Fabián. Me incomodó de inmediato, tanto que se me escapó un pequeño quejido. Él se preocupó por si me había hecho daño, pero no supe cómo decirle que en ese momento no lo quería encima de mí.

Me hice a un lado y puse las manos bajo mi cabeza. Me quedé estático mirando al techo mientras él se acomodaba a un lado de mí. Algo cerca pero no había contacto. Sin embargo, había algo raro; debía levantarme, vestirme, estrechar su mano y despedirle con un «Hasta la próxima». Pero seguía acostado, a su lado, lo suficientemente consciente como para que no me abrazara o algo por el estilo, pero quería permanecer allí otro rato más, hasta que él ya decidiera irse.

Me sentía bien, diferente en un buen sentido. El ambiente estaba cálido, la luz del sol de la ventana iluminaba la habitación con un resplandor agradable, todo estaba bien.

Un fuerte suspiro de Fabián me hizo caer en cuenta que ambos seguíamos allí, pasó su mano por el rostro y volteó a mirarme con esa sonrisa, supongo que la mantuvo todo el rato. Me preguntó si a eso era lo que me refería. No pude evitar reír, sí, exactamente, le dije.

Me di cuenta de que ambos habíamos pasado un buen rato, lo disfrutamos como nunca; justo así quería que fuera siempre, estaría completamente conforme si cada vez que nos juntáramos, fuera de esa forma: nosotros, los reyes de nuestro propio reino sicalíptico. Sonreí de la misma forma que él, mirándole a los ojos. Un beso hubiera estado perfecto, pero no éramos de ese tipo, claro que no.

Su celular sonó y mostró un claro fastidio en contestar. Al mirar la pantalla, se incorporó en la cama. La verdad no me importaba, pero algo me instó a preguntar quién era, pues se levantó y estuvo unos segundos con cabeza gacha. Y tartamudeó el nombre de una intrusa, quizá la que vi salir del cine con él.

—¿Natalia es tu novia... o algo así? —pregunté, intentando mantener un tono frío e impasible.

No dijo nada. Se vistió y se acercó a mí. Besó mi mejilla y me dijo que no debía preocuparme por nada, que cuando quisiera volver a repetir, con gusto aceptaría, tal como habíamos acordado. «¿Seguro?», pregunté, no sé por qué lo hice, pero me sonrió, asintiendo con la cabeza.



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En el texto hay: juvenil, romance, lgbt

Editado: 22.05.2024

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