El rey de las nubes

Nubes sobre un sol brillante

Acababa de terminar mi desayuno, que preparé con lo poco que quedaba en la casa de doña Julieta, en paz descanse. Hasta esos momentos, desconocía totalmente el estado y paradero de Fabián. Mis llamadas no eran recibidas y mis mensajes quedaban sin responder.

No tenía caso preocuparme demasiado. Al menos estaba seguro de que su hermano estaría con él. Y con el escenario que les había dejado, me hizo surgir nuevamente las interrogantes que me invadieron en la funeraria: ¿Quién sería esa gente y por qué Fabián estaría peleándose con ellos? De todas las conclusiones que se me ocurrieron, determiné que podrían relacionarse de alguna forma, pero no estaba seguro de nada.

En realidad, mi cabeza no paraba de repetirme que me enfocara en mí mismo. Mi propio avance y mis propios asuntos. Y si bien nunca sería capaz de evitar por completo la imagen de Fabián, sí intenté que no fuera el único pensamiento que me quitara horas en el día.

Salí de casa y el primer sitio al que me dirigí fue a la universidad. Estuve esperando un rato para que pudieran atenderme y averigüé los requerimientos necesarios para una reincorporación.

—Necesitas pagar la solicitud de reincorporación, abonar el nuevo costo de la inscripción a precio completo, traer un documento que solicitas en...

—Espera, espera, ¿debo pagar... el precio completo?

—¿Eres Elvis Ríos, este es tu número de cédula de identificación, no? —señaló al monitor.

Verifiqué todos mis datos, y de paso, pude observar el dinero que debía pagar.

—Sí, soy yo. Pero no entiende, yo solicité la beca al principio de mi carrera. No se supone que pague tanto dinero.

—Entiendo. Lo que pasa es que usted fue suspendido por una infracción hace un año. Además, su regreso debió ser al inicio de este semestre y no se presentó.

—¡Estaba de viaje, no pude venir!

—Lo siento, pero usted perdió los beneficios de su beca. Si hubiese venido a la fecha de ingreso, se le hubiera notificado y tal vez se pudiera haber hecho algo al respecto.

La noticia me molestó, mucho. Sin embargo, no tenía sentido discutir si la culpa era totalmente mía. Debía aceptarlo, sin más nada que hacer.

Era más dinero de lo que me podía permitir en el momento, si pretendía continuar mis estudios, debía aguantarme un tiempo más.

Quizás no era todo tan malo, pensé. No era un precio impagable, con poco tiempo y mucho esfuerzo, es posible que lo tuviera para el próximo semestre. No dejé que me derrumbara, no completamente, y decidí ir hasta el taller de carpintería donde solía trabajar.

En el camino, atravesé por la calle en donde está mi casa. Pensé en seguir de largo, pero me detuve. Tragarme el orgullo y transformarme en una versión mejor de mí. Implicaba que tenía que, por lo menos, hablar con mis padres.

Toqué la puerta varias veces y mi madre me abrió la puerta con cierta rudeza. Podía verse lo afligida que estaba por algo, pero su expresión cambió de repente al verme parado frente a su puerta.

—Hola, mami —dije.

Se adentró de nuevo a la casa y pude escuchar sollozos de la sala. Eran de Oscar, y mi madre se sentó a su lado a consolarlo. Parecía que ya llevaba un rato, toda la escena daba a entender eso.

»¿Cómo están ustedes? —pregunté, tragando saliva. Me sentía sumamente incómodo.

No dijeron nada. Oscar ni volteó a mirarme pero mi madre me mostraba un rostro lleno de decepción y coraje.

—La extraño, mamá. Me siento un estúpido, no quería hacerlo, lo juro.

—Ya, hijo, cálmate. Ya pasó, todo se va a arreglar entre ustedes, te lo digo yo. He escuchado tantos casos similares y ellas siempre vuelven.

Como la conversación no podía importarme menos, me acerqué a darle un vistazo a la casa pero no encontré a papá por ningún lado. Volví por última vez a la sala.

—¿Y mi papá?

—Salió —respondió con gran desinterés.

—¿Cuándo vuelve?

Silencio, de nuevo.

»¿Puedes hablar conmigo, mamá?

—No tiene caso, Elvis. Tú haces lo que te da la gana y le faltas el respeto a tu familia, ¿crees que se puede hablar con alguien así? Ni siquiera te interesa lo que le sucede a tu hermano.

—No me meto en sus asuntos, que es lo que debió haber hecho conmigo. Tal vez provocaría ser decente con él.

—Ya, Elvis. ¿Volviste a nuestra casa solo para pelear?

—Okey, pero no puedo volver y tratar de arreglar las cosas si no me dan la oportunidad, ¿no es cierto? —reclamé.

Hubo un silencio que me dio la razón. No querían escucharme, al menos en ese momento. El viento levantó la cortina, bloqueando nuestras miradas, y decidí irme sin decir nada más. Aunque realmente no me dejaron decir nada.

Continué mi camino hasta el taller de carpintería. Ya me encontraba en la hora del día en el que el sol se vuelve insoportable y te hace desear hacerlo explotar con la vista e inundar el planeta en una eterna oscuridad. Además, las cosas no estaban saliendo como esperaba, y eso lograba ponerme un poco más hastiado de todo.

Alcancé a ver la figura de un hombre frente al taller. Estaba sacudiendo el polvo residual que surge luego de lijar la madera; tal como tiempo atrás solía hacer yo. Me acerqué dando pequeños saltos hasta caer cerca de la entrada.

El señor Edgar me saludó como si fuera un viejo amigo de tragos y cuentos de camino. Su abrazo con palmadas fuertes me hizo recordar una de las antiguas salidas que realizábamos los trabajadores del taller. Me causaba gracia estar rodeado junto a un montón de señores mucho mayores que yo, no obstante, en esos momentos tenía de compañía a mi padre así que no era tan malo.

Él me compraba todos los dulces que pudieran vender en el sitio donde cayéramos. Mientras los viejos tomaban sus cervezas, cortejaban las mujeres al pasar y bailaban al son del merengue y la bachata; yo jugaba con mi vieja consola portátil, me atiborraba de chucherías y escuchaba las leyendas que cada una de esas personas contaba solo para entretenerme.



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En el texto hay: juvenil, romance, lgbt

Editado: 22.05.2024

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