El secretario de los enamorados

Que no se marchiten las hortensias

No tenemos historia bonita que contar a nuestros nietos de nuestros amores pasados antes de su abuela y su abuelo. Y digo, nuestro silencio será eterno, será una perla en el fondo del mar en la mas pequeña de las ostras.

Una insignificancia en el universo en el que nos escribimos a ciegas y nos despedimos todos los días al caer el alba con el anhelo de no cruzarnos jamás por el mundo en lo que nos resta de vida.

Visitamos los mismos rincones en los que nos dejamos absortos en la duda y miramos como el paisaje cambia, pero hay algo que se mantiene, como una gran fotografía para nosotros, que seguirá pagando alquiler en nuestra memoria, y rondará del ático al corazón con libertad heredada por nuestro simple deseo de no dejarnos morir en el olvido.

Dado el caso, puede ser que nos mantengamos, un día de tantos, al pie de la ventana, con la taza de café en la cornisa y un libro ajado de tanto leerse, mirando al firmamento, deshojando los pétalos imaginarios de nuestra conciencia y permitiéndonos mirar como nuestra imagen se va como las nubes movidas por el ligero viento, hondeando un adiós, mezclándose con el blanco infinito, haciéndose inteligible y perenne, muriéndose de a poco conforme aparecen las primeras estrellas como las dudas eternas que nunca vas a poderte responder y que no necesitan de ninguna explicación, pues si el costado de tu cama se encuentra ocupado, no habrá motivo para lanzar los dados.

Y así el recuerdo será un contrato que se renovará con las lágrimas de felicidad y tristeza que nos traigan los meses posteriores, a mediados de años un aniversario sobresaltará en el calendario, y juraras ante tu dios, como la primera vez, tu por siempre amor y fidelidad eterna, mientras mi retrato con el marco y el cristal roto lo llevaras a cuestas en el reflejo de tus anteojos.

Una vez envejecidas nuestras ganas y añejadas nuestras melancolías, iremos al tablero de ajedrez gigante que está en la plaza, la reina será tu tótem y tendré que conformarme con caminar una casilla por turno mientras te miro alejarte de mí cada vez más. En cambio, a lo lejos estará el santuario de los patos donde teníamos prohibido lanzar migas y, un día de tantos, como si fuera mi propia vida, entraron los perros, sin dar escapatoria, y acabaron devorando a cada uno. Ahí, en las orillas y con las ultimas plumas que no se escapaban con el viento, decidí pintarte a letras, y jugar a creer que los que estaban en las bancas continuas harían con sus historias la nuestra.

Fue ahí también donde viajaba del pasado al futuro y nunca me detuve a pensar en tu presente ni el mío. Fue ahí donde el sol se ocultaba entre los árboles y el silencio se hacía palpable. Fue ahí donde no deje morir tu imagen desde el primer día en el que fuimos, sin saber, sin pensar, que era lo que nos esperaba un día cuando mis ojos simplemente decidieron no ver más.

Y cuando estemos de vuelta, nos refugiaremos en Mandrágora, quejándonos que nos gustaban más los asientos de antes y yo diciéndote que todo cambia, que no notaste que “El Museo” lo cerraron desde hace meses y que era el momento de refugiarnos en la cerveza barata de ese otro lugar. Husmearas en los libros, buscando ninguno, miraras las paredes, querrás robarte las cigüeñas de origen que cuelgan de varios hilos. Sonreirás y serás feliz, para después reclamar las cosas que no puedo solucionar con un “lo siento”.

Saliendo de allí, con las heridas abiertas y sin que pudieras responder porque aceptaste tomar algo conmigo, solo argumentando que “era gratis”, se me ocurrirá decirte “si, y gratis hasta las puñaladas…”

Nos volveremos solo un transeúnte más en la calle habitada y nos alejaremos con la indiferencia incubada por todo el tiempo que pasemos separados sin más.

“Adiós, adiós, ¿que no ves que ya la historia comienza acabarse?

Adiós, adiós, ¿que no ves que tu sonrisa de mí se olvidó?

Adiós, adiós, borrare nuestras miradas cruzando la calle

Adiós, adiós, yo lo sé que ni siquiera te acuerdes de mi

Adiós, adiós, ten buena suerte, tan solo abrázame fuerte, quizá esta noche será el único adiós.

Quiero ver la luna contigo, quédate unas horas conmigo.

Quiero ver la luna contigo, que no ves que el sol se ha escondido.”

 

Cantaran Los Caligaris en tus audífonos una vez que subas al bus y no te dignes a voltear para no sentir lastima por mí. Y cantare yo muy bajito mirándote partir como la mariposa que siempre solías ser.

 




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