El secreto de la princesa -parte tres-

Capítulo 27: FINAL

Parte uno: Anuncio del compromiso

 

―Bienvenidos todos, soy Albert Madrid, su rey. Muchos de ustedes ya me conocen, pues los he visto en otros eventos privados. Pero para aquellos que no me conocen, soy el rey feo que ha gobernado sin ser visto.

Todos echaron a reír, celebrando el chascarrillo de Albert. Los que no lo conocían ya tenían una buena opinión de él, pues se veía que era un hombre de fiar, honesto y sincero. Lo sabían por su rostro y por sus palabras.

―Me agrada que me conozcan. Y ahora deseo que conozcan a mi hija, la princesa Gisselle Madrid ―Gloriett estaba arriba, indicándole que la princesa ya estaba lista para salir. Albert recordó el día anterior, cuando habían hecho esa misma presentación frente a Leopoldo y Adolfina, pero esta vez era una concurrencia mucho más numerosa―. Bien, pues no se hable más, con ustedes, mi hija, la princesa Gisselle ―dijo el rey en voz alta y sonriendo.

 Comenzó a aplaudir para que todos los demás también lo hicieran.

Zuleica estaba muy contenta. Su sueño se había hecho realidad. Sabía que ahí estaban muchas personas que la conocían, como Karla, César, el comandante Márquez, Erick. Sin embargo no se preocupó, ella era la princesa ahora y todo mundo sabía en el reino que Zuleica había desaparecido. A la asesina de Úrsula nadie le creería. No había modo de que supieran que ella no era la princesa.

Zuleica avanzó hasta las escaleras y apareció frente a todos. En su cabeza usaba una corona color plata, que hacía juego con su frondoso vestido rosado, lleno de brillantes. En su cuello brillaba un collar de perlas pequeñas y unos guates plateados cubrían sus manos y sus brazos. Fueron muchas las caras de sorpresas al verla. Enseguida todos prorrumpieron en aplausos. Ella comenzó a bajar las escaleras, deslizando su mano derecha por la barandilla de madera. Al llegar abajo abrazó a su padre. Lucía bellísima.

Quienes conocían a Zuleica -que eran todos en realidad- la relacionaban con ella, pero no querían decir nada. Sin embargo esta muchacha lucía sumamente elegante, Zuleica jamás hubiera podido llevar una doble vida.

―Ella es mi hija Gisselle Madrid. ¿Apoco no es bellísima? Otro aplauso por favor ―dijo Albert, aplaudiendo también.

Zuleica alzaba la mano, saludando a todos y lanzando besos.

―Gracias, gracias hermoso pueblo. Qué lindos son todos ―dijo la plebeya.

Su mirada se cruzó con la de Carlo y él le devolvió unos ojos fríos. Ella lo notó, pero le sonrió con más encanto. Muchos estaban impresionados por el parecido entre la princesa y Zuleica, pero definitivamente no podían ser la misma persona. Esta parecía muy buena, la otra en cambio era una malvada. Además esta era refinada, elegante, en cambio la otra era una salvaje, grosera y desalmada.

―Algunas palabras, hija ―le preguntó Albert cuando los aplausos menguaron.

―No, padre, así está bien. Solo gracias por su caluroso recibimiento, todos son muy lindos ―Zuleica sentía que odiaba a todos. A cada uno le tenía un rencor especial por alguna razón especial.

Nadie dejaba de verla con asombro.

―Como todos saben ―dijo Albert cuando disminuyó el cuchicheo―, el motivo de esta reunión es para declarar públicamente el compromiso de mi hija Gisselle con el príncipe Carlo Villaseñor, a quien le pido que pase por favor.

Las personas comenzaron a aplaudir nuevamente.

Carlo se puso de pie y se alisó la levita. Caminó entre las mesas y los aplausos y llegó hasta las escaleras. Zuleica lo tomó de la mano. Todos se enternecieron por verlos así, pues nunca se habían imaginado que la relación estuviera tan avanzada.

―Veo que esto va rápido ―dijo Albert, sabiendo que todos tenían los ojos puestos en la pareja.

Ante el comentario, se levantó una marea de risillas. Carlo aprovechó la distracción y le apretó la mano a Zuelica, con mucha fuerza. Ella le susurró al oído:

―No te pases ―le advirtió al oído, enfadada.

Él la hizo rabiar un momento y después de unos segundos dejó de presionarla, pues todos los veían.

―Y hasta secretos en frente de todos ―comentó en tono bonachón Albert―, queremos saber qué le dijo, ¿verdad? ―preguntó al público.

―¡Sí, que nos digan! ―respondieron todos al unísono, riéndose.

―Solo me dijo que está muy feliz de que estemos juntos  ―comentó Carlo y todos se alegraron y aplaudieron de nuevo.

―Pues me alegra que estén contentos ―dijo Albert―. Ya que está todo claro, ¿nos gustaría saber cuándo será la boda?

Carlo y Zuleica se miraron. Ella sonreía de lo lindo, no cabía de la emoción. Las cosas salían a pedir de boca. Le indicó con la mirada a Carlo que ella hablaría.

―En realidad estamos pensando en…

―¡Alto! ―interrumpió la  voz de una hermosa chica que entraba por la puerta principal. Era bella, joven e idéntica a la princesa que estaba en las escaleras.

Era la auténtica Gisselle.




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