El secreto de la princesa -parte tres-

Parte cinco: Reunión de hermanos

Gisselle Madrid, a quien todos habían confundido con una Zuleica desquiciada, cuando gritaba que ella era la verdadera princesa, estaba en el Edificio Central, en una cámara especial: era un lugar amplio donde parecían llevarse a cabo reuniones importantes. Se trataba de la cámara circular, donde el rey se había reunido con sus súbditos el día anterior. La poca luz de la tarde entraba por una ventana grande, enmarcada por unas cortinas rojas de mucha altura. En lo alto había un candelabro que desparramaba abundante luz en el lugar y había claridad. Al parecer Gisselle estaba esperando a alguien e iba de un lago a otro, inquieta.

De pronto la puerta se abrió y un soldado dejó pasar a un joven vestido elegantemente. Era Carlo.

―¡Guepp! ―dijo Gisselle entusiasmada, abrazando a su amado― mi amor, recibiste mi mensaje.

Le dio unos besos en la mejilla y otro en los labios.

―Sí, sí, claro que sí ―respondió él―. Denis y Remso llegaron con él.

Entonces se abrazaron. Después de unos segundos tomaron asiento y entrelazaron sus manos.

―Mi amor ―dijo Carlo―, no sabía qué hacer. Todo fue tan confuso, tú habías llegado, luego subiste a tu cuarto y regresaste. Cuando volviste, nunca me pasó por la mente que la que había llegado en realidad era esa mujer, no imaginé que hubiera pasado algo extraño, pues ella actuó como si fueras tú otra vez. Cuando la vi creí que eras tú. Perdóname, otra vez me equivoqué. Jamás pensé que fuera ella. Mi corazón aún latía, pero después dejó de hacerlo tan fuerte cuando supe que te habían traído a prisión. Imaginé que eras ella de verdad, y cuando me pregunto si me sentía bien, le dije que sí. No la besé eh, está vez no. Luego te mandé ese mensaje rápidamente. Al parecer no lo recibiste porque las aves regresaron con el mensaje, pero luego llegó el soldado. Me dijo que viniera a este lugar, que la palabra clave era colibrí. No había duda, se trataba de ti. Y me gustaría saber qué ocurrió, cómo es que se hizo pasar por ti.

―Es una mujer muy astuta ―respondió Gisselle―. Imagino que su plan de suplantarme lo ideó rápido, pues cuando llegué al cuarto, al cerrar la puerta, sentí un golpe en la cabeza, justo en esta parte ―y recogiendo su cabello, le señaló a Carlo una parte amoratada del cuello―. Unos hombres me esposaron y luego me sacaron por la ventana del baño, bajándome adormecida por  el árbol que da al jardín.

―Ese árbol, lo recuerdo bien ―dijo Carlo, recordando cuando había estado con Zuleica en el jardín.

―Ese árbol fue tantas veces mi amigo ―comentó la muchacha―. Gracias a él pude escapar muchas veces para verte en nuestra cascada. Ahora sirvió a Zuleica para atacarme y suplantar mi lugar otra vez. Cuando me llevaban por el jardín pude reaccionar. Me habían bajado envuelta en una sábana. Los hombres que me llevaban amarrada y eran los mismos que habían sacado a Zuleica del gran salón. Me di cuenta de la trampa y me esforcé para escapar. Logré soltarme y corrí hacia el salón. Entonces fue cuando grité que yo era la princesa y no ella. Pero nadie me creyó. Los hombres nuevamente me jalaron y como eran bastante fuertes, no pude hacer nada para librarme. Luego al comandante Márquez, por más que le juré que yo era la princesa, no quiso escucharme. A él también lo habían golpeado, pero uno de los soldados le dijo que se había caído. Estoy seguro que Zuleica usó una de las técnicas de confusión para adormecerlo a él y luego a mí. Por eso me trajeron aquí y quise avisarte para que no estuvieras preocupado.

En ese momento alguien llamó a la puerta, preguntando si podía pasar. Gisselle reconoció la voz y le dijo que entrara.

Quien entró era nada más y nada menos que Marco Latusk. Usaba su uniforme de coronel y la boina roja sobre su cabeza.

―Mira quien llega ―dijo Gisselle muy contenta. Tomó de la mano a Carlo y fue hacia el coronel, que cerraba la puerta―. Carlo, mi amor, te quiero presentar al coronel Marco, es un gran amigo que conocí en Jordan hace tiempo.

―Mucho gusto ―dijo Carlo, estrechando la mano de Marco.

―El gusto es mío, príncipe Carlo ―contestó el coronel―. La princesa me ha hablado mucho de usted.

Ambos  cruzaron miradas de cortesía.

―Gisselle ―dijo el coronel a la princesa―, debemos hablar. Te tengo buenas noticias. Tomen asiento por favor.

Carlo y Gisselle se sentaron y el coronel se sentó frente a ellos. Luego dijo, alzando la voz para alguien que estaba afuera:

―Pasen por favor, señoritas.

Dos mujeres jóvenes entraron, eran Paulette y Clara. Al verlas, Gisselle y Carlo se pusieron de pie, no las esperaban.

―Por favor, tomen asiento ―dijo el coronel al príncipe y a la princesa y también a las recién llegadas. Todos obedecieron.

El coronel presidía la mesa, Carlo y Gisselle estaban a su mano derecha y Paulette y Clara a su mano izquierda.

―Les presento a mis hermanas Clara y Paulette ―dijo el coronel y los enamorados estuvieron muy sorprendidos―, ellas dos fueron enviadas al reino de Valle Real con una misión secreta. Ambas cumplieron su acometido a la perfección.

―¿Cuál era su misión? ―preguntó Carlo sin dejar de ver a las muchachas.

―Descubrir quién asesinó a mi padre ―dijo en voz alta el coronel.




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