El secreto de tu sonrisa

1. Locura

“Nunca creí en una amistad con la locura.

Y aquí estamos,

cogidos de la mano,

riendo sin parar.”

 

—Buenos días —se colocó delante de la barra y me sonrió—, ¿lo de siempre?

—Buenos días —me senté en un taburete alto y le devolví la sonrisa—. Y sí, por favor.

Así empezó mi día como las semanas anteriores. Ya habían pasado unas cuantas desde que la vi abrir esa mañana el restaurante pero sabía que no era de ella, sino de otra chica que era algo más mayor y que no pasaba mucho por ahí.

Ni siquiera sabía su edad, sin mencionar su nombre. Algunos días noté que tenía ojeras, otros las mejillas sonrojadas por el frío y seguía siendo tan linda como siempre. Hasta hubo una temporada en que no la vi por unas semanas. Supuse que fueran sus vacaciones aunque también creí que fue despedida. Pero eso no era posible, era demasiado buena en lo que hacía.

Llevaba unos vaqueros azules y una camiseta de manga larga negra. No hacía frío pero tampoco calor, el tiempo estaba variando mucho esos días y me estaba volviendo loco. Tenía un delantal blanco, normalmente era verde, pero ese también le sentaba genial. Al menos así me lo parecía a mí.

—Ten —me puso el café delante como siempre—, que lo... —agachó la cabeza y se tapó la cara con las manos para estornudar. Volvió a sonreírme—. Que lo disfrutes.

—Jesús. Parece que alguien ha cogido un resfriado —las palabras salieron solas de mi boca. Ni siquiera sabía que podía hablarle con tanta ligereza. Nunca habíamos tenido una conversación de más de... Bueno, de lo que siempre hablábamos, que no era mucho—. Toma un pañuelo, por si acaso.

—Gracias —dijo cogiendo el pañuelo. Su mano rozó la mía, dejándome asombrado por un segundo, pero ella pareció no notarlo ya que lo cogió, me sonrió y siguió con sus tareas.

¿Fui el único que notó lo bonita que era? Sabía que no podía obsesionarme pero a veces creía que ya era demasiado tarde. Sus ojos me llamaban de alguna manera, aún no sabía cómo. Aunque seguro que ya tenía un chico en su vida… Al cual nunca llegué a ver. ¿Acaso iba cuando yo estaba en clase? Sería demasiada casualidad. Por las mañanas, estábamos los dos solos, menos algún día que venía alguna persona más a tomar un café rápido. Por la tarde, que también venía a veces con el ordenador para hacer aquí los trabajos mientras tomaba algo, había bastante gente pero nunca se le escapaba ni uno.

Normalmente por las tardes y noches estaba con una amiga suya. Otros días también había otro camarero pero a él le veía menos. Empecé a ir cuando estaba ella y normalmente llegaba a casa sin el trabajo hecho porque me distraía demasiado.

—Que tengas un lindo día —dije poniendo el dinero y alguna que otra propina encima de la barra.

—Lo mismo digo.

Siempre sonreía como si me hubiera dado el cielo en tres palabras. Esas palabras que iban a hacer que estuviera esperando a que se terminaran las clases para volver a ir. Esas palabras que iban a hacer que me pasara el día pensando en ella. Y solo eran tres palabras, no me quiero imaginar si me hubiera dicho alguna más.

Salí con una sonrisa como hacía todos los días. La universidad no estaba lejos andando aunque nunca descubría cómo Steve llegaba antes si se levantaba y salía aún más tarde que yo. Quizá porque tenía coche.

Los recuerdos de la chica hicieron que las agujas del reloj se movieran con rapidez, las asignaturas se pasaran volando y, cuando me di cuenta, ya había terminado mis clases.

—Estás embobado desde que llegaste. ¿Qué te pasa, tío? Decías que ibas a odiar el cambio de ciudad y te lo pasas pensando en tus cosas. ¿Quién eres y qué has hecho con el verdadero Kyle? Confiesa de una vez.

—Eres idiota, tío —negué con la cabeza riéndome y le miré—. ¿Sabes la chica de la que te hablé?

—¿La camarera? —preguntó Steve arrugando la frente. Asentí mirando hacia delante y se rio—. ¿En serio te gusta? Mira —puso una mano en mi pecho mientras miraba a la carretera—, no sabes la edad que tiene, es una chica muy cerrada a lo que se refiere fuera del trabajo y ni siquiera sabes su nombre. No la conoces.

—Gracias por recordármelo.

—Eres patético. Has caído muy bajo y eso no me lo esperaba —se empezó a reír a carcajadas y me uní a él mientras seguía conduciendo después de parar en el semáforo—. Ya que no sabes su nombre, al menos pregúntaselo.

Me encogí de hombros y seguí mirando al frente. Más triste era que el único camino que me sabía fuera de casa a la universidad, pasando de camino por el restaurante. También sabía ir a la plaza aunque a veces tenía que dar muchas vueltas porque no estaba seguro de adónde iba. Era un desastre con los lugares.




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