El secreto de un beso

Capítulo 6

Por fin ambas hermanas habían logrado llegar al reino de Liechtenstein. Un lugar donde nadie la conocía. Donde podía empezar de nuevo, sin tener en cuenta su pasado.

Minerva bostezó cansada mientras contemplaba desde el alféizar de la ventana como los arbustos brillaban por la luz solar del atardecer, proyectando una sublime imagen.

Habían estado varias semanas en el carruaje, anhelando llegar pronto y poder finalmente descansar por completo en una cómoda cama todo su adolorido cuerpo. El viaje de Londres a Liechtenstein fue demasiado agotador para las ambas hermanas. Más para Minerva, quién había comenzado a sentir un malestar en el estómago, como también náuseas por las mañanas o cuando olía ciertos alimentos que antes le agradaban pero en estos momentos no.

Un asqueroso olor que no sabía donde se provenía inundó sus fosas nasales, causándola unas tremendas ganas de vomitar.

—¿Está bien, milady? —inquirió Ellie al ver la palidez del semblante de Minerva.

—Creo que me encuentro algo mareada —susurró Minerva débil.

—Llamaremos un médico cuando llegamos al castillo, Mine —propuso Fabiola tomando con delicadeza la mano de su hermana mayor para acariciársela.

Minerva mordió el labio. No merecía la preocupación de su hermana.

Estaba enferma por sus pecados. Nada más que eso.

—Estaré bien en cuanto descanse —aclaró para no ser más el centro de atención.

Con esa declaración, las tres se quedaron calladas. Solo se escuchaban el sonido del carruaje y los relinchados de los caballos.

Minerva entrecierro los ojos, tumbándose en el alféizar de la ventana. Una pequeña siesta antes de llegar al majestoso palacio no le vendría nada mal.

Fabiola mientras veía a su hermana mayor descansar, acarició el pelo con suavidad. No sabía lo que tenía pero quisiera ayudarla.

Mordió el labio culpable al recordar que todo estos meses habían dejado de ser cercanas como lo fueron de pequeñas.

Desde que Fabiola se había comprometido con Adam, esa cercanía de hermanas poco a poco se enfrió convirtiendo en puro hielo. Mientras Fabiola estaba ocupada con la boda, con sus amigas y con Adam, Minerva dejó de ser esa joven curiosa con una personalidad entre alegre y sensata, volviéndose un espíritu sin corazón.

¿Qué le había pasado? se preguntó Fabiola preocupada aún jugueteando con sus dorados pelos.

Ahora mismo ella estará solo para su hermana. Ni un hombre, ni el deseo de ser una dama de nata y crema de sociedad cambiaría el profundo amor que sentía por su hermana, Minerva.

El coche después un intenso camino de Londres al palacio llegaron a su destinados, parándose en frente de la enorme fuente circular.

Fabiola abrió la boca asombrada, fijándose en la gran belleza que emanaba en todo este lugar. Habían enormes arbustos con diversas flores dándole un toque especial a ese impotente palacio medieval.

Al girar su cuello en dirección a su hermana, Fabiola halló a Minerva durmiendo como un ángel.

No quería despertarla después de sufrir tanto durante el viaje pero tenía que hacerlo.

La sacudió ligeramente por los hombros, sonriéndola dulcemente.

Minerva abrió sus ojos grises a sentir ligeras sacudidas en sus hombros, encontrándose con su hermana menor dedicándole una de sus inocentes sonrisas.

Verla de esa manera, comportándose con ella como si fuera un magnífico tesoro. No era merecedora nada de eso. Ella no era un ser bonito, sino un cruel que había robado lo que más apreciaba su hermana.

—No quería despertarte pero ya llegamos.

Minerva asintió alejándose del diminuto cuerpo de su hermana.

Ahogó un bostezo al tanto que su vista se enfocaba en el ventanal, observando con asombro todo el lugar. Allá fuera estaba Meredith junto con su esposo, el príncipe de Liechtenstein, Ancel -el heredero del trono si el rey de ahora falleciera en su lecho-, y detrás de ellos, estaban un ejército de criados. Preparados para satisfacer todos los órdenes de sus señores.

En los labios de Minerva se curvaron formando una sincera sonrisa después de tantas semanas inmersa en un dolor sin fin cuando veo la sonriente expresión de Meredith.

El cochero con un ágil movimiento la ayudó bajarse mientras Ellie ayudaba a Fabiola.

Ambas hermanos caminaron hacia la entrada principal donde estaba Meredith y Ancel esperándolas al tanto que Ellie andaba detrás de ellas.

Meredith, dejando de lado las reglas de prototipo de la realeza, se echó encima de sus hermanas, abrazándolas con fuerza.

—Os he extrañado demasiado —susurró sintiendo como sus ojos se llenaban de lágrimas—, Ha sido duro no tenerlas a mi lado pero ahora que están ya no me sentiré sola —añadió.

Ese último comentario alteró a Minerva. ¿Acaso su hermana estaba sufriendo? Su afán de investigación despertó entre las cenicillas.

Ancel hizo una reverencia de cortesía en cuanto Minerva se separó de sus hermanas.

Ahora comprendía porque su hermana se había enamorado de él, abandonando su tierra natal para marcharse a una extraña.

Jamás había visto un rostro tan bello. Con su porte aristocrático, con su elegancia y su bondad podía predecir un futuro lleno de miel y riqueza en su reino.

Apreciar su fría belleza no significaba que estuviera atraída por él.

En su corazón, en su mente, en lo profundo de su ser, siempre será Adam sin importarle su riqueza o su belleza. Lo amaba porque solo era él.

Ese instante se dio cuenta que jamás iba a olvidarlo pero tampoco lo tendrá porque sabía con certeza que eso será el resultado de la desdicha de su hermana menor.

—¿Estás bien? —preguntó Meredith con preocupación al notar la palidez de su hermana.

—Sí —contestó asintiendo.

Minerva sabía que estaba bien, lo que tenía era simplemente el cansancio de un intenso y agotador viaje.

Meredith ni Fabiola creyeron su afirmación. Más la última, quién llamaría al médico del gran palacio si viera que no se estaba recuperándose.



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En el texto hay: duques, londres, amor

Editado: 19.05.2021

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