—Hace una bella mañana —susurró con la voz adormida mientras Minerva contemplaba tumbada en su lecho la luz solar que emanaba del enorme ventanal.
¿Tanto había dormido? pensó Minerva mientras bostezaba ampliamente tapando su boca con su mano izquierda.
Se puso de pie caminando descalza hacia el ventanal donde contemplaba fascinada los jardines que embelesaba el exterior del palacio. Más tarde antes que atardezca Minerva decidió dibujar el jardín como un recuerdo aunque para eso no faltaba mucho. Dentro de poco, el sol comenzará a esconderse.
Le había venido bastante bien este descanso. Ya no se mareaba como le pasaba en esas últimas semanas ni tampoco las arcadas la atacaban.
Utilizando su fuerza, consiguió abrir el ventanal para refrescar su cuarto de ese aire tan curativo para su alma.
Minerva cerró los ojos, disfrutando como ese refrescante aire jugueteaba con su pelo dorado llevándolo de un lado a otro.
Aspiró y respiró hondo comenzando su ritual de relajación aún teniendo los ojos cerrados.
Pero Minerva fue interrumpida por completo cuando la puerta del aposento se abrió de golpe apareciendo Ellie y la sirviente que había conseguido llamar su atención ayer cuando la desvestía.
Dando la vuelta, sonrió de oreja a oreja.
¿Desde cuándo no se sentía tan bien consigo misma? se preguntó acariciando delicadamente su cuello como un acto involuntario.
Desde que se había enamorado del prometido de su hermana respondió al instante.
Sacudió violentamente su cabeza. No iba ensombrecer este día con esos pensamientos
Ella había llegado aquí con el propósito de borrar ese pasado y ayudar en el proceso a su hermana para que hallara la felicidad que le había robado ciegamente. No para pensar en lo egoísta que había sido en el pasado.
¿Por qué de todos los caballeros que habían en Londres tuvo que enamorarse concretamente de él? ¿Por qué el amor era tan egoísta?
Ahora que estaba lejos de Adam, no volverá a pecar.
—¿Sí? ¿Todo bien? —inquirió Minerva sonriente caminando en dirección de esas dos, quién hicieron una inclinación en cuanto la vieron.
—Sí, milady —respondió Ellie al instante—, Solo quería comunicarte que nuestra alteza han decidido celebrar una velada a lo alto en vuestro honor y estamos aquí para dejarte deslumbrada. Además milady podrás conseguir un prometido entre tantos caballeros que estarán esta noche.
«Dudo que no les importe que no fuera pura» pensó decaída mordiéndose el labio inferior.
Aunque eso no quitará el hecho de que sí iba a conocer hombres durante la velada pero solo para encontrar al perfecto pretendiente para su hermana menor.
—Perfecto —fue lo único que pudo pronunciar Minerva.
—Entonces nos pondremos mano a obra, milady —comentó toda emocionada mientras empezaba a correr de lado a otro con la ayuda de la joven sirvienta preparando todo lo necesario para que su señorita estuviera bella.
Minerva simplemente se quedó tumbada en el colchón observando cómo era la habitación que le asignaron. Ayer había estado tan exhausta que lo primero que hizo fue cerrar sus ojos quedándose dormida al instante.
Era el aposento más fascinante y bello que jamás vio en su vida. Las cortinas azuladas embelesaban el lugar brillando por los rayos solares. Había un enorme tocador donde le encantaría pasarse horas y horas dibujando al tanto que acariciaría la suavidad de la madera, un alargado y enorme espejo, una gigantesca bañera y finalmente un enorme sofá.
Mientras tanto escuchaba los pasos de las doncellas correteando de un sitio a otro. La sirvienta estaba arrodillada enfrente la enorme bañera echando fragancias de jazmín por toda el agua cálido.
—Por fin —exclamó Ellie después de buscar por todo el escritorio las tenacillas que utilizaba para peinarla haciendo que Minerva soltara una suave carcajada
—Milady, ¿qué vestido quiere ponerse o lo dejará en mi gusto? Después de todo, soy amiga de una de las diseñadoras más talentosas de Londres.
Aunque muchas veces su madre la reñían sin cesar cuando hacía este gesto pero en estos momentos no estaba su progenitora podía encoger sus hombros sin preocuparse por nada.
—Te dejaré todo en tus manos, Ellie.
—¿De verdad? Me acaba de hacer feliz, milady —repuso Ellie sonriente yendo directamente al armario donde lo abrió para iniciar la búsqueda de hallar el vestido perfecto.
La joven sirviente tímidamente se acercó hacia Minerva con la mirada enfocada en el suelo.
—Milady...—susurró la rubia con la voz nerviosa—, El baño está listo.
Minerva asintió en silencio poniéndose de pie.
—Dime tu nombre —ordenó con un impecable acento alemán mirándola fijamente al mismo tiempo que se quedaba hechizada con esos ojos celestes.
Además del arte, Minerva le fascinaba aprender sobre nuevas lenguas. En su adolescencia mientras sus amigas jugueteaban en el jardín de la escuela de señoritas ella estaba encerrada en su cuarto aprendiendo nuevas idiomas.
—Mi nombre es Erika, milady —contestó tartamudeando.
¿Por qué se sentía tan libre cuándo estaba a lado de esta joven de ojos celestes? Le transmitía una tranquilidad que era justo la curación de su alma rota.
—Entonces, Erika. Ayúdame a desvestir.
Y eso fue lo que hizo Erika. Con movimientos torpes —miedo de molestar a su señora—, le quitó el camisón de anoche.
Minerva cerró los ojos al instante que su cuerpo se sumergió en el agua sintiendo un gran alivio que recorría todo su cuerpo. Podía percibir como toda la mala vibra de su espíritu se evaporaba alejándose de ella para siempre.
Suspiró aliviada cuando las delicadas manos de Erika empezaron a masajear su espalda adolorida.
Cuando Minerva comenzaba a tiritar de frío Erika le entregó su mano para ayudarla a levantarse.
En el momento que los pies mojados de Minerva tocaron el suelo, Erika corrió rápidamente por una enorme toalla rosa.