Minerva sentía que debía sincerarse con sus hermanas. Ya no podía ocultar más la verdad a pesar de que eso causará una destrucción entre Fabiola y ella. Pero desgraciadamente no le quedaba de otra. Prefería ser mala ante sus ojos que amargarse entre mentiras.
—¿Estás segura, Fabiola? Es imposible que nuestra hermana esté incinta. ¡Por dios ni está casada!
Meredith no paró de negarse con la cabeza. Su hermana menor no podía estar embarazada. Minerva era incapaz de estar con un caballero antes de casarse. ¿O tal vez fue fruto de violación? Con ese pensamiento, se alteró que no pudo evitar sollozar. Imaginarse a su hermana siendo violada por algún hombre le rompía el corazón en pedazos.
Fabiola intentó calmarse a Meredith acariciando su pelo con suavidad. Ella también quería no creerlo pero la verdad era innegable. Las veces que Minerva no paraba de vomitar durante el viaje, los mareos y esos cambios de humor. Todo ese inusual comportamiento era por el embarazo. De eso no había ninguna duda.
—Estoy segura, hermana. Y sobre el matrimonio, no es la primera dama que se queda embarazada antes de ser casada.
—Ya pero...
—Eso no es importante.
—¿Cómo qué no? Nuestra familia volverá a caer más en desgracia. Seremos el hazmerreír de la sociedad.
Minerva mordió el labio inferior, intentando controlar las lágrimas. No iba a llorar. No quería hacerlo.
Pero era complicado retenerlas. Necesitaba desahogarse. Morir entre su dolor por ser la peor persona.
Primero se enamoró de Adam, segundo estuvo con él causando la desdicha de su hermana y ahora su familia será el centro de atención en Londres. Todo había sido su culpa.
—¿Y qué? Podemos empezar de nuevo en otro sitio. Seguramente nuestros padres querrán ir a Francia o a América. Ahora, vamos a centrarnos en saber quién es el maldito que la embarazó y huyó como cobarde.
Tanto Meredith como Minerva se asombraron por las malsonantes palabras pronunciadas por Fabiola.
Meredith al ver la decaída expresión de su hermana se sintió horrible por hablar de esa manera. ¿Cómo pudo ser tan cruel con ella? Para calmar su culpabilidad, la abrazó gentilmente.
—Perdón, Mine. No estaba pensando —susurró bajando la cabeza.
—Está bien. Tienes toda la razón. Todo este tiempo solo he causado problemas a nuestra familia. Me siento tan horrible.
—¿Qué problemas? Pero tú no has hecho nada. Soy yo quién fue abandonada por el prometido. Soy yo quién hizo que nuestra familia fuera víctima de burlas.
Minerva supo que ese era el momento para confesarle toda la verdad.
—Perdón. Te juro que no era mi intención hacerlo. Cada vez que pienso en esa noche, me arrepiento. No sabes el asco que me doy pero...No he podido evitarlo. Lo amo, Fabiola. Lo amo con todo mi corazón desde el primer momento que lo vi. Te juro que ante Dios intenté olvidarle, borrarlo de mi corazón pero no he podido. Lo siento, de verdad lo siento.
»Si quieres odiarme, adelante. Merezco tu odio. Lo merezco. He robado tu inocencia, el hombre que quieres y tu dignidad.
Fabiola se quedó callada, con la mirada ausente.
No sabía que hacer con estos sentimientos encontrados. ¿Debía odiarla por robarle el prometido al pasar de que era la persona que más amaba en el mundo? No solo era su hermana, era como su gemela. Siempre la había adorado. Deseando que cuando fuera mayor, quisiera ser como ella.
Cerró su vista, intentando buscar un camino a que pisar pero al sentirse tan ahogada con este traicionero dolor solo quería huir lo lejos posible de Minerva.
—Fabi...
—No digas nada. No digas nada. —repitió varias veces negando con la cabeza.
Cuando abrió sus ojos, las lágrimas no paraba de fluir por todo su rostro.
Antes de darse la vuelta y echarse a correr como loca, Fabiola le dedicó una mirada llena de sufrimiento a Minerva.
Aunque quisiera perdonarla, ahora mismo no podía respirar el mismo aire que ella.
—De verdad no quise hacerte daño. Tienes que confiar en mí.
La voz de Minerva se le quebraba cada palabra que pronunciaba.
—No quiero escucharte. No quiero ni mirarte. Ni tampoco hablarte. En este momento, estoy ciega de agonía. Si hablo, me arrepentiré más tarde por mis palabras. Déjame en paz.
Dicho esto, Fabiola frunció sus labios alejándose cada vez de la desolada habitación.
Minerva se rompió a llorar cada paso que daba Fabiola haciéndola sentir la persona más horrible de la tierra.
Le roía el alma por dentro al recordar que la mirada llena de afecto de Fabiola ahora estaba llena de rabia cuando la miraba. Todo esto era por la culpa de su egoísmo.
El odio que sentía por ella misma cada vez crecía más y más. Era un monstruo por causarle tanta angustia a su pequeña hermana.
Deseaba marcharse a un sitio donde nadie la conocía. Podría ser una acción cobarde pero era la más ideal.