El secreto en tus labios

Capítulo 1|Sebastian

Never made it as a wise man

I couldn't cut it as a poor man stealing

Tired of living like a blind man

I'm sick of sight without a sense of feeling

And this is how you remind me

How you remind me/Nickelback

Mierda. 

Todo es una mierda para mí últimamente, la sociedad, el tráfico, el Gobierno, la universidad ¡Mi vida! Pero no quiero pensar en eso, no hoy al menos, porque hoy es día de pago. No veo las horas de salir de este lugar. Hemos quedado con mis amigos en ir al bar de siempre esta noche para mojar* nuestro sueldo como hacemos cada principio de mes con un pichel de cerveza y alas. 

—¡Sebastian! —grita Helena—. ¿Estás ahí? Paolo nos está llamando. Dice que nos quiere para atender a un cliente especial esta noche. Que tardará algunas horas después del turno, pero que…

Ruedo los ojos. Yo que no veía las horas de largarme de aquí.

—¡Vamos! —insiste, jalando de mi brazo—. Son demasiadas personas ¡No voy a poder atenderlos a todos yo sola! Además, así juntas dinero para tu auto. 

Paolo, el dueño y administrador, nos explica que es para atender  la fiesta de cumpleaños del hijo de un amigo suyo, un sujeto muy importante y por añadidura muy rico. Se supone que llamó esta mañana y pidió que improvisemos algo para que pueda celebrar con sus amigos hoy en la noche, y encima espera que le demos el mejor servicio. 

¡Genial! 

Debe ser algún niño mimado por la vida, tal vez algún chico de 18 años a quien por primera vez su papá dejó viajar solo y le prestó su tarjeta de crédito. Dudo un poco en aceptar, hasta que Paolo menciona que el niño rico está dispuesto a pagarnos extra y bastante bien, por atender su fiestecita. Dinero es dinero, no tengo otra opción. 

Nos toca, junto con otros dos compañeros, preparar el salón de eventos de la planta alta del restaurante, cosas como poner manteles, la cristalería, los cubiertos, los centros de mesa, todo aquello que en mi casa nunca hice. Quiero decir, ¿para qué? teníamos una sirvienta que se encargaba de eso y en su defecto, papá y el abuelo hubieran mandado a mi hermana a hacer ese tipo de cosas.

Las instrucciones de Paolo son montar una fiesta que más parece una representación de El Gran Gatsby para diez personas: música de Jazz, carnes frías, juegos de té, con ese encanto vintage que encuentro aburrido y hasta vulgar debido a lo estrafalario que me resulta. Quiero decir, soy más de cosas simples, para mi cumpleaños no acostumbro celebrar con una fiesta y eso; usualmente son Helena, quien me regala una torta de merengue de la que como una rebanada nada más para no herir sus sentimientos, y mi hermana gemela Violeta, quien me llama cada año para darme un sermón, las dos únicas personas que se acuerdan de mi cumpleaños.

Desde una ventana del salón que estamos decorando puedo ver un auto clásico, un deportivo Mercedes Benz negro, el cual reconocería donde fuera, es el mismo que yo quería al cumplir los dieciocho. Del deportivo sale un hombre rubio seguido de una mujer también rubia, su esposa. Sus nombres son León Ross y Clara Montenegro una parte de mi pasado que quisiera borrar, pero la vida no funciona de esa manera, aunque siempre tienes la opción de zafarte y es lo que haré para evitar que se me  pique el hígado y de paso el orgullo al atender a ese par. 

Salgo como un loco en busca de Paolo para excusarme por no poder atender lo de esta noche. Quiero decir, le cantaré alguna excusa como que mi abuelo está muriéndose, seguro él lo entenderá y me dejará ir, se me da bien eso de inventar historias, por algo soy escritor, o al menos eso intento. 

—¿Y bien, Renault? —gruñe Paolo sacudiendo la cabeza, creo que adivina a lo que vengo —Dime…

Escuchamos unos gritos que vienen del salón donde el rubio está celebrando su cumpleaños. Paolo corre a ver y yo detrás de él con un trapeador agarrado. Quiero decir, lo tengo a la mano y me parece buena idea llevarlo por si alguien regó alguna clase de líquido. 

La escena es muy rara. Está Helena, quien no es de quedarse callada, rígida como una escoba mientras Clara, la rubia, está sentada frente a ella lanzándole insultos y maldiciones porque arruinó sus zapatos y su vestido con no sé qué mierda que le regó encima por accidente. Me hago el héroe avanzando frente a la mulata para protegerla pero toda mi valentía se vuelve humo, siento que soy un avestruz asustada, cuando noto que hay alguien de mi pasado a parte de León y Clara en esta maldita fiesta

James. 

No tardé en reconocerlo, Quiero decir, tiene la misma planta de cuando era pequeño, cabello café, flaco, con gafas y ese tonto tic en su ojo izquierdo. 

—¡Mesero! —me llama León con el dedo. Intento hacerme el lerdo para no acudir a su llamado, antes muerto que ser su gato otra vez—. Venga por favor. 

Sonríe con placer señalando hacia abajo. Pretende que limpie debajo de su zapato con el trapeador que llevo, orden que él sabe muy bien, voy a negarme a acatar. No pienso dejar que nadie me humille. 

—Mejor déjalo, León... —le pide James. 




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