El secreto en tus labios

Capítulo 9|Matt

And I could try to run

But it would be useless

You’re to blame

Just one hit of you

I knew I’ll never be the same

Never be the same/Woolf Alice (Cover)*

¿Quién era Josh para mí en ese momento? 

Una figura nebulosa, una mancha en mi mente, nada más que un extraño, a quien me unían la costumbre y la conveniencia, con quien ya ni me gustaba platicar, mucho menos tener sexo. Nos habíamos conocido tres años atrás, cuando yo todavía estaba en Barcelona sacando el postgrado y trabajando como pasante mientras él andaba de viaje por un intercambio que se ganó de parte del ministerio público. En seguida congeniamos;  pensábamos de la misma manera, teníamos el mismo ideal, el conseguir un futuro brillante a como diera lugar, una vida cómoda, llegar a lo más alto de nuestras carreras. En algún momento de la relación inevitablemente surgió el tema del matrimonio y congeniamos en que era lo más conveniente para ambos, que ya tocaba, como diría mi madre. 

Ya nada de eso tenía sentido a partir de que Sebastian entró a mi oficina aquella mañana hacia algunos meses. El reloj comenzó su cuenta regresiva y cuando me besó esa mañana, explotó por fin. Sabíamos que estaba mal el estar a solas en mi departamento esa tarde, yo era consciente de lo que iba a pasar entre nosotros al proponerle que llegara al caer la tarde para hablar acerca de lo del beso, pero no me importaba, estaba harta de pensar en las consecuencias de todo. Tal vez si no lo hubiera hecho antes… 

Ya no importaba. 

Lo estuve esperando con ansias el resto de la tarde. Habíamos quedado de que vendría a mi casa después de las cinco y media para hablar del beso que nos dimos esa mañana. 

Al verlo en el umbral de mi puerta lamí mis labios y sonreí ¿Qué carajos pasaba conmigo? Yo no era así. El sexo con Josué nunca se dio de esa manera. Desde la primera vez que nos acostamos hacer eso consistía en una rutina de diez minutos, que cada vez se fue haciendo más esporádica debido a nuestras agendas. No es que fuera malo, pero tampoco era bueno, cosquillas en el estómago y un orgasmo en contadas ocasiones. Mi madre decía que era normal, que nunca se puede tener todo en un hombre y que me conformara con que no tuviera vicios, tuviera un trabajo decente, no me golpeara y me fuera más o menos fiel en el mejor de los casos. Yo había asumido aquello como una verdad incuestionable respecto a lo mejor que podía aspirar a encontrar en una relación. No tenía idea que el secreto para yo sentirme totalmente plena en la cama estaba en la piel, en los ojos, en los labios de otro hombre... 

—Hola —balbuceé—. Viniste temprano, en definitiva… 

Me miró de pies a cabeza. Lily me advirtió lo que podría pasar, sugirió que me arreglase normal, pero que llevara algo lindo debajo en el remoto caso de que se diera algo entre nosotros. Así que estaba en shorts  y camiseta como siempre que estaba sola en casa, nada especial para que  no pensara que estaba demasiado urgida por acostarme con él.

—Luces —Lanzó un bufido—… ¡Wow! 

—Claro que no, luzco horrenda. 

—Si tu lo dices, muñeca… 

Quise alejarme para colocar el disco que me trajo a regalar en la mañana, intentaba huir de lo que inevitablemente iba a pasar entre nosotros, pero era imposible. Sebastian me retuvo halando de mi mano y me besó con fuerza, de nuevo esa carga eléctrica por todo mi cuerpo que, aunque me daba miedo hubiera querido que durase por siempre. 

Le quité la chaqueta, quería que fuera mío de una buena vez, pero aun me esforzaba en frenar lo inevitable y él también al parecer. Carraspeó un par de veces. Luego me soltó y pude colocar el disco. Hasta la fecha me pregunto qué tan lógico sonaba nuestro plan de hablar sobre lo del beso mientras escuchábamos un disco de vinilo siendo que ni siquiera tengo un tocadiscos en mi casa. Él sabía tan bien como yo lo que hacíamos allí. 

Le ofrecí café pero no quiso;  yo por mí parte tampoco probé ni un sorbo, tenía una rana en el estómago.  Nos quedamos en silencio uno en cada esquina del sofá, escuchando la música. 

Hasta que Sebastian rompió el hielo y se acercó de nuevo para rodear mí cintura; por instinto lo guíe con mis manos en un recorrido a través de mí cuerpo por encima de mí ropa ¡Sus dedos temblaban y yo estaba en las nubes! Nos deseábamos tanto, pero era tan peligroso caer y lo sabíamos, sabíamos que tenía que pasar incluso desde antes de ese beso esta mañana, porque no se trataba de un simple coito. En nuestras  almas algo más comenzaba a germinar desde la primera mirada hacia  tantísimos años y solo estaba esperando el momento justo para comenzar a nacer. 

—¿Así que el zopenco viene cada dos meses...? —me preguntó mirando mis labios. 

—Sí, una vez cada dos meses... 

—Supongo que debes extrañarlo mucho cuando no está, muñeca —Sonrió con ironía, sabiendo de antemano mi respuesta.

Solté una carcajada. Su pregunta era ridícula y cualquier respuesta de mí parte, un sinónimo de cinismo.

—¿Quién pregunta? 

 Sebastian seguía con atención mis labios. Sabía lo que deseaba; yo también lo quería pese a las consecuencias inminentes. Entonces actuó y volvió a besarme, pero esta vez con tacto, con delicadeza, el pobre hombre temblaba y no creo que haya sido solo de deseo. Había algo especial en sus ojos avellana esa noche que me hizo pensar en él como aquel niño que en algún momento se entregó a una mujer por primera vez. Cerré los ojos, luego me puse de pie con la ridícula esperanza de que aún podía detener el desastre, pero no llegué muy lejos. Cuando reaccioné, él ya me tenía acorralada contra la puerta de entrada. Mi respiración se volvió rápida, podía escucharme a mí misma inhalando y exhalando. 




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.