El Sendero a Casa

Capítulo dos

Somos crueles. Nos aprovechamos del que confía y pasamos sobre ellos con tal de conseguir lo que queremos, incluso cuando ayudamos es con motivos que nos remuneran. "Él es demasiado ingenuo e inocente, por eso le pasan estas cosas" Cuan erróneo pensar que ser ingenuo e inocente era la causa por la que esas desgracias le pasaban; la culpa siempre será de quienes actúan cruelmente.

Somos humanos y pecamos. Yo peco. Para la paz mental de mis conocidos, no todos los humanos son crueles y pecar no siempre significa algo malo.

Los primeros tres meses del incidente, un muro invisible se alzó entre mi hermano menor y yo, la tensión cuando teníamos que comer en la misma mesa, compartir el baño y sala se volvió incómodo, ambos ignorábamos las habitaciones vacías; los retratos sobre los muebles en los pasillos fue lo único que pusimos de cara a la pared, las costumbres que teníamos en común, todo eso desapareció. El primer mes, la incertidumbre de saber qué pasó era grande, pero cuando me acercaba a mi hermano y me percataba del dolor que transmitían sus ojos, la manera en que llegaba silenciosamente por las tardes, hacía su tarea en silencio y se encerraba el resto de la noche, me imposibilitaba preguntarle.

Tuve que aceptar que era algo muy difícil para él, que tenía que mantenerme positivo, tenía que verme fuerte, era su hermano mayor y él me necesitaba, Kidd debía sentir que yo era alguien con quien podía hablar, que estaba seguro conmigo. 

Recuperó su confianza cuando pasamos una semana entera juntos, literalmente juntos, él obtuvo un papel en una obra de teatro, me sentía tan feliz por él, socializando con otros niños, saliendo conmigo a comer, paseando por el centro de la ciudad comprando cosas, le enseñé  a coser para que él mismo hiciese su traje, aproveché para leerle antes de dormir y bañarlo de vez en cuando, jugar en el patio, las cosas que creía no volveríamos a hacer, pero Kidd siempre fue tan bueno con los demás... hizo un esfuerzo, porque en uno de esos días, rompió a llorar, luego de cuatro largos meses. Debió ser difícil para él, y yo deseé tantas veces saber qué pasaba por su mente y simplemente decirle que todo estaba bien y que yo estaba ahí, que no tenía porqué actuar frente a mí o los demás. 

Ahí estaba él, actuando como cualquier niño, mirándome con sus purpúreos ojos a través del casco, desde arriba del escenario con su traje de buzo, y la felicidad... el sentimiento de que estás en el lugar correcto, con las personas correctas... Cuando la obra finalizó y él salió tomado de la mano de los demás niños de su clase, juraría fui el primero en levantarme, llorando y aplaudiendo, todo lo que pasaba por mí mente era "¡Ese es Kidd, ese es mi hermanito!". Esa misma noche, con lo que tenía ahorrado lo llevé a comer todo lo que pidiera, si la noche era buena, ¿por qué no hacerla mejor? 

Sentí un deja vú, verlo comiendo todo del plato con tanto entusiasmo, escucharlo hablándome de todo lo que pasó durante la presentación, él sentado en la silla del frente, separados por una mesa e iluminados por el foco sobre nosotros, las demás mesas no existían; en ese momento solo eramos dos hermanos pasando tiempo juntos, pero algo acerca de todo el ambiente, me hizo reflexionar. Con una expresión cálida y mi mano sosteniendo mi barbilla, pasó por mi mente muy fugaz... "¿Así te sentías cuando me traías aquí, mamá, tan fascinante era verme comer una simple y barata hamburguesa?" aquél pensamiento. 

Aún con el avance entre ambos, quedaban tantos cambios por hacer, pero teníamos que dar un paso a la vez, si resultaba aterrador para él, significaba que yo debía hacerme cargo. Los domingos eran mi día libre, en los que limpiaba, ayudaba a Kidd con la tarea, hacía toda la lavandería, me sentaba a hacer una lista de supermercado, revisaba las facturas, nada de eso era ajeno a mí, pero a comparación de antes, la carga era menor a cuando cinco niños corrían por toda la casa. Cuando sacaba el polvo de las habitaciones, normalmente cuando estaba libre al mediodía y Kidd se iba, se me salían las lágrimas, viendo los juguetes, la ropa, los retratos...

Ver la casa completamente, desde el muelle; un sentimiento sin descripción. La pintura de la pared se desquebrajaba, el cable de las luces de navidad en el borde que separaba el primer piso del balcón estaba grisáceo, la mecedora que mamá usaba para dormir a mis hermanos perdía color, los maceteros vacíos y el camino que se formaba hasta llegar a la entrada de la casa; de tierra pisoteada, con hierbajos creciendo a los costados, pero la puerta principal... La puerta de cristal y cedazo, por la que mamá me cargó cuando era muy pequeño, por la que salí cuando aprendí a caminar, por donde años después pasaría el coche de mis hermanos, saldría cargándolos para jugar en el patio, donde entrabamos como un torbellino al llegar de la escuela, tan solo esa puerta poseía tantos recuerdos... 

En el viejo muelle, a unos centímetros del borde de la plataforma de madera, estaba una silla de acampar, con dos bolsillos, donde se podía palpar el recuerdo de mamá, sentada todas las tardes, viendo el sol caer, flacucha, con el cabello sucio, sus manos delicadas a pesar de lo mucho que trabajaba, vistiendo su vestido opaco en color celeste con un abrigo de lana gris, durmiendo, para así aguantar otra noche más. También se quedaba ahí sentada cuando mis hermanos se tiraban a nadar, le tiraban agua y ella se enojaba, levantándose de inmediato para atraparlos, y ellos corrían o nadaban muy lejos. 




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.