La música comenzó a sonar cuando Yak quitó su dedo del botón en la radio y Kidd sonrió, ambos chicos se acercaron bailando al centro de la sala de estar, moviendo sus brazos y piernas de cualquier manera, ninguno sabía bailar y no les importaba, porque se divertían haciendo el ridículo. El niño empezó a gritar piña en inglés y Yak estalló en risa, si bien ambos dominaban más de un idioma, Kidd se le enredaba la lengua con el inglés. El mayor se llevó las manos a la altura del pecho, para sacudirlas junto a su cuerpo, con la punta de un dedo del pie se acercó saltando a la grabadora y presionó el botón de siguiente, pasando otra canción aún más animada.
Kidd tomó el perchero tirando todos los sombreros y abrigos y se puso a bailar con el, dando vueltas alrededor de la mesa de la cocina y volviendo a la sala con un saltito, mirando a su hermano mayor anonadado por sus ocurrencias. En la esquina de la sala, junto al sofá, en el lado contrario al perchero había un árbol blanco decorado con cinta dorada, luces multicolor, con muchos cactus con lentes negros colgando como decoración, debajo había regalos; esperando a ser abiertos el día siguiente.
Las luces de navidad que decoraban la parte exterior de la casa eran cortesía de la desaparecida hermana de ambos; rieron al unísono, al recordarla decorando la casa un julio muchísimos años atrás, Yak le revolvió el cabello con la mano y procedió a tomar las de su hermano para que bailaran, Kidd era torpe con sus pies y lo pisaba, pero ambos se reían. La mesa tenía un pequeño festín para ambos, Yak ahorró todo el año para poder tener una cena y regalos para su hermano.
Kidd se disculpó y se excusó con que tenía ganas de vomitar, su hermano le reprochó, pero al final lo dejó ir al segundo piso; para usar el baño sin compañía, sin saber lo que haría, sin sospechar simplemente preparó la mesa en lo que el menor regresaba. Al chiquillo le gustaba hacer tributo a su familia, en secreto se escabulló a su habitación para sacar una caja de tocador, al abrirla encontró las fotos y pertenencias de sus hermanos, metió todo de mala gana en su bolsillo para apaciguar el sentimiento que salía a flote.
Kidd Tepes tenía una costumbre desde muy pequeño, mantener cosas de otros, él creía que los demás se sentirían felices si descubrían que él los atesoraba, nadie nunca reaccionó así, le decían raro e ingenuo, entonces, acaparó tales memorias, tales amuletos... para él mismo.
El niño cruzó el pasillo que separaba el comedor de la cocina, con una sonrisa para que no levantar sospechas, aceleró sus pasos hasta que Yak escuchó que el niño chocó con una canasta y lo interrogó—¿Estás bien, te duele algo? No puedes decir que siempre estás bien, Kidd, no eres una molestia, tu salud es muy importante, ocultarme cosas no sirve de nada, te perjudica a ti y de últimas a mí —repitió y se expresó con suma preocupación, el menor asintió con la cabeza—Te creo, sabes que te creo, solo trato de cuidar, perdón si soy muy repetitivo, ¿comemos ahora?
—No, yo... Yo guardé tu regalo afuera, lo tengo que buscar, ¡espérame aquí! —sentenció Kidd, con su mano sobre su otro brazo, hundiendo su dedo pulgar en su piel nerviosamente, le resultaba incómodo seguir ahí parado bajo la mirada de su hermano, cuando Yak relajó su expresión, el niño sonrió y dio unos pasos para tomar el pomo de la puerta de la cocina; que llevaba al patio trasero.
Yak lo sujetó del brazo antes de que pusiera un pie fuera de la casa, lo cual hizo a Kidd contener el aire como pudo y abrir los ojos por completo, con la sangre helada; su hermano mayor lo miró confundido y luego tomó un abrigo del respaldar de la silla del comedor para dárselo—Te va a dar frío—Le mencionó, con un tono monótono. El niño se puso el abrigo rápidamente y se fue con una mano sobre el bolsillo de su pantalón, con los músculos de la espalda tensos, cuando llegó al patio, suspiró intencionalmente para ver la bruma blanca del aire que expulsaba de la boca, frotó sus manos y se adentró en la oscuridad, ignorando los sonidos de platos tras él.
Kidd cerró la puerta del taller y sacó la caja de su bolsillo y vació su contenido sobre la mesa frente a él, sus manos un tanto temblorosas y sus dientes apretando inconscientemente, de un compartimiento de plástico en un mueble sacó unas velas y encendedor, las puso junto a las fotos de sus hermanos. Suspiró y sin querer tiró algunas cosas cuando movió los pies y una ballena de peluche rodó debajo de la mesa, trató de agarrarla y en un torpe movimiento las velas cayeron junto a las fotos y demás cosas, sus ojos amenazaron con dejar las lágrimas salir: —No puedo hacer nada bien, ¿verdad? —Se desplomó de espalda en el suelo junto a las cosas regadas por doquier y trató de secar sus ojos con la manga de su abrigo.
Kidd seguía tirado en el suelo viendo a su alrededor, abrazando la ballena de peluche que siempre llevaba consigo, se sentía seguro en el taller, nadie lo veía, nadie juzgaba si alzaba sus manos y pretendía alcanzar algo, nadie lo analizaba ni regañaba, entrecerró los ojos, como si fuesen binoculares que exploraban los rincones de un universo entero. Las rendijas de la madera, los rayones en las mesas pegadas a las paredes, unas junto a otras, llenas de objetos que él desconocía. Sintió algo caliente y removió su pierna de la cera con desesperación y sorpresa; olvidó apagar las velas. Al levantarse pudo mirar con más claridad el techo que empezaba a caerse de lado, escuchó pisadas y el temor lo paralizó.