El Sendero a Casa

Capítulo cuatro: Fantasma

En la solitaria calle que llevaba al centro de la ciudad, Yak daba pasos lentos, como cualquier otro día, se encontraba de camino a su trabajo, un turno nocturno en el segundo cine más popular de la ciudad. El muchacho llevaba una camisa blanca de manga larga por debajo del saco negro, pantalones de tela, su uniforme estaba planchado y lucía extremadamente presentable, llevaba el cabello peinado para atrás en suaves ondas y su rostro fresco, por haberlo cuidado con mascarillas y jabones especiales, similar a un bebé, pero más guapo.

Se paró frente a una casa vacía, y se le vino el peso del pasado a los hombros cuando vio el pasto crecido, bajo el rostro por la pena, y juró oír una risa en el momento que volvió su vista a la acera, esa hilera de postes de luz que daban a la calle que Yak había pasado recién, todo a su alrededor se rompió y vino abajo, como un espejo, y sus pies sintieron el inmenso mar negro, con las risas goteando del cielo y todos los astros convertidos en focos parpadeantes, cualquier tono imaginable, en azul, en rojo, amarillo, verde, púrpura y rosa.

Una estela plateada pasó sobre su cabeza, trayendo consigo el sonido de mil cascabeles y pianos, acariciando su corazón, sus manos se sintieron ligeras y el mar se tragó su cuerpo, llevándolo hasta la profundidad de donde pudo avistar todo el espectáculo de antes con la turbulencia de la marea. Yak espiró y todas sus burbujas se posaron debajo de él y lo llevaron de vuelta a la superficie del agua, donde se quedó se rodillas viendo como del otro extremo de la calle, corrían dos niños con cabellos dorados, tomados de la mano, haciendo ruido que llegaba segundos tarde a los oídos de Yak, una melodía con las cuerdas de un cello.

Ambos niños coordinaban sus movimientos, no tenían piernas, eran escarchas con color moviéndose con el viento, cortando con una sola tijera y sus manos sosteniéndola, toda la hierba de la casa. Yak abrió la boca queriendo decir algo, pero los niños aparecieron en su espalda, empujándole a dar un paso hacía la casa, le bastó con cerrar y abrir los ojos para darse cuenta, que otra combinación de luces se acercaba, sin un rostro y con los brazos abiertos, tomó a ambos niños fuertemente y los alzó, abrazándolos y hundiendo su cabeza entre sus hombros.

Yak se apartó del cercado de la casa, con los puños apretados, siguió su largo camino, la oscuridad besaba su frente y los sonidos de los distantes autos su corazón. Pestañas verdes y largas, rociadas por la más tranquila de las noches... Se paró al lado de la plaza, mirando al frente, cada paso que daba se sentía como el algodón, sabores efímeros en la boca de alguien más, y no evitó relacionar esa plaza con su hermano, pero esa vez... ningún fantasma apareció y se sintió tan estancado como el agua de la fuente, que dormía en el centro de la plaza, en soledad.

La pálida luna se convirtió en polvo, y con las corrientes de aire dieron vida a más fantasmas, que seguían a Yak, sin que él se diese cuenta, con sus manos muy cerca de las de él, pero sin tocarlo, no vaya ser que Yak también se volviera polvo. Un niño llevando a otros de la mano, por algo que comer, las calles que Yak recorría pertenecían a las rutas de una vida.

Una luz rosa parpadeaba a la distancia, en un local abandonado, rosa... Yak recordaba unos labios y rostro rosa, helados rosa; entonces esbozó una sonrisa— Tanya—dijo, viendo su reflejo en el cristal del establecimiento, junto a él apareció una silueta rosa, patinando sobre el cristal como si de hielo se tratase, las manos de Yak se fueron a los bolsillos de su pantalón, la silueta desapareció en cuanto Yak retomó el camino. Porqué atormentarse más... con memorias fugaces de alguien que ya no vería jamás.

Al cruzar la calle, pasando al lado de la iglesia, Yak no evitó recurrir al cielo, topándose con la campana, que todas las mañanas regalaba el tocar de los ángeles a cada rincón de la ciudad. Por dentro era muy hermosa la iglesia, con tanta historia, pero Yak sintió una punzada al pecho, ahí bautizó a cada uno de sus hermanos y los llevaba todos los lunes— La fe no fue suficiente, ¿no es así? —susurró para sí mismo. Yak hizo un viaje dentro de sus recuerdos, él lo notaba en la mirada de sus hermanos, todos tenían sus propios sueños, puestos al lado de otros, eran casi imposibles... Ver sus vidas en espiral al vacío era aterrador, y él los comprendía mejor que nadie.

Una mariposa cometa se deslizó de entre las nubes y se estampó al suelo. Al recuperarse y batir sus alas, dejó una escarcha tenue; casi débil tras de sí. Circuló la iglesia, haciendo tiempo para que alguien la notara.

Los fantasmas se reunieron a espaldas de Yak, como si le obligasen a seguir, él caminaba atareado desviándose un poco de su destino. A la distancia estaba la biblioteca, él no evitó ver el recuerdo frente a él, su hermana poniendo bolsas de dinero sobre una mesa, cada vez más grandes— Nunca le pregunté de dónde sacaba el dinero—La imagen se desvaneció, sintió la tristeza trazando un camino, en el pavimento que ahora servía de pizarra, cólera asimilando la tiza. La comisura de sus labios se torció en un gesto desolado— Te aislaste... conseguiste un trabajo—añadió.




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