El Sendero a Casa

Capítulo siete: Parásito

(...)

Me susurró con vergüenza "Consigue unas muletas, no necesito una silla, no soy una estúpida discapacitada, solo tengo un problema", al principio me sentí un poco ofendido, acaté sus órdenes porque entendía su dolor, o eso pensé, yo no entendía ni la mitad de la mitad de lo que se sentía estar enfermo, sus problemas empezaron poco después de haber aprendido a caminar... Podría decirse que ha estado así toda su vida. Le daba vergüenza caminar en los pasillos con las muletas o las máscaras de oxígeno, le daba muchísima rabia, eso sentía ella, rabia. A mí me dolía, sin saber que mis caras la hacían sentirse peor, la trataba como a una enferma, una discapacitada, como algo y no alguien. Cuando llegó el día del estudiante, ella ya podía andar más libremente con las muletas sin mi ayuda, discutió con su profesor para que la dejara ser la profesora de Física, tras unas diapositivas y arduas discusiones, la dejaron, todos no sentíamos inferiores a ella, la vi sonreír tiernamente por primera vez, ella sabía que todos la mirábamos como a alguien capaz, sumamente capaz, se esforzó por romper cada uno de los estereotipos que tenían acerca de ella, incluso yo quedé asombrado con todo el conocimiento que ella poseía.

Mi hermana me trató como a su mellizo, ya no me golpeteaba ni gritaba, me jaloneaba de aquí hacia allá, presentándome a sus amigos como su hermano y no su copia. Días después, ella recayó, me hería profundamente verla en una cama, verla rabiar y maltratar a los demás, me excusaba por ella, mi melliza parecía tener un mal día todos los días, le rogaba a todos que la entendieran, que la aceptaran, me podían insultar a mí, me podían quitar el dinero a mí, no a ella, porque ella tenía un mal día todos los días... Otro más no la ayudaba en lo absoluto. Era la única chica de mi edad con la que podía hablar y tontear, no quería perderla. Quería a todos, honestamente, pero a ella la amaba, parecía entenderme con una mirada y me regañaba, aunque me molestaba, luego entendía que era por mi bien. Mis hermanos tenían sus propias luchas, la mía era disfrutar de una buena salud mientras mi hermana empeoraba, cuando era más pequeño, sentía que yo le arrebataba su vitalidad... Durante años me sentí un parásito.

(...)

Tanya se entregó a un sueño profundo, diferente, en la poco atractiva textura del asiento de copiloto, con su cabeza recostada de la puerta. Soñaba en hielo, con hielo, su cuerpo delgado flotaba en las ventiscas de un norte atiborrado, siguiendo el ritmo de los violines, una insustancial representación de su toma de decisiones, vagas, flojas, sin rumbo. Sus acompañantes no sabían hasta ese momento el verdadero motivo del regreso de la chica de labios rosas que anhelaba en Classique. Tan-ya, no se pronunciaba ni estaba relacionado con la obscena Ta-nía, era Tanya, elegante, atrevida. Burbujas, observó burbujas en un mar salado, se deslizó por las cumbres y saltó en las cúpulas de cristal y perfumes, su sueño tomaba un camino diferente, sus pensamientos se ordenaban y el auto con sus saltos la sacudían por dentro. Estiró su brazo y rozó la piel blanca de Yak, el chico no quitó la vista de la carretera y solo acercó su antebrazo a los finos dedos de Tanya, estuvieron más de dos horas conduciendo, buscando la información del paradero de la madre de su amigo, en secreto. En su sueño, todo se coloreó de gris, ella no comprendió, sus pestañeos se convertían en polvo que luego viajaba hasta lo más alto de una sinagoga, allí un foco atraía a las criaturas de polvo que se levantaban de un viejo sopor.

En la fiesta de bienvenida que la familia de Tanya organizó para su llegada en el nuevo Estado, conoció a un señor que no pasaba de setenta años, él la llamó, ella no protestó y se acercó enseguida "¿Le ayudo en algo?" el hombre le pinchó el brazo, Tanya no tenía la más mínima idea, que cualquier acción que ella aprendió eran extrañas, al pasar de los años eran hazañas, oh, la valentía de aquel hombre al llamarla y decirle "Me parece que la que necesita ayuda eres tú, jovencita". ¿Ayuda en qué? Ella no sabía dónde estaba parada, no sabía a dónde iba y apenas rechistaba a sus figuras de autoridad "Oh, eres un pedazo de arcilla, niña tonta", un pedazo de arcilla moldeable sin propósito ni ambición, qué enojo cogió ese día, le decían tonta y le proporcionaron un sermón, un tal señor que nunca en su vida vio, hasta que tosiendo la invitó a una partida de ajedrez. Se divirtió, Tanya se divirtió con la pésima toma de decisiones del señor "¡Ya ves como tienes algo de lo que yo carezco! Pensé yo, yo pensé que eras aburrida, los niños nunca son aburridos" que se echó para atrás en su silla, la niña con una resplandeciente sonrisa se dio cuenta que, pensar por sí misma de vez en cuando no le sentaba mal.

En los sueños de Tanya, ella era un caballo, siempre vestida con armaduras, de pies ágiles. Yak vendría a ser un alfil y Kidd una torre. El piso era un perfecto tablero en color blanco y rosa, ella elegía los cuadros rosas para saltar y así avanzar, ¿a dónde iba ese sueño? Al despertar, no recordaría los detalles a menos que los dijera al instante, era su método, había algo en Tanya que la capacitaba de experimentar sus sueños de un modo sumamente real.




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