El Sendero a Casa

Capítulo nueve: Año Nuevo

 

¿Objetivo? Dibujar la ciudad desde su punto de vista, intercambiando colores para hacerlo mucho más artístico, ¿obstáculo? Kidd Tepes nunca aprendió a dibujar y mucho menos pintar. A falta de experiencia, decidió ir a la primera planta, mordisqueándose los dientes de la mano, encontrar en los utensilios una fuente de inspiración. Kidd era honesto consigo mismo, quiso pintar porque era muy malo para hacer cómics y muy pequeño para estudiar algo relacionado, su alternativa fue empezar desde cero, eligió ciertamente una meta muy difícil, pintar la ciudad, Kidd no conocía de figuras geométricas o arquitectura avanzada, él no sabía que un umbral era un umbral, sabiendo que al salir de su casa y adentrarse en el bosque para ir a la ciudad, debía pasar por uno.

Archivó su idea en una sección especial de su cerebro y pasó a holgazanear, como a él le gustaba referirse al tiempo libre, en Balsa holgazanear no era sinónimo de negativo, significaba "Tener tiempo para uno mismo", significaba que te preocupabas por ti y eso denotaba felicidad. Se paseaba por la casa desacomodando todo, si un azucarero estaba en el comedor, lo movía al estudio, los libros los dejaba en el sofá y los cojines del sofá en la bañera, así, para cuando volviese su hermano tendrían de que hablar y reírse.

Se llevó una caja de cereal al balcón, para distraerse y revisar los papeles que Yak olvidó antes de salir junto a su billetera, conveniente. No había más nada que cereal y huevos en la refrigeradora, las alacenas tenían frijoles, a Kidd no le gustaban los frijoles. El comedor estaba desecho, hacía falta comprar un nuevo mantel. Uno de los foquitos que colgaban del borde del tejado parpadeaba, estaba más que dañado, sin embargo, Yak Tepes pensaba que le daba personalidad, Kidd se río entre dientes—¿Personalidad? —murmuró para él mismo. Se llevaba las figuras redondas a la boca, de diferente sabor y color, lo que resultó de un viaje de ida y vuelta a la ciudad.

La caja cayó balaustre abajo, junto a los pedazos de papel que el chiquillo revisó, se quedó viendo los árboles y en una rabieta empezó a gastar la batería de su celular, apagando y encendiendo el flash solo para ver las sombras de las hojas y ramas, una tontería por donde se le mirase. Se echó los mechones de cabello para arriba y se devolvió a su habitación, estrellando la puerta y tirándose en la cama, gritando contra la colcha y sábanas. El cuarto contaba con una ventana de dos cristales, tapada por una cortina semi transparente, Kidd siguió gritando hasta que fue opacado por los fuegos artificiales, esos sonidos aturdidores, eléctricos, furiosos causados por una ciudad completa. La pirotecnia se derretía sobre las personas extasiadas por un año nuevo, en la muchedumbre destacaban los pendientes de Josephine en manos de sus papás, las calles retenían a un poblado falso, cientos de turistas se reunían cada año a festejar en el centro del país, la ciudad más diversa y colorida, con tantos secretos como silencios. Las casas podían ser disfuncionales, como para las lágrimas de Kidd y su necesidad de rasgar hojas y arrojar lápices al piso, las personas podían ser empáticas y rosas, los precios se regulaban y subían en momentos en que la gente se centraba en otros temas, los accidentes se convertían en cifras...

Un feliz año nuevo, para la mujer que dejó de bailar, el niño que dejó de soñar, la chica que nació sin dirección, el niño con más cicatrices que rizos, el chico cobarde que decide actuar, y los cuatro niños desaparecidos, aún vivos en fotografías, y tal vez solo ahí lo estaban.




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