Burbujeaba la mezcolanza en la olla de la cocina de un hombre viejo, de largas barbas y bolsas bajo los ojos, se echó todo el peso del cuerpo al banquillo pasando la mesa larga, que separaba el mini bar de las demás mesas. Tomó un hondo respiro, antes de encorvarse y juntar las manos—¿Qué busca un niño bonito como tú aquí? —dijo sin filtros en dirección al chico delgado con una sombra tapando su rostro, esbozó una sonrisa entonces, pues comprendió la situación. "No hables de más" citó el hombre, él sabía que quienes rondaban su taberna no eran de muchas palabras, y los nuevos —los niños bonitos— mucho menos, era casi un mandamiento no hablar demás cuando te unías a ese mundillo, la delgada línea que separaba la realidad de Balsa del inframundo. Balsa podía ser descrita como la meseta que unía los demás Estados, pero que, al mismo tiempo, los mantenía separados. En el pasado, los Estados no eran más que secciones centradas en áreas específicas de la economía, así el gobierno podía apoyar abiertamente los proyectos de estas.
¿Qué hacía Yak Tepes en Intermedio? Comprar más barato y obtener información. Y no eran exageraciones suyas llegar a ese extremo, ya que Balsa estaba pasando por una regulación de precios que le azotó en la espalda, anteriormente dejó su trabajo y eso significaba una bomba de tiempo. Tendría que encontrar un quehacer lo más pronto posible, para evitar acumular deudas y contemplar alacenas vacías como en años pasados, con la ayuda de su amiga, apaciguaría el proceso.
Con su mayoría de edad, podía acceder a lugares nuevos de su país, viajar más lejos sin tener que presentar una autorización maternal, documento que acreditaba que, en ese caso, la madre era consciente del recorrido o destino exacto del individuo en cuestión. Era libre de pasearse por Intermedio, las calles oscuras de negocios ilícitos bajo carpas, tapados por una sonrisa y relojes caros. Intermedio no era un sector pobre, tampoco un pueblo o ciudad, ni siquiera estaba en el mapa, Intermedio se concentraba en las fronteras, eran ambulante, se movía con el dinero y el excentricismo, no todo eran bosques y muelles en la vida del joven Yak.
—Oh, ese nombre me es conocido... conocido —vagó el hombre de voz carrasposa, entrecerró los ojos, hurgando en las vestimentas de Yak con sus ojos neblinosos, la edad le pasaba factura, Yak asomó de su bolsillo un tiquete dorado, esos, esos sagrados tiquetes dejaban entrar a la ciudad más prestigiosa de todo el país. La baba le decoró entero, se acomodó en su banquillo, relamiendo los labios y arrugando el rostro, interesado—¿De dónde lo has sacado? ¡Olvídalo! ¿Qué quieres a cambio? —No dudó en lanzarse por la oferta del muchacho, Yak se mordió los labios para adentro y extendió los brazos, mostrando las palmas de las manos, el hombre hizo un desdén atareado y frunció el ceño. ¿Por qué saber de una mujer era tan importante como para dar un tiquete dorado a cambio?
Yak dio un paso al frente, estampando su zapato negro a unos centímetros de las patas del banquillo—Necesito saber exactamente a dónde fue, qué hacía aquí, a qué se dedicaba, todo, no se debe omitir nada, ¿entiende? —Comprendió pues, el hombre, que el niño bonito no era ningún novato y mucho menos un cobarde, amargó la mirada y se levantó, arreglándose la camisa y pasando detrás del mostrador.
Yak no pestañeó, una gota de sudor por nerviosismo o miedo y sería tachado por toda una comunidad de ladrones—Su apellido me recuerda a alguien.
El hombre se rio entre dientes, atacado por una toz se llevó la mano a la boca y se apoyó en la pared—¡Mi hijo! —exclamó, entre su congestión y las contracciones de su estómago, tosió una última vez y se paseó por el mostrador, sacando carpetas polvorientas de las alacenas. Le pareció un poco cómico a Yak que, el hombre guardaba carpetas en el lugar que él menos se esperó, la alacena era estratégico, es el último lugar en que alguien buscaría los expedientes de los compradores.
El hijo de Domínguez era Pio. Pio Domínguez, un joven moreno con muchos lunares, difícil de olvidar con su atrevida personalidad y chocante humor, sacó todo lo "malo" de su familia, todo eso cuando alcanzó su mayoría de edad, porque Pio en su infancia era un ángel caído del cielo, muy torpe, tartamudo y con huecos en el cabello, su familia no le escondía las tijeras con el propósito de reírse de él luego. Yak lo conoció en primaria, compartían el almuerzo, ambos eran hijos de trabajadores arduos víctimas de las regulaciones, Pio tomó caminos muy opuestos a los de Yak, él decidió encontrar una vía fácil de sacar a su familia adelante, Yak quiso quedarse en lo convencional, mantenían contacto, mas no se hablaban con la misma cercanía de antes. Eran las ironías de su vida, encontrarse con fantasmas del pasado, cachitos de ellos.
Domínguez se restregó un ojo, al mismo tiempo que dejaba la carpeta sobre el mostrador, estrelló su dedo contra la fotografía entre las páginas, repetidas veces para captar la atención del muchacho—Tú escarbas el pasado de un demonio, niño. Esto me trae recuerdos —replicó. Domínguez conocía a la mujer castaña de la fotografía, de onduladas hebras doradas y oxidadas, con ojos fríos, labios exquisitos, mente taladrada, y piernas largas, Yak casi tembló, se echó el cabello para atrás y frunció los labios, de pronto, realizó que el piso bajo él no era de madera, como en su casa. El hombre arqueó una ceja y desenredó su barba, para luego acoplar su mano a su boca y acariciar con la punta del dedo su nariz, analizó toda la anatomía simplona del muchacho, las pestañas fueron la piedra angular de sus suposiciones—Esta mujer es tu madre —sermoneó con una voz llena de cizaña, entre suaves risas. Cuando notó la severidad en la expresión de Yak, se disculpó con un gesto de manos y prosiguió—Por respeto, preferiría no hablarte de ella.