El Sendero a Casa

Capítulo doce: Silencio

 

Corroyó las entrañas de Yak, cada palabra que le recordó a ella, mujer de ondas doradas y ojos oscuros como los suyos. Inspiró con toda la intención del mundo, como si en el aire, su esencia siguiera intacta. Porque él, él tenía esa sensación, la sensación de que estaba a unos pasos de ella. A Tanya le parecía exagerado, a Kidd le parecía cruel, la manera en que Yak extrañaba a su mamá sin admitirlo, él la amaba, y en su mente afirmaba que; más que los demás y más que a cualquier ser en el planeta, la admiración que tenía por ella. El estrecho lazo emocional y casi espiritual, él temía que ella muriera, y ese miedo lo mantenía atado. Él no quería perderse, no quería que la persona más importante en su vida lo odiase, todo esto sepultado en su interior, resguardado. En el exterior, era rencor, un rencor que todos veían menos él, en el exterior era tristeza, una tristeza que comenzó con una flama, se convirtió en un incendio forestal.

Se sentó en el asiento de copiloto tras guardar la carpeta, estaba al lado de Tanya, mas no tuvo intención de mirarla a los ojos, se sonó la nariz y se quedó viendo la espesa oscuridad que cubría las orillas de la carretera, se centró en las luces en el cielo, los fuegos artificiales a kilómetros, cada explosión alteraba su respiración, se acordaba de respirar y se ponía más incómodo, golpeaba su dedo índice contra el cristal y subía o bajaba la pierna del asiento.

—¿Podemos irnos?

Era extraño, pues, llorar cuando él no quería. El cuerpo desobedece y se desparrama, es un sentimiento asqueroso, sentir los ojos vomitar sangre, por más que se pasen las manos para limpiarla, no sale, se queda pegada a la piel. Yak se preguntaba, ¿cuándo, exactamente, dejó de ser precioso? Cuando los bebés pasan a ser niños, se convierten en una carga, cuando pasan a ser adolescentes, en una tortura, cuando son adultos; muchas veces, una decepción, Yak sabía eso, pero, ¿exactamente cuándo? Incluso le erizó los nervios pensar que se debía a su apariencia, ¿tan feo era? ¿se comportó impulsivo e idiota?

—Sí... —Contestó Yak a la chica de ojos sabor café.

La melena de Tanya le golpeó el rostro, ambos sonrieron y volvieron a dar tres pasos atrás con las manos entrelazadas, de un momento a otro la mano dominante de Tanya tomó a Yak de la espalda y lo atrajo a su cuerpo, las hileras marrones de Yak estaban decoradas con pétalos de plata y cobre, los bailes típicos de Balsa contaban con adornos tradicionales que aludían a la naturaleza, se podía bailar entre dos o cuatro, uno de los integrantes siempre debía decorar su cabello o rostro, era quien marcaba el ritmo. Ambos eran buenos bailarines, pero Yak se excedía en perfección, su cuerpo mucho más flexible podía doblarse en el brazo firme de su mejor amiga, daba vueltas sin perder su elegancia, su parte favorita era el zapateo y movimiento de las manos, al sonar de maracas y tambores.

Las trompetas hicieron su acto de presencia y ella se adueñó de la pista, paseando a su compañero en un perfecto círculo, evitando con maniobras a las demás parejas y grupos, ellos no eran de allí, porque nadie podía superar la química de esos dos disfrutándose. Si los enfocaban en azul, la diadema de Yak brillaba y así su cabello, un río suave bañando su fino cuello, puesto ligeramente atrás, junto a su cuerpo, por las manos de Tanya.

—¡Estás algo tenso! —exclamó Tanya excluyéndose a sí misma y su compañía al rincón más distante a la banda—¿Qué pasó en el bar? —preguntó colocando los brazos en los hombros de Yak, la música se adormeció y ahora era una guitarra dulce la que llenaba los oídos de ambos, un joven subió al escenario y dio la señal para el pianista.

—No... no deberías agarrarme así —afirmó el chico removiendo los brazos de su amiga y bailando alrededor de ella con las manos elevadas al costado de su cuerpo, apenado. La chica relajó las piernas y se dispuso a marcar el ritmo con sus hombros, al subirlo su pie buscó el suelo, luego repitió la acción con el otro, coordinando con su acompañante.

—Apagón, ¡no se vayan a tropezar! —anunció el anfitrión, un hombre de camisa holgada verde y zapatos de cuero sintético, saludó a sus invitados y se retiró a una de las mesas en el exterior, con su amigado.

—Luce hermosa. —En la noche con sabor a sal.

—¿Quién, Yak? —Tanya torció la boca—, no me estás prestando atención.

Un camión pasó en la calle de tierra, y provocó un temblor ligero en la instrumentaría, del restaurante al aire libre en que se encontraban, los cimientos que soportaban el techo de bambú se zarandearon de igual manera.

La espectacular noche se grabó en la mente de Tanya, en su respiro y descanse de todo ese baile, no le importó quedar sumida con el cuerpo de su acompañante, no se aborrecieron y prefirieron abrazarse, observarse, como solo ellos sabían hacerlo, en su mundillo de dos o tres, y nadie más.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.