Apagó el ventilador y se apretó la cabeza con las manos, no soportó el flujo de sus propios pensamientos, intentó ser positivo y no le dio resultado, ir a División no le garantizaba respuestas, por qué iría su madre a División, por qué tan lejos, no cuadraba en la cabeza de Yak, tomó uno de los mechones de cabello de Tanya y se lo llevó a la mejilla, suspiró y se levantó de golpe, topándose con la habitación a oscuras, tropezó con los zapatos de ambos, se puso de espalda contra las paredes hasta dar con la puerta, ahí se arrepintió un segundo por lo que haría. La chica en la cama se dio vuelta y abrazó las mantas grises, dobló las piernas para acurrucarse en su lugar, Yak suspiró y cerró la puerta sin pensarlo dos veces.
Rebuscó en los cajones de la habitación continua, el armario, tomó unos largos guantes negros y se los colocó, le tapaba los codos, antes de salir se paró frente al espejo, el mismo espejo en que su amiga se probaba atuendos todos los días, mucho mejores que los de él, le dio un poco de nostalgia, las personas siempre entraban y salían de su vida, se sintió... solo, nadie a un lado de él, ni Kidd ni Tanya, nadie, así estaba siempre, ¿solo?
No lo estoy retumbó en su propia cabeza, cómo podía Yak Tepes estar solo, siquiera un momento, él jamás estaría solo, y esa era la peor parte.
Cuando Yak Tepes cumplió dieciséis, viajó cuatro días a las colonias, él y Kidd querían subir hasta lo más alto de esa colina, a donde nadie hubiese llegado, porque las colonias estaban localizadas en una montaña, la parte que se dejaba ver desde Balsa, esa era la única habitada, la parte trasera de la montaña era inhabitable y a ahí decidieron ir. Caminaron hasta una estación, con una mochila con sus ropas y otra con alimentos, en el viaje, ambos se quedaron dormidos bajo una frazada de lana.
Uno de los asistentes del conductor los despertó—¡Arriba! —Les dijo al mismo tiempo que les zarandeaba, después entregando el equipaje de ambos para que bajaran de una buena vez, el muchacho se encogió de brazos ante la actitud hostil de Yak, por poco y despertó a Kidd, tomó las mochilas y se las echó a la espalda, luego cargó al infante para bajar del autobús, quedaron ante las imponentes escaleras al otro lado de la calle, les quedaba toda una aventura por recorrer.
Kidd no despertó hasta que Yak se lanzó al pasto, con su espalda recibiendo todo el daño y sus brazos protegiendo a su hermano menor, ahí el niño se arrastró entre las hojas amarillas y naranjas, para tomar una y soplar, le dio un manotazo a su hermano por no haberlo despertado. Se quedó tirado con la mano en la cara, para bloquear los rayos del sol, y como le costó llegar con él hasta ese punto de la montaña, no le importó las secuelas porque así su hermano disfrutaría de todo lo que restaba de tarde, sin signos de cansancio hasta pasadas las diez de la noche.
No eran pinos ni abedules, los árboles en el regazo de la montaña eran más altos, dejaron un clavo para ir marcando con cuerda el camino, en caso de que se resbalaran, podrían sujetarse a algo y de paso, seguir sin temor a perderse.
—Kidd, no, no, no, no —Y no, porque el niño se tiró de cara a un pequeño cuerpo de agua, sumergió la cabeza y luego se pasó las manos por todo el cuerpo, asimilando estarse bañando, Yak tiró las mochilas y se adentró con todo y botas para sacarlo, con los labios torcidos en una mueca y sus ojeras enrojecidas, lo tomó y lo enrolló en la toalla que sacó de la mochila.
Las brisas hacían caer las hojas que luego decoraban la cabeza de ambos, y ahí bailaban entre las ramas, con el viento, a un lado del lago, corrían en círculos y tonteaban, el niño con su toalla y el mayor con su camisa holgada. Yak aun mantenía su corazón muy cálido, su pulso llegaba a los oídos de su hermanito, que descansaba en su pecho, cómo podía estar solo, cuando lo tenía siempre él, incluso si se alejaban dos pasos, Kidd permanecía con Yak, y eso lo preocupaba.
Kidd no se mantendría pequeño como una pelusa toda la vida, Kidd crecería y lo dejaría. Ninguna cama se compara con madre Pome susurró cuando escudriñó los cabellos de su hermano mayor, trenzó el poco cabello que poseía, mucho más moldeable y fino que el de él, así celebraban otoño. Arrancó las florecitas débiles del suelo y las entremetió en los nudos del cabello de Yak, el mayor ni se quejó, mas bien cerró los ojos y se entregó a un profundo sueño, tras haber cargado a su hermanito junto a las mochilas colina arriba sin ninguna ayuda.
Kidd bajó sus piernas al suelo para así reposar sus brazos en el pecho de su hermano, le dio palmadas en la frente mientras veía las estrellas caer, prefirió no despertarlo y cenar solo, con el ruido de los renacuajos en el estanque, anteriormente llamado "lago pequeño", y las luciérnagas curiosas husmeando entre sus pertenencias, el niño se rio cuando una de ella se posó en su zapato, lo movió para que se fuera y nada, ahí se quedaría su amiguito. Ah, y qué calma transmitía Yak, con sus parpados reflejando las estrellas y su cabello acariciando el pasto, cada curva en su rostro era un canal divertido que recorrer con un dedo de la mano, Kidd le pinchó un ojo y luego removió la mano, angustiado por la amenaza de haberlo despertado, falsa alarma, el chico se dio la vuelta y abrazó sus piernas, qué gracioso duermes, hermano Yak. Y no, no podía estar solo, no con Kidd ni los fantasmas tras él.