En el mundo natural, dentro de una habitación un tanto esotérica, se encontraba Agnis pintando sobre un gran lienzo dócil, que al parecer retrataba la ciudad de Pavistón (donde se encontraba) infestada por agentes externos que no podían ser concebidos, ni siquiera identificados por el ojo humano por causa de la complejidad de su grafía pictórica. Con trazos firmes, pero suaves, Agnis pintaba el centro comercial Dumont con cierto matiz de colores opacos con respecto a los demás.
Su mundo natural (donde Agnis se desempeñaba como artista errante) está conformado por seres naturales (por ejemplo, humanos) que se desenvuelven en el mentalismo (razón mental) o en el fisicalismo (razón física). Los mentalistas podrían alterar la realidad mental, mientras que los fisicalistas, el entorno físico. Mentalistas y fisicalistas estarían unidos a través de un lazo (natural) al parecer irrompible. En este aspecto, Agnis sentía que no pertenecía a tal mundo.
No era que Agnis no pudiese utilizar la magia, podía, pero no se sentía un ser natural o al menos un viviente del mundo natural. Agnis sabía que más allá del mundo natural se encontraban otros dos mundos conocidos, como el mundo sobrenatural o el mundo supranatural, los cuales eran desconocidos para Agnis, pues nunca había tenido la oportunidad de estar ahí. Posiblemente pertenecía ahí, posiblemente no.
Una vez su pintura estuviese terminada, trató de secarla lo más pronto posible, luego salió de su casa-habitación y se dirigía hacia el centro comercial Dumont. De repente se percató:
—¡Spot! —gritó Agnis. Debajo de la cama, Agnis pudo ver que Spot, un trisquel mágico, salía para seguirlo.
Después Agnis se encaminó hacia el centro comercial Dumont, acompañado de su trisquel mágico, Spot. Cuando Agnis llegó al centro comercial pudo notar que había una muchedumbre de personas. Intentar caminar sin tocar siquiera una persona parecía imposible, sabiendo que el establecimiento en cuestión es grande. Agnis tenía que soportar la idea de pasar por medio del público posiblemente tocando a cada persona, sintiendo sus calores corporales, oliendo sus pudores y escuchando sus irritables voces. No se trataba de que Agnis odiara a la humanidad, sino, más bien, se trataba de que jamás había tratado con ella: siempre aislado, siempre incomprendido, siempre huérfano.
Pasaba entre la multitud, intentando no tocar a los demás e ignorando lo demás, sabía que desde donde estaba hacia la tienda a la que le vendía sus cuadros no se encontraba a tantos pasos. Aun así, se sentía incómodo, sentía un calor que le picaba, pero que no le dolía, escuchaba su corazón bombear, predecía el correr de la sangre. Todos sus sentidos se aguzaron (como si fuese un fisicalista) sin saber por qué: Agnis sudaba frío.
—¡Por aquí, Agnis! —gritó su comprador artístico.
Agnis se centralizó en el comprador y se dirigió hacia donde escuchó la voz.
—Oye, Cole —dijo Agnis un poco entusiasta.
Agnis le entregó su obra pictórica y Cole la observó detalladamente.
—Fantástico —objetó Cole con una sonrisa—: me gusta el enfoque sereno y colorido que le has dado al centro comercial. ¿Cuánto deseas?
—Lo mismo de siempre —dijo Agnis con una sonrisa desdibujada.
Cole quedó pensativo y quizá un poco dubitativo al ver su expresión facial.
—Está bien. Voy por el dinero —dijo Cole y entró rápidamente a su tienda.
Agnis se encaminó hacia una banca circular situada a poca distancia de él: quería sentarse y descansar; debido a que todavía seguía sintiéndose mal, pero de improviso chocó contra un chico, un chico mucho más alto que él, más fornido, con el pelo medio mono castaño y con ojos azules claros, el cual venía, para sorpresa de Agnis, a toda prisa. Juntos se cogieron de los antebrazos para no caer y se miraron fijamente.
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Editado: 28.06.2021