El ser que habita en mi

El rosa es el color del amor.

Me despierto y me dirijo a mi habitación, en donde observo mi reflejo en el espejo. Noto un pequeño moretón de color negruzco cerca del labio, en la zona en donde mi cuidadora me golpeó. Aún puedo sentir su palma en mi mejilla, pero sin embargo lo que más me duele son sus palabras de prohibición. Desde la llegada de Gabriel a mi vida, he sentido que el mundo no es tan negro y gris como creía, sino que está lleno de colores de diferentes tonalidades, que al juntarlos son tan bellos como el mismo arco-iris que ahora mismo veo tras mi pequeña ventana de la habitación. Me visto con el uniforme, y bajo las escaleras sin dirigirme si quiera a la cocina, dado que tenía prohibida la cena de ayer y el desayuno de hoy. No me importa no comer, dado que lo único que deseo ahora es verlo a él. Ver a Gabriel, sus ojos, su sonrisa.

Cruzo la pequeña calle que separa el orfanato del instituto, ignorando a las personas que me observan y que hablan de mí a mis espaldas. Ahora eso ya no me importa, no me importa lo que dicen de mí, o lo que piensan. Lo que de verdad me importa es seguir descubriendo más colores con Gabriel. En el mismo momento en que pienso en eso, mi alegría se desvanece, puesto que no sé cómo voy a escabullirme del orfanato sin que se percate mi cuidadora. De nuevo, siento la tristeza invadiéndome poco a poco. Tengo ganas de llorar y de gritar. Tengo ganas de desaparecer del mundo para siempre. Lo visualizo en su casillero, cogiendo unos libros. Nuestras miradas se cruzan unos segundos, el tiempo suficiente para que sienta que lo nuestro no puede suceder. Él se merece a otra. Otra con la que pueda descubrir los colores de la vida. Aparto la vista en el momento justo en que siento que mis lágrimas están a punto de brotar. Odio ser así de débil. La noche anterior me había prometido luchar para que lo nuestro saliese hacia adelante y sin embargo ahora me estaba alejando de él. Me dirijo al patio del centro en donde hay una gran cantidad de gente, que se aparta nada más verme. Siento su brazo agarrando el mío, y su voz muy cerca llamándome, suplicándome para que lo vea.

-Lucinda, mírame por favor. ¿Qué ha pasado?-Sólo quiero alejarme de él, de la gente que nos mira con detenimiento. Noto como empiezo a temblar levemente y como mis lágrimas hacen presencia en mi rostro. Tapo mi rostro porque no quiero que nadie me vea llorar, pero unas manos masculinas me las separan. Veo en sus ojos una gran preocupación, que aumenta cuándo ve mi pequeño moratón. Lo toca con cuidado, y justo cuando sus dedos rozan mi piel dañada el dolor desaparece.- ¿Quién te ha hecho esto?

-Nadie. He sido yo misma. Me tropecé y me golpee con la esquina del escritorio.-Esta era la primera vez que mentía en mi vida.

-Lucinda, no tienes por qué mentirme.

-No te estoy mintiendo Gabriel-Digo ocultando mi rostro tras mi cabello.

-¿Por qué escapas de mí?-Veo que quiere posar su mano en mi mejilla, pero la rechazo girando mi rostro.

-Por favor no lo hagas. No hagas esto más difícil. No podemos seguir viéndonos Gabriel. Lo nuestro no está bien, nunca lo estuvo. No quiero que tengas problemas por mi culpa. Te mereces a alguien que te haga feliz.

-Como tengo que decirte que tú eres la que me hace feliz Lucinda. No hay nadie más que ocupe mi mente. Sólo puedo pensar en ti. No consigo sacarte de mi cabeza. Estás presente en mi memoria en cada segundo, en cada minuto, en cada hora de mí día a día. Tú Lucinda, eres la única persona con la quiero estar- Sus labios se posan sobre los míos de forma dulce y cálida bajo la mirada de nuestros compañeros, quiénes han observado todo. Nos separamos poco a poco para sumergirnos en un abrazo.

-Tú eres la luz de mi alma-Esas cálidas y maravillosas palabras suenan en mí oído, al tiempo que el patio se va quedando vacío y apenas quedamos nosotros dos y otros pocos más que se dirigen al interior del centro. Gabriel me agarra la mano y juntos nos dirigimos al centro.- ¿Vas a decirme la verdad Lucinda? Si no estás prepara para hacerlo esperaré lo que haga falta.

-Mi cuidadora me prohibió seguir viéndote-Le digo deteniéndome en el pasillo.-Lo lamento, he estropeado todo. 

-No es tú culpa Lucinda, buscaremos una solución. No pueden prohibirte algo así.

-Soy menor y ella mi cuidadora. Tengo que acatar sus normas.

-¿Y ser tú cuidadora le permite maltratarte?-Me pregunta señalando mi mejilla.-No puedes seguir así. Tenemos que hablar con servicios sociales o con la policía para denunciar la situación.

-¿Y quién va a creerme? Todos me rechazan nada más verme-Siento como todo a mí alrededor empieza a girar y como mis oídos empiezan a pitar. No soy capaz de distinguir la voz de Gabriel, ni cualquier otro sonido. Lo último que noto antes de que todo se vuelva negro son sus brazos.

Me despierto en una de las camas de la enfermería. Sentado en una pequeña silla de cara a la ventana, se encuentra Gabriel, quién mira al exterior. Decido levantarme, pero de nuevo esa sensación de mareo vuelve. Gabriel gira su rostro hacía mí, que al verme despierta se levanta rápidamente de la silla y se dirige a donde me encuentro.

-Dios Lucinda, me has dado un gran susto.




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